“Querido ChatGPT. Siempre has estado ahí para mí: las noches enteras preparándome para mis exámenes (...) Siempre sabías exactamente lo que necesitaba a partir de una simple petición. Nunca dijiste que no (...). Nunca pusiste los ojos en blanco cuando te pedí: ‘una vez más, que sea simple y conciso’ (...) Pero ese es exactamente el problema. Tú das y das, y yo sólo recibo”.
Olivia Han tiene 16 años y cursa el colegio en el estado de Washington. The New York Times publicó su texto el 18 de junio de 2025 y, más allá de agradecer a la herramienta por los últimos meses de ayuda, allí se comprometió a dejarla ir. “Cuando te doy mis ideas para que las organices, pierdo algo más que creatividad: pierdo una comprensión más profunda de mí misma. (...) Ahora, me voy a alejar”, sentenció.
Entre la larga lista de discusiones que surgieron desde la llegada de ChatGPT, quizá una de las principales se ha centrado en la educación: el plagio y la redacción de textos. Para muchos, ya no es necesario sentarse frente a un escritorio y pensar, durante horas, cómo estructurar un ensayo.
Este mes, un grupo de investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) publicó un estudio sobre la acumulación de deuda cognitiva al utilizar un asistente de inteligencia artificial (IA) para redactar textos.
El estudio, según reseña la revista Nature (que difundió los resultados del análisis), fue lanzado antes de su revisión de pares porque una de las investigadoras a cargo asegura estar preocupada por la educación. Asimismo, como suele ocurrir con estudios neurológicos de este tipo, la muestra es relativamente pequeña y tendría que extenderse para sacar conclusiones más sólidas.
Tomaron 54 estudiantes de entre 18 y 39 años y los dividieron en tres grupos para poner a prueba sus habilidades de escritura. A algunos se les asignó completar la tarea con ayuda de IA, a otros con motores de búsqueda y a un último grupo, sin apoyo tecnológico alguno.
El resultado: un cerebro más perezoso en quienes se apoyan, en su totalidad, en la inteligencia artificial.
“La conectividad cerebral se redujo sistemáticamente con la cantidad de apoyo externo: el grupo de solo cerebro mostró las redes (cerebrales) más fuertes”, dicen los investigadores.
“La escritura asistida provocó un perfil de conectividad generalmente más bajo. (...) La presencia de un LLM (Large Language Model/IA) parece haber atenuado la intensidad y el alcance de la comunicación neural”, agrega el estudio.
Otras investigaciones lo confirman. El 3 de enero, en la revista Societies, se revelaron los resultados de un estudio en el que participaron 666 personas en el Reino Unido. “A medida que las herramientas de IA se integran cada vez más en la vida cotidiana, su impacto en las habilidades cognitivas fundamentales merece una cuidadosa consideración”, concluye el investigador, Michael Gerlich.
Como un menú de posibilidades, la IA ofrece contenido a la carta. Cada vez se vuelve menos necesario detenerse a pensar. En solo segundos y con información mínima, la herramienta es capaz de resolver complejos cálculos matemáticos (a veces con errores), o bien redactar un texto completo que raye en la perfección (al menos a simple vista). Para profesionales del lenguaje, son textos “sin alma”, “vacíos de contenido”, ensayos “carentes” de matices personales.
“Valoramos más la individualidad y la creatividad que la ‘perfección’”, reconoce una profesora de inglés dentro del propio estudio de MIT.
Aunque los investigadores aseguran que es necesario seguir indagando para comprender el impacto de la IA en el cerebro humano a largo plazo, reconocen lo que es innegable: la inteligencia artificial ahorra tiempo, y mucho.
Ahí radica el debate. ¿Cuán beneficiosa o contraproducente puede ser? ¿Debería implementarse en las universidades para optimizar el trabajo? Llegar a una conclusión sería apresurado.
Oxford, la mejor universidad del mundo, anunció en marzo una alianza con OpenAI, la empresa creadora de ChatGPT. Anne Trefethen, vicerrectora digital de la institución, explicó que la herramienta les permite enriquecer el programa de investigación, fomentar el desarrollo de habilidades y “liberar su vasto potencial”.
En la Universidad de Duke, otra de las mejores instituciones en educación superior, se lanzó el mismo aviso hace un par de meses y, desde el 2 de junio, sus estudiantes cuentan con acceso gratuito e ilimitado a GPT-4o. No obstante, existe una política de uso que depende del profesor de cada curso.
Así, otras instituciones también han sumado la inteligencia artificial a sus procesos. Ante la realidad inminente de su existencia, quizá lo necesario sea simplemente aprender a utilizarla, justifican.
Mientras la controversia continúa, parece entonces que la decisión de cuánto delegar a la herramienta depende de cada persona. Sentir que se pierde la comprensión más profunda de uno mismo, como le ocurrió a Olivia, podría ser una señal de que llegó el momento de dar un paso atrás, dejarla ir, o bien, aprender a regularla.

