Paola García sostiene entre sus manos, con mucho cuidado, un osito. Es un peluche de unos 45 centímetros de alto, con ojos pero sin boca.
No es de lana ni de peluche. Este osito está cubierto con una tela diferente, que combina los colores rojo, amarillo y verde de pies a cabeza; en el cuello luce un lazo blanco.
A simple vista quizá parece un osito más; sin embargo, Paola lo abraza con fuerza y lo observa con cariño.
No es para menos: en ‘este peluche’ vive el recuerdo de su papá, quien falleció cuando ella era apenas una adolescente de 15 años. Está confeccionado con una camisa de él que ella guardaba entre sus cosas.
“Fue uno de los primeros que hice”, afirma Paola mientras lo acaricia y añade: “Era de una camisa que mi papá usaba mucho y que yo conservé. En aquel momento, quería hacer algo con la camisa que fuera especial para mí, pero no sabía qué”.
Mientras lo observa con ternura, la psicóloga de profesión cuenta que esta idea surgió hace 15 años, cuando recién iniciaba su carrera, luego de darle terapia a un paciente suyo, quien había perdido a su esposa.
A manera de terapia, ella le pidió a su paciente dibujar la silueta de un oso en una prenda de su esposa.
“Por medio de ese método logramos ciertas cuestiones con él, lo ayudamos en su proceso de duelo y yo dije: ‘Wow’. Ahí pensé que podía ayudar a más gente. De verdad, quería materializarlo; hacer algo más formal y empecé a darle cabeza y comencé a hacer pruebas, a buscar moldes, a cortarlos, armarlos y a coserlos a mano”, detalla.
Durante el proceso de duelo, estos ositos hechos con prendas de seres queridos fallecidos sirven “como objeto transicional”; es decir, ayudan a la persona en esta etapa y, de una u otra forma, son una compañía.
“Hay algunas personas que a veces no pueden desprenderse de las prendas porque sienten culpabilidad, o porque no quiero, porque todavía lo quiero conmigo y a veces sí, pasa mucho tiempo y eso no es sano. Entonces, esto les da un poquito de compañía y de consuelo en medio de ese proceso que están viviendo. Es como tener un pedacito de esa persona de una manera significativa.
”Porque yo puedo guardar una camisa, pero ¿dónde la vas a tener? La vas a tener en el clóset, en un baúl, en una bolsa o en un lugar donde usted crea que es importante conservarla. Pero el oso lo puedo tener en la cama, lo puedo tener en una repisa, lo puedo tener en una mesita... Es como sentir que nos están acompañando y que siguen ahí”, explica.
Así fue como nació Ositos Dulce Eternidad, un emprendimiento ubicado en Calle Blancos y el que Paola atiende en su tiempo libre.
Memoria viva
Los osos miden ya sea 45 centímetros de alto (los grandes) o bien 30 centímetros (los pequeños). Se les mueven las patitas. Tienen ojos, boca y, por lo general, en la parte de atrás llevan la frase “No se han ido del todo”. Además, alrededor de su cuello, usan un lazo blanco.
Hay de flores, de rayas, lisos, con bolsas, con zíper, con escudos, con lazos, con cuellos y con cuanto detalle se le pueda salvar a las prendas que las personas le llevan a Paola para que le dé forma a ese recuerdo tan valioso. Ella acepta cualquier tipo de prenda, excepto las tejidas y a veces las de seda pues no sirven para confeccionar el muñequito.
Los hacen con vestidos, pantalones, camisas, enaguas o cualquier prenda que les lleven; de acuerdo con la psicóloga, siempre intentan adaptarlos.
También les llevan gorras, abrigos, medias, jackets y diversas prendas que sirven para hacerle accesorios al oso.
Paola tiene claro que no solamente es entregar el osito y decir: ‘tome, ahí está la prenda” o armar el oso por cumplir, ya que sabe el duelo significa para las personas, no solo por su profesión, sino también porque le tocó pasar por ese proceso con la muerte de su papá.
“Ya la gente sabe que vamos a trabajar los osos con muchísimo amor y cuidado y que les vamos a entregar un producto lindo. Soy consciente de que es importante para ellos y yo creo que merecen todo el respeto del mundo”, dice.
Aunque no le dice a cada cliente que la busca que es psicóloga, tampoco le cierra las puertas de su casa a esas personas que quizá llegan muy afectadas por la pérdida de un ser querido y en busca de un osito que les sirva de consuelo. Allí es cuando reconoce que su profesión es muy valiosa para el trabajo que realiza.
“Cuando viene la gente aquí y me entregan las prendas, a veces se sientan y se abren a mí porque están afectadas y yo casi que de manera natural me quedo con ellos, les doy acompañamiento. Cuando me dejan las prendas,me tomo el tiempo de mandarles un mensaje, desearles que sigan mejor y que ojalá que este sea un objeto que les ayude a sobrellevar este momento de dolor”, asegura.
“Me siento tan complacida de hacerlo porque, al final, esto es lo que yo soñaba hacer cuando apenas era una chiquilla que estaba empezando la carrera”, añade.
No obstante, Paola reconoce que, en más de una ocasión, ha terminado llorando a la par de alguna de las personas que llega y le cuenta su historia.
“Yo soy muy llorona, entonces, aquí viene la gente a dejarme las prendas y yo me quedo hablando con ellos. He tenido que meter a personas aquí a mi casa. Es muy triste”, cuenta.
Algunas pérdidas la han conmovido mucho. “Creo que de las situaciones más tristes que me ha tocado atender es cuando pierden un hijo y vienen con su ropita... Eso me parte el corazón, porque los papás vienen con la ilusión de que los van a recordar de manera especial con un oso y ahí es donde uno entiende que tiene que trabajar con muchísimo amor y muchísimo respeto. Son prendas que son importantes para las personas”.
De altas y bajas
Hay meses en los que tiene 20 osos encargados, pero hay otros en los que la cifra no llega a cinco. Revela que en ocasiones se ha cuestionado si seguir o no con su emprendimiento. Su respuesta siempre es: “Continúo”.
“Es tan lindo y tan gratificante lo que hacemos, que realmente esa es la parte que nos da la fuerza de seguir y ahí vamos, poco a poco”, afirma.
En este proyecto, Paola nunca ha estado sola, pues siempre ha contado con el apoyo de su esposo, Luis Díaz, y sus hijas Fabiola y Mariana, de 17 y 7 años, respectivamente. Entre todos arman cajas, preparan los ojos, pegan stickers y demás detalles de su emprendimiento.
Lo único que ninguno hace es coser. Paola siempre ha buscado a alguien que se encargue de eso, pues confiesa que nunca ha sido su mayor habilidad. Por ello, desde hace unos siete años, trabaja con una maquila, que, como su familia, tiene un emprendimiento.
Pese a que todos estos años han sido satisfactorios, pues han podido llevar consuelo a muchas personas afligidas, hay un momento que marcó a Paola y a su hogar: la pandemia.
Fue una de las etapas más complicadas, pues en el 2020 el volumen de trabajo creció considerablemente a causa de las personas que fallecían por el covid-19. “Fue durísimo, durísimo”, afirma.
“Recibimos muchísima gente que perdía familiares porque no podían ir a verlos a los hospitales; entonces, morían solos, no estaban acompañados. Entonces, había mucha gente con culpabilidad, con dolor y los ositos fueron un consuelo en medio de esa tristeza tan profunda. Para nosotros, eso fue todo un reto, porque además era recibir prendas de ropa de aquella persona que tenía covid-19 y nosotros decíamos: ‘¿qué hacemos?’”, asevera.
La ropa era desinfectada para poder manipularla e incluso la dejaban “en cuarentena, porque así era cómo funcionaba”.
Fue un tiempo en que muchos llegaban preguntando por los precios, pero no siempre contaban con los recursos para poder pagar el oso; entonces, optaron por hacer algunos sin cobrar.
“Había mucha gente que me decía: ‘Ahorita no puedo pagarlo’. Había mucha gente sin trabajo pero necesitaba este consuelo, entonces hicimos muchos ositos solo para devolverles un poquito de amor a la gente que había perdido a sus seres queridos”, afirma.
Diferentes momentos
Aunque en un principio y por mucho tiempo la idea fue hacer osos con prendas de personas fallecidas, el mismo proyecto fue evolucionando. Ya no solo recibían ropa para hacer ositos de “dulce eternidad”, sino que les llegaban uniformes de kinder, escuela y colegio, e incluso prendas y cobijas de bebés para que se volvieran recuerdos.
La creatividad es tal que incluso les han llevado camas de perros y hasta vestidos de novia.
“Nos empezaron a hacer parte de las alegrías de las familias. Y debo decir que nos encanta cuando recibimos las camisas de los chicos que se van a graduar o prendas de bebé porque son cositas miniatura y entonces hacemos osos para esa mamá primeriza o nos traen cobijas para recordar al bebé cuando salió del hospital. Y en los Baby Shower regalan certificados de regalo para que después venga la mamá a hacer un osito”, relata.
En fechas especiales como los días del Padre o de la Madre, Navidad o San Valentín, el volumen de trabajo crece considerablemente y es cuando toda la familia tiene que trabajar para poder tener los ositos listos y entregarlos a tiempo. Lo mismo ocurre en época de graduaciones.
“Trabajamos muchísimo a final de año porque como recuerdo de graduación, algunos de los colegios dan el osito. Aunque todos los meses tenemos trabajo, en las fechas especiales es bastante más. Por ejemplo, después de julio y hasta final de año sabemos que se nos va a incrementar el trabajo bastante. Es nuestra mejor época. Ya en enero baja muchísimo”, explica.
Entrega perfumada
Los ositos tienen un valor de ¢25.000 los pequeños y ¢30.000 los grandes. Se entregan en unos 15 días y se pueden pedir por medio del WhatsApp 6199-6483.
Antes de poner manos a la obra, Paola revisa las prendas con detenimiento.
“Antes de que entreguen las prendas les damos una indicación de cómo debe venir, porque nosotros no manipulamos la prenda; es decir, no se lava, ni se le quitan las manchas. Entonces sí les aclaramos cómo debe venir la prenda. Luego, las reviso y me fijo qué trae lindo la prenda para dejárselo como detalle”, dice.
Al final, se entrega el osito en su caja, perfumado, y se devuelve al cliente la tela restante de la prenda entregada. Esos retazos tienen un significado muy especial para las personas, principalmente aquellas que buscan un consuelo en medio de un proceso doloroso. De esta forma, se multiplican los recuerdos de aquellos ya no están.
