
A mediados del siglo pasado, cumplir 15 años era un gran acontecimiento social que se vio reflejado en La Nación .
Si desempolvamos los viejos periódicos de esos años, nos vamos a encontrar con cientos de publicaciones que celebraban con fotografías y pomposos textos a las “distinguidas, delicadas y hermosas” señoritas a punto de cruzar el umbral de su niñez.
Aunque esta tradición se fue perdiendo con los años, para ese entonces todas querían que su retrato saliera publicado en la sección de sociales con motivo de su natalicio. Al fin y al cabo, era la manera de presentase ante la sociedad costarricense.
Desde que el periódico nació en 1946, los anuncios de compromisos, matrimonios, graduaciones, festejos de cumpleaños, nacimientos, bautizos y hasta bienvenidas al país fueron parte importante del diario; eso hasta la década de los 90 cuando el interés por este tipo de publicación disminuyó.
Revisando las páginas de los primeros periódicos que se imprimieron, ya había espacios dedicados exclusivamente a las quinceañeras.

La primera joven en aparecer en dicha sección fue Leda María Vindas cuya fotografía salió publicada el 30 de noviembre de 1946: “Esos risueños quince años cuyas ilusiones le deseamos eternas”, reza la felicitación a Leda María. Aunque se contactó a doña Leda para recordar ese pasaje en su vida, ella no quiso referirse al tema.
Por estas páginas sociales también destacaron señoritas que a la postre se convertirían en parte importante de la historia del país, tal es el caso de Lorena Clare Facio, quien sería Primera Dama de la República durante el mandato de su esposo Miguel Ángel Rodríguez (1998-2002).
Con extravagantes adjetivos se daban a conocer la lista completa de los invitados y los nombres de las distinguidas damas de honor y de los honorables acompañantes que asistían a la fiesta.
Si la publicación era lo suficientemente grande también se incluía el nombre de los niños que cargaban las flores y los tipos de recuerdos que se iban a entregar. Aquello era un despliegue total de lujo y elogios.
Claro estaba que entre más grande y vistoso era el espacio, más comentado era el anuncio de la festejada.
De acuerdo con el historiador nacional y experto en moda, José María Milo Junco, salir en La Nación demostraba en muchas ocasiones el poder adquisitivo, la clase económica y la distinción de la familia que hacía la publicación de la señorita de sociedad.
Quizá por ello los redactores de ese entonces le ponían una especial atención a esos textos. Solo lea esta dedicatoria de 1952: “Hoy celebra su fiesta de primaveras –quince felices años de ensoñación– la señorita Rosibel Ibáñez, quien compendia en sí toda clase de virtudes, que unidas a sus encantos exquisitamente femeninos, hacen de ella una damita de excepción. Linda y buena, noble y gentil, Rosibel Ibáñez Soto es gloria del hogar muy estimable de los señores Julio Ibáñez y doña Carmen Soto de Ibáñez”. Era la moda y según Junco: “La que no salía, se sentía desmantelada del mundo”.
La preparación
Se requería de una intensa preparación antes de la publicación de la foto en La Nación : era necesario reservar el estudio fotográfico con tiempo, negociar el maquillaje y peinado, y escoger cuidadosamente el vestido.
El estudio Coto, con su inconfundible firma en las imágenes, era uno de los más buscados por los padres de las jovencitas. También destacaba Foto Pacheco y Gómez Miralles.
Las imágenes eran llevadas por los propios papás al periódico que en ese entonces estaba ubicado en San José; dada la popularidad de los anuncios, había que esperar varios días para verlos publicados.
Una de las señoritas cuya fotografía se registró en un periódico de 1963, guarda con mucho recelo su historia. Recatada y tímida todavía, pidió que su nombre no se mencionara en este artículo, pero nos contó sus recuerdos.
“Yo estaba fuera del país estudiando en ese momento, pero mis papás mandaron la fotografía de mi pasaporte. Los saludos y felicitaciones llegaban por correo”, contó.
De su experiencia, recuerda muy bien qué era lo que estaba en boga en ese tiempo y qué era lo que buscaban sus amigas para salir en La Nación .

A finales de los 40 y hasta aproximadamente los años 70 destacaban los moños altos que se fijaban con mucha laca y se llenaban de adornos. Se seguían las tendencias internacionales, aquellas que se mostraban en revistas y películas de la época.
Como las jovencitas tenían que demostrar su pulcritud y buenos modales, no había excesos en el maquillaje. “Eran colores muy naturales, con tonos pasteles y delicados”, dijo.
Las uñas hacían juego con los colores del rostro, lo mismo que los vestidos y las zapatillas. Recuerda nuestra protagonista que siempre era obligatorio el uso de medias altas (no pantimedias) y que los zapatos eran también cómodos y elegantes, con tacones pequeños que no pasaban de los seis o siete centímetros.
Para cerrar, lo más importante: el vestido y las joyas. Los trajes se confeccionaban con telas que eran traídas a Costa Rica por las grandes tiendas de esa época como la Simón y la Regis. Se utilizaban materiales finos como sedas, rasos y telas de gasa.
Las joyas eran las de la familia. Por lo general se usaban aretes de perla y delicadas gargantillas. El color rosado era el rey absoluto. Aunque con el tiempo fue cambiando, era inapropiado utilizar otro color porque opacaba la delicadeza de las quinceañeras.
En cuanto a los diseños, eran las costureras de los barrios finos las encargadas de confeccionar los vestidos.
Se inspiraban en los figurines (revistas de moda) y en los diseños que mostraban las actrices hollywoodenses del momento: se veían cortes estilo princesa, con escotes reservados y, por lo general, el largo era hasta la rodilla. Con el tiempo, se aceptaron los vestidos largos hasta el tobillo, trajes sin mangas y otros colores.
