
Cuando Sergio Ramos le torció el brazo a Mohamed Salah, durante la final de la Champions League el 26 de mayo, la furia egipcia cayó sobre el defensor madridista como una lluvia de maldiciones.
“¡Qué Dios se encargue de Ramos!” tituló con enfado el diario egipcio Al Watan, mientras que el Al Masry, de El Cairo, no escatimó en adjetivos y apodó al español como el “carnicero”.
Hasta amenazas de muerte se ciñeron sobre Ramos, todas emergidas de un pueblo que, simplemente, no podía aceptar que su "hacedor de alegrías", héroe e inspiración diaria, se iba a quedar fuera de Rusia 2018.
Esa noche, con más dolor e impotencia que el errático portero del Liverpool, Loris Kriuvs, Egipto rompió en llanto y volvió sus ojos al cielo clamando por un milagro.
¿Pero quién es este hombre para que Egipto exude sangre por su figura?
Salah no es guardameta, es delantero.
Salah no es cristiano, es musulmán.
Salah no juega el Madrid, juega en el Liverpool.
Pero cuando llega al aeropuerto de El Cairo Salah –al igual que pasa con Keylor Navas en San José–, le organizan un megaoperativo de seguridad que rompe todos los esquemas previstos y no falta un mordido que se deja decir que perdió su "humildad" por ello.
Sin embargo, al igual que su colega tico, Salah de críticas y ‘malas leches’ no parece entender nada. Está blindado. Habla poco, muy poco. Casi siempre sonríe, acaricia su barba negra azabache y le brillan los ojos al saludar a sus fans: sabe que en su pueblo lo aman, que en Inglaterra lo idolatran y además está seguro que Alá lo protege.
No se persigna en la cancha, pero cuando infla las redes –44 veces en la pasada temporada–, suele juntar las manos, tumbarse en la grama y orar en dirección a La Meca. Es una celebridad religiosa, tan querida y aceptada, que hasta ha comenzado a “evangelizar” a la afición inglesa.
“Mo Sa-la-la-la-lah, Mo Sa-la-la-la-lah...si metes más goles yo también me haré musulmán”, cantan los seguidores de los reds en honor y fidelidad a su estrella.
Para La Vanguardia, de España, este cantico de tribuna es verdadaremente revolucionario en tierra de hooligans.
“Contrasta con la mayoría de himnos futbolísticos ingleses, donde una de cada dos palabras suele ser shit (mierda) o fuck off (váyase a la mierda)”, señala el diario.

En la tierra de las pirámides, por su parte, pocos se ponen camisetas con el apellido de Ronaldo o Messi en el dorsal. La mayoría dice Salah, Salah, mil veces Salah. El goleador del Liverpool, más que un jugador de fútbol, es su ejemplo a seguir.
Salah es su faraón.
La lucha de un ídolo.
Mohamed siempre la tuvo clara: "Gracias a Dios logré ser futbolista profesional, porque sino no se que hubiera sido de mi", dijo el futbolista en una entrevista al diario Al Watan.
Él, simplemente, no era bueno para estudiar. Su padre no quería que pateara la pelota e incluso abogaba para que se dedicara por completo a honrar su religión. Sin embargo, luego de reconocer su especial don, finalmente decidió apoyarlo en el loco sueño de su juventud.
Salah nació el 15 de junio de 1992, en un pequeño y humilde pueblo llamado Bayoun, en la gobernación egipcia de Gharbia.
A los 14 años iba al colegio, pero para ir a entrenar con su primer club, el Arab Contractor, tenía que viajar 4 horas y media todos los días. Solo estudiaba dos horas y su jornada terminaba a las 10 p.m. En esas condiciones cualquiera hubiera tirado la toalla.
"Era realmente enloquecedor. Desgastante. Pero yo tenía una meta y quería seguir luchando", dijo el delantero a una emisora de su país.
Por eso, entre otras cosas, es que en su pueblo natal El faraón es visto como un modelo de superación y trabajo. Salah es el patrocinador oficial de la frase: "Los sueños, sí se hacen realidad".
Del Arab Contractor (el Mokawloon), un equipo de media tabla, Salah saltó a Europa de golpe. No necesitó las ínfulas de los clubes más grandes de Egipto para dar el paso. La hora de luchar por la gloria había llegado.
El Basilea suizo le abrió las puertas en el 2010, para luego caer en las manos de José Mourihno, en el prestigioso Chelsea inglés.
Mourihno, aunque lo niega, no vio el oro que valían sus piernas y nunca lo tomó en cuenta.
"El Chelsea decidió venderlo y cuando dicen que soy el que lo vendió, mienten. Él no estaba listo, social, y culturalmente estaba perdido", dijo Mourihno al diario Marca, exculpándose de la gran y onerosa perdida.

Finalmente Salah fue cedido a la Fiorentina italiana y luego a la Roma, donde por fin comenzó a ver la luz. El equipo de la capital italiana compró su ficha y se erigió allí en su goleador.
Estaba escrito, ¡Maktub!, que de la Roma pasaría al Liverpool. Los Reds sacaron la chequera y pagaron 42 millones de euros por su ficha.
“Fue el fichaje más caro de la historia de los Reds, pero ese fue solo el primero de los récords que ha roto desde que su zurda comenzara a dar lecciones magistrales en Anfield”, señaló el diario ABC, de España.
Fue en el Liverpool FC donde comenzó a pulir su leyenda. La temporada pasada, por ejemplo, se convirtió en el jugador que más goles marcó en una temporada en la Premier League, en el formato de 20 equipos. Por ese motivo, otros tres récords adicionales más y sus artilugios en la cancha, nombrarlo como el mejor jugador de Inglaterra fue solo una formalidad.
En la Champions League también brilló, pues guió a su equipo a la gran final en Kiev. Su liderazgo y sus nueve anotaciones fueron claves para acercarse al título.
También fue un diamante para su selección. Gracias a una anotación agónica, Salah coronó el 2018 clasificando a su país al Mundial de Rusia. Se jugaban los 94 minutos del partido Egipto versus Congo e iban 1 a 1.
Los ‘faraones’ complicaban su vida en las eliminatorias con este marcador. Pero un tiro, desde el punto de penal, elevó a Salah a una especia de deidad en su país.
Por meter el histórico gol hasta una mansión le regalaron al ariete, que devolvía a Egipto al Mundial después de 28 años de ausencia.
El Salah, el Islam.
Pero Salah no solo es noticia dentro de la cancha.
Su reconocida fe musulmana, más allá de sus rituales públicos, lo ha metido en torbellinos de dimes y diretes en Inglaterra.
He aquí uno de los mencionados episodios. La final de la Champions League se jugó en medio del Ramadán, mes sagrado para los musulmanes. Como fiel devoto, Salah debía hacer ayuno y el jugador estaba dispuesto a cumplirlo.
Fue el mismo sábado, que por razones deportivas, Salah decidió romper su compromiso espiritual.
“El viernes y el día del partido no lo hará (el ayuno), por lo que no le va a afectar. Después de la final lo volverá a retomar”, aseguró, a pocos días de la final, el fisioterapeta de los reds Rubén Pons.
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Luego del encuentro contra el Real Madrid y después de conocer su delicada lesión en el hombro, un predicador musulmán lanzó en Twitter una atrevida declaración en su contra: “Dios lo castigó”.
Para el religioso, haber roto su ayuno, fue la causa de la desventura del artillero.
Otro elemento conectado a su fe es la relación que mantiene con su familia cercana, especialmente con su esposa e hija.
En sus redes sociales, el jugador publica reiterados post con su hija Makka, bautizada con ese nombre en honor a La Meca. Su amor por su hija es notorio, pero de su esposa sabemos poco.

Entre las pocas imágenes de Magi Salah, como se llama su conyugue, se encuentran las captadas el día de su boda. Se casaron en el 2013 y dicen que fue su amor de toda la vida.
Luego de la unión, al parecer por motivos religiosos, su esposa ha sido relegada a una vida fuera de los reflectores y la fama.
“No va a ver al jugador al estadio, no tiene Instagram y el jugador no ha publicado ninguna imagen de ella”, asegura el diario ABC.
Salah vive con ella en Liverpool, pero no se sabe más.
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El joven solidario.
¿Recuerdan la mansión que le regalaron a Salah por clasificar a Egipto a Rusia?
Pues Salah no se quedó con ella.
En cambio, el delantero pidió que la casa fuera donado para obras sociales en Gharbia, su pueblo natal.
Salah vive austeramente. No se le conoce por ostentar autos ni lucir ropa cara. Desprenderse de la casa no debió ser difícil para el ariete, pues el delantero parece inclinarse por invertir su dinero de la forma más loable del mundo: ayudar a los más necesitados de su país.
Dona dinero a hospitales, centros de rehabilitación, escuelas y casas religiosas.
Su labor es tan apreciada en su tierra que varias instituciones del país llevan su nombre, incluso el colegio donde estudió.
En esa línea, el gesto que más impactó al mundo se dio precisamente el día en que Salah firmó la clasificación de Egipto al Mundial. Mientras ejecutaba el penal de la gloria un ladrón robaba en la casa de su familia.

El jugador, inesperadamente, pidió que no llevarán preso al malhechor. Lo perdonó públicamente.
Como si fuera el famoso fragmento de Los Miserables, donde el obispo Myriel tiene un conmovedor gesto de misericordia con Jean Valjean, Salah le proporcionó dinero al sujeto para que pudiera rehacer su vida y reinsertarse en la sociedad.
Por esto y mil cosas más, el corazón de Egipto palpita fuerte al ritmo de Salah.
No es cuento, en las pasadas elecciones presidenciales el jugador recibió más de un millón de votos nulos a su nombre.
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La alegría de verlo jugar.
A pocos días de la cita mundialista, para alivio de sus fans y los amantes del buen fútbol, la Federación egipcia informó que Salah sí podrá estar en Rusia.
¡No hubo castigo divino!
Ramos pudo con él en la Champions, pero para Rusia el hombro de la estrella africana habrá sanado.
Las redes del equipo anfitrión, Arabia Saudita y Uruguay –sus rivales en primera ronda– deberán cerrar filas para contrarestar su poderío. ¡Cuidado!, Salah es ahora un farón herido.
En Egipto, por su parte, ya no hay lamento alguno. Será un regalo verlo en el Mundial y no sentado al frente de una pantalla plana. Como diría Salah: “¡Alhamdulillah!” (Dios sea alabado).
