Era el diablo con la cara de Greta Garbo. Emergió de las cenizas como un fénix maligno; irresistible y decadente. Pasó como una sombra siniestra “senza fama, senza gloria”.
¿Qué se puede escribir de alguien que vivió para nada, no dijo nada, no construyó nada? Su existencia fue solo ser hermoso, bailar, reir, vestirse bien, drogarse y sexo, mucho sexo.
Aunque el hastío lo consumió habría que endosarle dos méritos: organizar las bacanales más sonadas del mundillo de la alta moda, y ser la piedra que se interpuso entre Yves St. Laurent y Karl Lagerfeld. De paso desató los celos volcánicos de Pierre Bergé, querendengue de St. Laurent.
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Su presencia inspiraba un miedo cerval, porque Jacques de Bascher estaba consciente de que su personalidad y belleza embelesaba por igual a hombres y mujeres, y la usó sin piedad contra todos.
Ese magnetismo lo descubrió en la adolescencia cuando sedujo a un profesor; desde ese día supo que le bastaría un pestañeo para obtener lo que deseaba; sin quemar una caloría como los otros mortales.
Tenía las maneras de un aristócrata del siglo XVIII y el modus operandi de un depredador sexual del siglo XX; era un personaje extraído de Proust, con el aspecto de los ángeles caídos que le fascinaban a Luchino Visconti.
En gustos eróticos era omnívoro. Lo mismo se levantaba un macho alfa, tipo Paul Newman, que a un repartidor de pizzas. Esa promiscuidad lo llevó a la tumba.
Burgués y bribón
Los celos llenaron de sangre los ojos de Bergé y acusó a Jacques de ser un “seductor afeminado de opereta”. Si bien era un gigoló con la decencia de una tarántula, tampoco era una alfombra sexual.
Descendía de una familia con pedigrí. El padre, Antony de Bascher, fue gobernador de la provincia de Cholon, en Vietnam, y cuando regresó a París trabajó en un alto cargo con una compañía petrolera.
La madre, Armelle Petit, lo parió en Saigón el 8 de julio de 1951. Fue el quinto hijo y gastó su infancia con sus cuatro hermanos en un hogar católico, donde recibió la mejor educación burguesa.
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En la juventud despertaron sus instintos. A los 20 años se enroló en la marina a bordo del buque Orage, viajó entre La Martinica y Papeeté, capital de la Polinesia Francesa, que significa “Agua de la cesta”.
Y si en el mar la vida es más sabrosa, con los hábitos lujuriosos de Jacques el barco se convirtió en un burdel flotante. Como no podía ser de otra trabajó de periodista, editó un diario y colaboró con entrevistas para la emisora del navío.
¡Ahhh¡ Pero uno renco y lo empujan. El primer mes como recluta estuvo encerrado por conducta impropia y abusos con los otros marinos. Al cabo de nueve meses lo deportaron a Francia.
En París consiguió empleo de sobrecargo en Air France, pero eso era para él tan atractivo como dos caracoles apareándose.
Bello como un dios pagano rápido se coló entre la élite frívola, acaudalada y “sofis” de la década de los 70. Gastaba el tiempo en el Café de Flore, una guarida de intelectuales trasnochachos y gigolos de turno.
Se movió como una serpiente en el pasto y llegó al Club Le Sept, el vórtice de la vida nocturna parisina donde coexistían lo más graneado de la hez humana; ahí enganchó con Andy Warhol y su séquito. Lo demás fue caer al vacío sin paracaídas.
Fruto prohibido
La revolución sexual de los años 60 fue el miasma que nutrió las perversiones de Jacques; sin ser un activista gay, fue de los pocos que exhibió sin tapujos su homosexualidad.
Sus orgías eran memorables. Compró una Harley Davidson y usó los espejos como platillos para aspirar cocaína; consumía dosis masivas de drogas, sexo y alcohol.
El 24 de octubre de 1977 reunió 1.500 trastornados en el Black Moratorium, un aquelarre donde todos los invitados vestían de negro obligatorio y el requisito para ingresar era solo uno: ser un pervertido.
Si de algo presumía Jacques era del repertorio de amantes rendidos a su entrepierna; entre más se resistiera la presa o estuviera fuera de su alcance, más lo excitaba.
Eso enloqueció al modisto Karl Lagerfeld y por 18 años Bascher fue su musa; toleró sus extravagancias y –según sus íntimos– nunca compartieron el lecho; aceptó una relación donde “el que tiene dinero es quien paga”.
Pero alguien lo contagió de SIDA y engordó la lista de celebridades arrasadas por la epidemia, que por esos días parecía una maldición cósmica.
Convertido en un saco de huesos y piel murió a los 38 años, el 3 de setiembre de 1989, cubierto por el velo negro de sus excesos.
El ángel oscuro
De Bascher: “La decadencia no es caer, es desplomarse”.
Marie Ottavi: “Necesitaba tenerlos a todos en su red. El policía, el sacerdote descarriado, el tenista, el actor bigotudo, el hacendado del club ecuestre y toda la estación de bomberos".
Karl Lagerfeld: “Se vestía como nadie más, me hacía reír más que nadie, era lo contrario a mí.