¿Por qué construir un hotel cinco estrellas en Pérez Zeledón? La respuesta parece obvia. “¿Por qué no?”, dice Patricia Blanco, gerente financiera de la Hacienda AltaGracia.
Mientras conversamos, el Valle del General nos muestra sus luces encendidas en una vista panorámica nocturna que se despliega para nosotros. Es tan solo uno de los paisajes que nos hipnotiza durante nuestra visita.
Nos encontramos cenando en uno de los tres restaurantes del hotel de lujo que se refugia entre las montañas de Santa Teresa de Pérez Zeledón, ubicado a unas tres horas de San José por tierra o a una media hora a la pista de San Isidro por aire.
El nombre del retiro turístico, nos cuenta, surgió como una forma de evocar la belleza escénica del lugar. También para agradecer por el excepcional mega proyecto que tienen entre sus manos.
La Hacienda AltaGracia abrió sus puertas hace apenas tres años y ya se coronó como el mejor resort en Centroamérica y el número 20 del mundo en el World’s Best Awards 2017 de la prestigiosa revista Travel + Leisure. Además, se adueñó del primer lugar en Centroamérica en el Condé Nast Traveler Reader’s Choice Awards.
Un grupo de periodistas invitados visitamos el hotel a inicios de diciembre durante dos noches para sumergirnos en la experiencia que tiene para ofrecer.
“Queremos generar experiencias que toquen el alma”, nos dice Blanco más tarde. Del grupo, quien diga que no fue así, está faltando a la verdad.
Lujo cobijado
En AltaGracia el tiempo se congela: la velocidad acelerada de la ciudad es un mito durante los días de hospedaje. A este lugar se viene a descansar, a recargar energía y a descansar más.
El clima del bosque nuboso de sus exuberantes montañas se amalgama con el tropical húmedo del Valle del General. El resultado de la mezcla no varía entre los visitantes: una vez en el lugar, no se quiere abandonar nunca.
La hacienda es la primera propiedad centroamericana administrada por la cadena Auberge Resort Collection. Su propietario, el empresario Alberto Esquivel, buscó convertir a Pérez Zeledón –un pueblo tradicionalmente dedicado a la agricultura– en una parada obligatoria para quien visite el país.
“Este hotel está hecho desde el otro lado de la mesa, no desde un hotelero, sino de un viajero”, asegura Patricia Blanco. “Él ha ido a muchos lugares y sabe que es lo que le gusta y qué es más cómodo. A pesar de que su profesión es ingeniería agrónoma, siempre le ha gustado mucho construir. La idea de la hotelería creo que le vino por el gusto que tiene por viajar y crear una actividad económica más allá de la agrícola que ha tenido siempre”.
Entender las dimensiones del lugar sin conocerlo no es fácil: el complejo cuenta con 50 casitas estilo hacienda de lujo, el área de spa y bienestar más grande de Centroamérica, una piscina panorámica, tres restaurantes con terrazas al aire libre, un centro ecuestre con más de 50 caballos y una flota de aviones ultraligeros. La inversión para su creación, calcula Blanco, ronda los $50 millones.
“No hay otro hotel como este en el país”, comenta Danny Porras, gerente de reservas. “Tenemos 350 hectáreas en total y de ellas, 40 o 45 hectáreas son de construcción. En temporada alta tenemos entre 200 y 250 empleados”.
Cuando el proyecto inició su construcción, en el 2011, tenían claro que el mayor desafío no iba a ser la infraestructura, sino posicionarse como un destino turístico en un lugar que hasta el momento, no lo era.
“Uno de los retos más importantes que tenemos es que la gente se dé cuenta de que estamos aquí, porque Pérez Zeledón realmente no es buscado como sitio turístico”, asegura Porras. “La gente cuando busca destinos turísticos en Costa Rica busca el Arenal, Manuel Antonio y el Golfo de Papagayo. Nosotros sí hemos invertido mucho tiempo en que la gente se de cuenta de que estamos de este lado de Costa Rica”.
“Al abrir un hotel en Guanacaste uno solo tiene que invertir en dar a conocer el hotel, pero no la zona”, agrega Blanco. “Es abrir brecha como destino. Estamos trabajando no solo en abrir un hotel, sino un destino turístico, que ni siquiera es un tema internacional, sino también nacional. Mucha gente de Costa Rica no ha venido a la zona a pasear”.
Marca personal
Su público meta, por el momento, se ha centrado en extranjeros. Calculan que un 80% de sus visitantes vienen del exterior y cuentan con un alto poder adquisitivo (la casa más costosa en temporada alta puede llegar a costar hasta $1.400 por noche).
Con ofertas más accesibles en temporada baja ($400 la noche, aproximadamente) buscan atraer a turistas nacionales.
La clave de su éxito, más allá de su oferta, es la atención que ofrecen: su objetivo es que el visitante tenga una experiencia auténtica de la zona.
“Una de las cosas que más resalto aquí es el servicio. Es de primer nivel. No tratamos de que el huésped nos indique qué es lo que quiere sino ofrecérselo con anticipación. Intentamos hacer lo que yo llamo un servicio ‘wao’. Cuando uno llega a una habitación ya uno la ha visto en internet o la ha visto en algún lugar. Es ese servicio lo que hace la diferencia”, dice Porras.
“Las instalaciones son de primer nivel, pero el servicio tiene que estar mucho más arriba. El personal de aquí es casi todo de la zona, como un 95%. Es gente que no viene amañada, que no ha trabajado en otros hoteles y no se les ha pegado vicios, sino que es gente muy auténtica. Son naturales, no tratan de ser diferentes. Que el hotel sea de lujo no le quita autenticidad al lugar”.
Alta cocina
La autenticidad de la que habla también entra por el paladar. Tras una cabalgata por la propiedad, el chef mexicano Ramcés Castillo nos lleva a conocer la huerta del hotel, de donde provienen la mayor parte de ingredientes que van a dar a los refinados platillos de El Bistro y Ámbar, restaurantes que tiene bajo su mando.
La palabra “huerta” se queda muy corta para la imaginación. Una caminata de más de una hora nos da una perspectiva amplia del lugar en el que estamos.
“Es una huerta orgánica de 22 hectáreas”, cuenta el mexicano, oriundo de Los Cabos. “Ahora solamente se está utilizando la mitad y la otra mitad tiene árboles, principalmente de cítricos, pero están muy jóvenes”.
Un 80% del menú lo creó él. Su meta: crear cocina internacional con ingredientes nacionales.
“Es mucho producto local lo que uso… la mayoría de ingredientes. Lo más importante que importamos es la carne de res. El marisco, el pollo, todo es local”, asegura. “Es lo que a la gente le gusta. A mí me gusta también conocer cosas autóctonas”.
Descanso garantizado
Su principal tarjeta de presentación es la relajación y la comodidad. Uno de sus mayores tesoros, sin duda, es el spa: el más grande en Centroamérica.
“El área de spa mide 1.108 metros cuadrados”, detalla Noemi Zúñiga, terapeuta física y supervisora de esa área. “Son seis salas de masajes. Dos para parejas y cuatro para una sola persona, eso sin contar que tenemos dos habitaciones aparte que son especiales para las exfoliaciones en la ducha vichy (tratamiento de dos horas que trabaja por zonas)”.
Un sauna frío, otro caliente, una piscina bajo techo, área de gimnasio, una sala de relajación para antes o después de los tratamientos: el spa tiene todo y más.
En una de las salas, una de las masajistas intenta remover de mi espalda todas las contracturas, que no son pocas. En ese momento, solo existe el olor a lavanda, la música relajante y unas manos mágicas que sanan poco a poco el dolor en mi espalda baja.
Existe también una única certeza: el puesto número uno de Centroamérica es suyo porque se lo han ganado; porque se lo merecen con creces.
“La calidad de servicio nos diferencia. Es auténtico. Es excelencia en todo desde que usted llega hasta quesale”. Zúñiga habla del spa. Sin saberlo, resume también la visita entera al hotel: ese tesoro de Pérez Zeledón que uno desearía nunca tener que dejar.