
Apareció por primera vez en público en el 2011, caminando cerca del ataúd del líder Kim Jong-il.
Había regresado a Corea del Norte una década antes, después de estudiar en Suiza, como también lo hizo su hermano mayor.
Tenía menos de 25 años en ese entonces y es posible que, ahora, tenga alrededor de 29, 30 o 31. Las fechas de su nacimiento son incongruentes porque, con un gobierno tan blindado como el suyo, no se sabe nada con certeza.
El rostro de Kim Yo Jong reapareció hace dos semanas, en una misión diplomática. Más nítida que en el funeral de su padre.
En octubre fue nombrada miembro suplente del buró político del Partido de los Trabajadores de Corea, el partido único que dirige su hermano Kim Jong-un.
A principios del 2017, el gobierno de Estados Unidos la incluyó en una lista de sanciones diplomáticas por los “severos abusos humanos, la aplicación de políticas rígidas de censuras y el encubrimiento de sus conductas opresivas e inhumanas” de su país.
Aún así, la diplomática norcoreana deslumbró a Corea del Sur con la inusualidad de su presencia en los Juegos Olímpicos de Invierno 2018.
“Con una sonrisa, un apretón de manos y un cálido mensaje en el libro de invitados presidenciales, Kim Yo Jong tocó las fibras del público en tan solo un día de los Juegos Olímpicos de Pyeongchang”, firmaban tres corresponsales de CNN, el pasado 10 de febrero, en un artículo que titularon La hermana de Kim Jong-Un se roba el show en las Olimpiadas de Invierno.
En Estados Unidos, The Washington Post escribió La ‘Ivanka Trump’ de Corea del Norte cautiva a la gente del Sur en las Olimpiadas. El diario The New York Times dijo que “encendió su encanto y le robó la atención al vicepresidente Mike Pence”.
Las redes sociales se llenaron de la misma secuencia en video en la que la norcoreana le hacía mala cara al político estadounidense. Se convirtió, rápidamente en un meme, un chiste más para burlarse del comportamiento de Pence como emisario del presidente Donald Trump.
Las fotos de Kim Yo Jong saludando al presidente de Corea del Sur la retrataron suave, amable y sonriente.
Un rumor del martes pasado dice que vivió su estadía en los Juegos Olímpicos durante los primeros días de su segundo embarazo.

Antes de marcharse de Corea del Sur, no dio ninguna conferencia de prensa ni comentarios a medios. Ni siquiera se reunió con Pence como se proyectaba.
Pero quedó su caligrafía en el libro de invitados de las Olimpiadas: “Espero que nuestras capitales se acerquen en los corazones de nuestra gente y eso nos lleve hacia el futuro de una unificación próspera”, escribió.
En la primera oportunidad que tuvieron para escrutar de cerca a la mano derecha de Kim Jong-un, los medios de comunicación usaron la cercanía para valorarla como la vieron comportarse: “dulce pero un poco hombruna”, publicó BBC.
Un artículo de la agencia AFP, reproducido por varios de comunicación latinoamericanos, incluida La Nación en Costa Rica, la distinguía como “la poderosa princesa de Corea del Norte”.
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Sin embargo, mezcladas con las extensas explicaciones de la importancia simbólica de su asistencia a los Juegos Olímpicos, también leían los inquietantes miedos que la convierten en una amenaza militar tanto para Corea del Sur como para Estados Unidos.
“Quizás el tener aquí a alguien de la dinastía Kim es como una garantía de que no nos van a atacar”, le dijo una surcoreana a los corresponsales de CNN.
Rosa con espinas

“Asma al-Ásad es glamorosa, joven y muy chic. Es la más fresca y magnética de las primeras damas. Su estilo no está lleno de la alta costura y el brillo de las joyas del poder del Oriente Medio sino que es una falta de adorno deliberada. Es una mezcla rara: una belleza delgada, con largas extremidades, con una mente analítica entrenada que viste con hábilmente atenuada. La revista Paris Match la llama ‘un elemento de luz en un país lleno de sombras’. Es la primera dama de Siria”.
De la semblanza “Una rosa en el desierto” que publicó Vogue, en febrero del 2011, ahora solo existen unos cuantos párrafos en un artículo de The Atlantic.
Para la fecha, despuntaban las primeras manifestaciones después de que un grupo de chicos sirios, con edades entre los 10 y 15 años, fue arrestado y torturado por escribir “La gente quiere derribar el régimen” en una pared de su escuela.
Siria aún no había vivido la violencia y masivos desplazamientos que ocurrieron entre el 2016 y el 2017.
Pero, para la fecha, varios argumentaron problemas éticos con la cobertura que le dio Vogue a Asma al-Ásad.
El artículo recibió críticas más fuertes que los que celebraron la asistencia de Kim Yo Jong a los Juegos Olímpicos en semanas pasadas.
En el caos de las críticas, Vogue pronto borró el artículo y detuvo la circulación de la revista impresa (The Atlantic proclama que solo queda una de las maquetas).
Hace ocho años, Siria no sabía cuán involucrada estaba la primera dama en el terror represivo de su esposo. Varias veces, los sirios escribieron cartas a su primera dama para que intercediera por ellos ante el presidente Bashar al-Ásad.
“Desearía nunca haber tomado la asignación, pero cuando estás en contrato con una revista aceptas la asignación y luego la haces”, aseguró el año pasado la autora del perfil de Vogue y otrora editora de la versión francesa de la revista, Joan Juliet Buck.
La imagen que trajo Buck a Estados Unidos de una familia siria “democrática”, como ella misma escribió, no necesariamente fue el producto de mal reporteo o de un ángulo sensacionalista. La familia Al-Ásad tenía todas las intenciones de presentarse así ante la periodista, ante el mundo occidental.
Meses después del escándalo de Vogue, The New York Times aseguraba que “con la ayuda de caros asesores de relaciones públicas, antiguos colaboradores de las administraciones de Clinton, Bush y Thatcher, el presidente Bashar al-Ásad y su familia han buscado durante más de cinco años formas de presentarse ante los medios occidentales como accesibles, progresivos y glamorosos. Revistas y publicaciones digitales han presentado extensos reportajes sobre la familia, enfocándose usualmente en su moda y celebridad”.

La exitosa cultura de farándula creada por revistas, shows de televisión y la viralidad de Internet fue un ambiente apropiado para cambiar la marca de la familia Al-Ásad, aunque la coyuntura política, la que estaban empeñados en ocultar, truncó el éxito del texto de Vogue.
“La imagen se ha hecho más importante que la sustancia. Las celebridades se ‘fabrican’ y se les adjudican logros que no son más que tretas artificiales, pseudoeventos”, asegura el crítico cultural Ellis Cashmore en su libro Celebrity Culture.
Según The New York Times, la firma de relaciones públicas Brown Lloyd James ganó $5.000 solamente por conseguir la visita de Joan Juliet Buck al país.
La firma no tuvo dificultad en posicionar a Al-Ásad en revistas para mujeres.
La versión francesa de Elle la incluyó en su lista de mejor vestidas del 2009. The Huffington Post la presentó como una “belleza completamente natural” en un ensayo fotográfico.
Para el 2010, cuando Buck visitó el país, Al-Ásad era “glamorosa, joven y chic”, además de aguerrida promotora del gobierno sirio.
Gracias a su garbo, Asma se aseguró , hasta la fecha, no ser sujeto de las noticias de política internacional. Aún ahora, con un perfil menor, pertenece al inofensivo mundo de las revistas de moda y de chismes mientras el régimen bombardea hospitales y escuelas.
Lo mismo ocurrió, en su momento, con Imelda Marcos, poseedora de una infame colección de zapatos y esposa del yugo de Filipinas.
Princesas de Troya
Paul Biya es el líder más viejo de África. Lleva 42 años de presidir Camerún y en el 2017 su nombre trascendió por liderar un genocidio incalculable contra la población anglófona del país.
A la fecha, su esposa Chantal Biya sigue asistiendo a la apertura de tiendas de alta costura, como informó el canal oficial de Camerún la semana pasada.
Fuera de su país, Chantal es más famosa por su pelo que por su esposo. En una cumbre del 2014 en Washington, posó con Paris Hilton en una gala y The Washington Post escribió que su peinado bouffant era una “tesis de maestría de una escuela de belleza”.
Los Biya no pagaron necesariamente la consultoría de una agencia de relaciones públicas –el dato no se sabe– pero consiguieron posicionar a la primera dama como una celebridad.


“Una pecularidad de la cultura de celebridad es el cambio en el énfasis de la fama como un reconocimiento de los éxitos hacia el reconocimiento que dan los medios”, dice Cashmore en Celebrity Culture.
Transformar la vida más privada e íntima de la política hacia la farándula pública es una estrategia beneficiosa para atraer la atención y, en los casos de Al-Ásad y Kim Yo Jong, desviarla.
Publicaciones de moda le siguen la pista a mujeres como Ana Paula Dos Santos, la primera dama de Angola, un país autócrata de África en el que el 70% de la población vive con menos de $2 al día.
“Angola reinó en la Semana de la Moda de Lisboa en Portugal”, tituló la revista Forbes, en el 2015, antes de describir las marcas de alta costura que usan la primera dama y su hijastra.
El tabloide digital PopSugar publicó un artículo de moda dedicado a Peng Liyuan: “Hasta Kate Middleton podría tomar tips del estilo de la primera dama china”.
Liyuan es una artista y cantante de folk china, también una rareza atractiva en una era en la que China busca romper lazos con los fantasmas de la época represiva de Mao y su esposa.
“Los chinos son reflexivamente sospechosos de las esposas con ambiciones políticas. Hay memorias que han sido difíciles de sacudirse como Jiang Qing, la esposa de Mao Zedong y una de las conspiradoras de la Revolución Cultural; así como de la emperatriz viuda Cixí, durante cuyo reinado la dinastía Qing escuchó su última sentencia de muerte. Pero con Liyuan ahora hay un deseo de tener una versión china de Michelle Obama, una princesa Diana o una Jackie Kennedy. Una primera dama cuyo dinamismo y belleza puedan simbolizar el ascenso de la superpotencia”, escribía Jiayang Fan para The New Yorker hace cinco años.
Las mujeres de los países con gobiernos autoritarios, dictaduras y democracias incipientes se han convertido en símbolos de la cultura de celebridades porque su excepcionalidad se presta para malinterpretarse como extraordinaria.
Kim Yo Jong entró a la prensa del mundo occidental un mes después de que su hermano dijera que “los Estados Unidos están dentro del rango de alcance de nuestras armas nucleares, un botón nuclear está siempre en mi escritorio”.
Era la primera vez que daba su rostro a la prensa y presentó una cara agradable.
En la ignorancia que existe de las condiciones al interior de su país, cualquier información suya es valiosa para las noticias.
Y cuando la única información que los medios pudieron descifrar en los Juegos Olímpicos fue su sonrisa, sus apretones de manos y un mensaje de “unificación” , eso fue lo que publicaron.
A su forma también fueron víctimas, aunque no las más pasivas. Se dejaron deslumbrar por el artilugio farandulero de la fama.
Es decir, la misma arma secreta que ellos ayudaron a manufacturar.
