Todo ocurrió muy rápido. En cuestión de segundos tomó una hoja y escribió un testamento, lo dejó sobre la cama del destacamento policial en el que trabajaba, se encomendó a Dios y se fue. Estaba segura que ese era su último día con vida y quería que su familia por lo menos leyera un último mensaje suyo.
El desenlace de la historia no fue tan trágico como lo había visualizado y logró salir ilesa de esa misión, que prefirió no reseñar.
Han pasado algunos años desde aquel día, cuando Daisy Matamoros se desempeñaba como policía de la Fuerza Pública. Hoy su cargo es diferente y aunque algunas cosas han cambiado, el peligro sigue siendo parte de su vida.
Ella asumió el pasado lunes 17 de febrero la Dirección General de la Policía Penitenciaria y esto no debería ser noticia, sin embargo, con ese puesto, la oficial Matamoros marcó un antes y un después en la historia policial de Costa Rica.
LEA MÁS: Justicia elige a nueva directora de la Policía Penitenciaria
“Soy la primera mujer que asume la dirección ejecutiva de uno de los cuerpos policiales más grandes y es un reto que asumo con muchísima humildad y responsabilidad”, afirmó Matamoros.
Actualmente la Policía Penitenciaria cuenta con alrededor de 4.000 oficiales y es el segundo cuerpo policial más grande de Costa Rica, solamente por debajo de la Fuerza Pública.
Tras asumir este cargo, Matamoros esboza una sonrisa al recordar cómo se inició en esta carrera en el año 2.000, cuando era funcionaria en el Poder Judicial y deseaba con todas sus fuerzas convertirse en policía.
Por mucho tiempo buscó una oportunidad que llegó de pronto un día, mientras realizaba cursos con el fin de formar parte del Organismo de Investigación Judicial (OIJ).
“El Poder Judicial fue mi primer trabajo y ahí hice de todo: desde limpiar el piso, hasta entregar notificaciones, pero yo quería ser policía. Y yo me visualizaba en el OIJ pero como no tenía licencia y era uno de los requisitos, me pongo a hacer las cosas necesarias para cumplir con los requisitos y estando en esas diligencias una excompañera de la universidad me dice ‘¿usted sabe que Fuerza Pública está reclutando?’... me fui de una vez a la Fuerza Pública y a la semana siguiente me llamaron y ahí empezó todo”, explica la abogada.
Todavía se pregunta de dónde viene esa fascinación de formar parte de un cuerpo policial, pues asegura que cuando era niña en su pueblo, en la Zona Sur, ni siquiera había oficiales de ningún tipo. Es decir, ella no era de las que decían ‘cuando yo crezca quiero ser policía’.
Tampoco sabe cómo explicar por qué eligió dedicarse a este delicado oficio, pero está segura de que es lo que más le apasiona y de que tomó la mejor decisión cuando siguió su pálpito.
“La policía tiene de todo. Es decir, un policía es un poquito de todo y es casi que el primer contacto que tiene un ciudadano con las autoridades. En el sistema penitenciario el contacto directo entre la población privada de libertad y los familiares es la policía. Entonces, de pronto nosotros podemos ser contenedores emocionales, dar diagnóstico médico... a la población privada de libertad uno le ayuda en la parte física, los acompañamos para que hagan artesanías, reciban clases, para que hagan aseo y cocinen”, comenta.
Y pese a que está consciente de que la suya es una carrera llena de riesgos, siempre ha estado dispuesta a asumirlos. Más ahora, cuando carga una carrera de más de 20 años en la que ha ha tenido que aprender a tomarse las cosas con calma, pensar rápido y con la cabeza fría.
De hecho el riesgo nunca fue un limitante para que ella decidiera dedicarse a la policía: nunca le tuvo miedo a manejar una pistola, ni se quejó por recibir algún entrenamiento. No obstante, reconoce que en varias ocasiones ha sentido miedo.
“En algún momento temí por mi vida, hay ocasiones en los que sencillamente he estado en riesgo de muerte. Somos humanos y hay miedo, pero hay que saber dominarlo y hay que saber transmitir seguridad a los demás compañeros, a nosotros nos atañe el eliminar el riesgo que obviamente es una latente en la labor, es decir, está ahí es inherente y quizá tenemos más riesgos que muchos otros ciudadanos”, reflexiona.
Su mayor temor es no poder compartir más con su familia, la misma que tuvo que sacrificar hace dos décadas, cuando decidió perseguir su sueño. Daisy Matamoros está casada y tiene dos hijos: uno de 26 y uno de 27 años.
Ellos son su mayor tesoro y fue por ellos que en algún momento tuvo dudas y continúa siendo, hasta la fecha, lo más complicado de su carrera, ya que “uno se hace policía 24/7 y el tiempo personal hay que saber balancearlo”.
Trabajar como policía implica no tener horarios fijos, se trabajan más horas de lo habitual y debe pasar días sin ver a sus familias, por poner algunos ejemplos.
“Cuando yo empecé ellos eran niños y yo me senté y les hablé, les expliqué que quería entrar al mundo policial, que eso significaba sacrificios... muchos sacrificios. Sufrimos mucho, pero lo tomaron con mucha madurez, con sus palabras de niño me dijeron que me apoyaban”, recuerda.
A partir de ese día se tuvo que mudar a San José, donde estaba su trabajo. Ellos quedaron en la Zona Sur, al cuidado de sus padres.
“Fue por decisión de mis propios hijos, porque yo los puse a decidir y ellos me dijeron que no querían abandonar la escuela en la que habían estado siempre, los amigos de siempre, el barrio de siempre y yo dije ‘sí, la policía soy yo, la que se tiene que sacrificar soy yo’, entonces yo viajaba a las 2 a. m., a la 1 a. m., es decir, yo me conozco el cerro de todas las formas: con lluvia, con sol, de noche, con sueño, sin sueño”, detalla.
Además, recuerda entre risas que el hecho de que ella fuera policía se convirtió en un tema familiar, al punto de que en ese entonces, los niños utilizaban términos policiales. "Cuando había exámenes en la escuela me decían: ‘¿mami nos va a decomisar el play station?’”, rememora entre risas.
Ahora ambos son profesionales y Daisy disfruta cada momento que comparte con los jóvenes. Para ella, un día libre perfecto incluye justamente ver una película en familia y cocinar alguno de los pocos platillos que sabe hacer.
Y es que la cocina es uno de sus pendientes, pues le encantaría aprender.
“Sé hacer cinco platillos, todos me salen de chupete; eso sí, no paso de ahí. Y yo siempre digo que voy a llevar un curso de repostería y no lo hago, pero un día lo voy a hacer y voy a traer panecillos y todos se van a morir de la envidia”, bromea.
También disfruta chinear a sus perros, hacer el jardín e ir al teatro.
Ser mujer
A pesar de que trabaja rodeada de hombres, la oficial Matamoros no se da por menos. Aunque tiene claro que todavía existe el machismo, ella prefiere omitirlo de su vida y enfocarse en lo realmente importante.
“Un tipo de discriminación que uno enfrenta es que de pronto le digan a una ‘no, usted mejor quédese y yo voy’ y no, yo también voy. Pero poco a poco los hombres van entendiendo que una también va. Por ejemplo, aquí en el sistema penitenciario cuando se abre un pabellón, para ingresar, entramos hombres y mujeres, no es que a un pabellón de varones entran los hombres, aseguran, y luego entran las mujeres. No, todos entramos por igual, porque ya hay etapas superadas”, detalla.
Pero ¿cómo se enfrentan las críticas por género?
“Con diplomacia, con tolerancia, predicando con el ejemplo, enseñando que uno puede y haciendo ver que no es una labor de hombres, que las mujeres también podemos”, añade.
Y ella no se refiere solamente a la policía, también hace énfasis en otras labores que desempeña actualmente el género femenino, como las taxistas o las traileras, a quienes se les visualiza como mujeres que están abordando labores no tradicionales.
“Hay prejuicios. Latinoamérica es generalmente concebida desde lo masculino. Pero de que saben disimular, saben disimular. Lo que pasa es que es algo que no nos hace mella, no nos afecta, es bastante diplomático y llevadero cuando los hay, pero cada vez es menos, cada vez es más concebido como lo normal”, afirma.
Coqueta
El hecho de trabajar como policía podría atentar contra su vanidad, en especial durante algún operativo o situación especial, pero en general, Daisy sigue siendo tan vanidosa como lo era desde pequeña.
Sus uñas pintadas de blanco así lo delatan, además, confiesa que no sale de su casa sin maquillaje y que para ella, no andar aretes es prácticamente un pecado. Le gusta ser coqueta, aunque reconoce que por su integridad debe ser cautelosa con lo que utiliza, al igual que todos los policías.
“Uno tiene que estar pendiente del cuidado diario, es más yo sin un par de aretitos o sin un anillito no me siento bien, pero en el servicio me pongo lo básico. Históricamente hemos interpretado que en la policía nos tenemos que ver feos, pero es por un tema de seguridad. He visto a mujeres a quienes las toman del pelo cuando andan con cola y les han dañado las cervicales, o les jalan los aretes y les desprenden el lóbulo. También hay compañeros a los que les tratan de quitar cadenas que son rígidas y que los han intentado ahorcar; entonces no es un tema de que nos queramos ver masculinizadas, se trata de eliminar riesgos”, explica.
Al final, Daisy Matamoros sabe que su aspecto es lo de menos y que lo verdaderamente importante es levantar la institución que por primera vez ve en la silla de la dirección a una mujer que está dispuesta a escribir una página llena de objetivos cumplidos en la Policía Penitenciaria.
