Faltan siete días para que se inaugure por 113° ocasión el Campeonato Nacional de fútbol masculino. La espera para los más fiebres ha sido larga, 68 días para ser exactos, y aunque sí ha habido fútbol en la televisión –Copa América, Copa Oro y el mejor Mundial Femenino de toda la historia– pocas cosas levantan tantas pasiones en Costa Rica como el fútbol de la Primera División, el cual a lo largo de su historia ha convocado a miles de jugadores que, quizá sin dimensionarlo, nos han emocionado con su talento, entrega y, por supuesto, goles.
Así lo entiende y lo explica el periodista José Antonio Pastor Pacheco, quien junto al legendario comunicador Javier Rojas (Q.e.p.d), publicó recientemente el libro Historias de lucha, pasión y goles, el cual hace un registro estadístico y gráfico de los 110 campeonatos de la máxima categoría, disputados entre 1921 y el 2018.
“Es un libro que recoge el esfuerzo de muchos colegas y el anhelo del aficionado por contar con un registro detallado de los torneos de la Primera División. Visualizo a manudos, heredianos y morados discutiendo, con el libro en mano, qué equipo ha sido el mejor en la historia, pero también veo al liberto y orionista recordando glorias pasadas”, comentó el autor, quien es un genuino aficionado al deporte rey.
El libro no solo está lleno de registros y datos, sino que también abundan anécdotas de esas que se vuelven más amenas en medio de una tertulia y una taza de café por la tarde.
Revista Dominical conversó con Pastor, quien ahondó en los episodios que ayudaron a construir la historia del deporte más popular del país . Dicho esto,… ¡Vamos al fútbol!
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“Cuidado que el balón chima”
La primera mejenga se jugó en 1874, un domingo en La Sabana– no podía ser de otra manera–. Los hijos de las familias más adineradas celebraron su reencuentro con un juego que aprendieron durante sus estancias en Inglaterra. Sin saberlo, Roberto Montealegre, Luis María Quirós, Juan Bautista Quirós, Ricardo Salazar y Benito Alvarado serían los progenitores de un pasatiempo que con los años heredaría las glorias de un verano italiano que ya todos conocemos.
Todo inició en el costado noroeste del parque. Para mucha gente fue una conmoción ver a los jóvenes más adinerados de San José correr sudados tras un balón de cuero y con zapatos con clavos en la suela. Además, los pioneros del fútbol usaban boinas para amortiguar el impacto del balón, el cual se volvía más áspero cuando se mojaba bajo la lluvia o se calentaba bajo el sol. Solo los más valientes– o tontos– se atrevían a atravesarle la testa a la pelota en movimiento.
Esta práctica se popularizaría en poco tiempo; la gente no solo quería jugar al fútbol, sino también verlo y entenderlo. Los encuentros se llenarían de espectadores que se juntaban alrededor la gramilla para presenciar lo que ocurría. Los aficionados fumaban, vacilaban mientras veían el vaivén de la bola. Algunos eran tan vivos que se metían a la cancha para detener a un delantero que se escapaba por el extremo del campo.
Así fue como Costa Rica se convirtió en uno de los primeros propulsores del balompié en Latinoamérica. No pasaría mucho tiempo para que aparecieran los primeros agrupaciones. En 1904 se fundaron dos equipos, el Costarricense y el Josefino. El primero integrado mayoritariamente por extranjeros y el otro por nacionales. Así nació una breve rivalidad que se mantuvo a lo largo de 10 años. Sin embargo, el campeonato no se organizaría hasta el 13 de junio 1921.
La Liga Nacional de Fútbol estaba formada por un representante de cada uno de los siete clubes interesados: La Libertad, Sociedad Gimnástica Española de San José, Club Sport Herediano, Liga Deportiva Alajuelense, Club Sport Cartaginés, Club Sport La Unión de Tres Ríos y la Sociedad Gimnástica Limonense, aunque esta última desertó el torneo pues no podía asumir los costos que requería transportar al equipo constantemente.
Entre los caribeños había un joven conocido como Juan Gobán. Era tan destacado que el club La Libertad decidió traerlo a la capital e incorporarlo en sus líneas.
Gobán falleció muy joven– a los 26 años– y su nombre quedó inmortalizado cuando la municipalidad de Limón bautizó al estadio de la ciudad con el nombre de este deportista que destacó, además, en boxeo, atletismo y cricket. Un todo terreno y una inspiración a los futuros atletas de la provincia del Atlántico.
El primer campeón de Costa Rica fue el Club Sport Herediano. Los florenses fueron guiados por un elegante volante creativo llamado Eladio Rosabal Cordero. Pero a como era de bueno con la pelota también era de peleón. En 1923, Eladio fue suspendido por seis meses junto a otros jugadores rojiamarillos por protagonizar un tremendo pleito con los futbolistas de la Liga Deportiva Alajuelense. Supuestamente hubo una falta que no se sancionó y el zafarrancho se desencadenó... mas no sería la última vez que eso pasaría en el fútbol criollo.
Llegan los primeros extranjeros
La fama de los equipos de Costa Rica empezó a ganar atención fuera de las fronteras. Según Pastor, Frank Mejías fue el primer extranjero en competir en el fútbol nacional.
“El tipo llegó de Cuba y se alineó a las filas del cuadro La Libertad. De acuerdo con los registros históricos, Mejías llegó en 1926 durante una gira que realizó el conjunto isleño de La Fortuna”, recordó pastor.
El cubano participó solamente en tres partidos oficiales y dos amistosos. Posteriormente, a finales de ese mismo año, fue contratado por una compañía de circo que se dirigía a Estados Unidos y nunca más se volvió a saber de él.
En 1932, llegaría de Cataluña un tal Ricardo Saprissa, un atleta versátil que se incorporaría a las filas del Orión. Para ese entonces, lo más llamativo de Ricardo era que tenía un juego aéreo adelantado para su época, pues podía hacer pases con la cabeza. Dicha técnica dejó a todos los espectadores boquiabiertos; sin embargo Ricardo se retiraría después de unas cuantas jornadas debido a las lesiones que aquejaban sus rodillas. Eso sí, el verdadero legado de Saprissa se vería años después en la dirección técnica y en la administración del Club Orión y de esa otra institución que ya todos conocemos.
Alajuelense contra Boca Júniors
El 25 diciembre de 1950, Boca vino a Costa Rica para retar al campeó de aquel entonces, la Liga Deportiva Alajuelense. Los bosteros llegaron con jugadores de gran renombre, entre ellos José Manuel Moreno, para muchos el mejor jugador argentino de todos los tiempos (se peleaba ese lugar con Alfredo Di Stéfano, pero en Argentina lo mencionaban como el mejor). Es como si en la actualidad llegara el Barcelona con Messi –y que sí jugará–.
El encuentro se realizó en el Estadio Nacional que se abarrotó a más no poder (de por si todos estaban de vacaciones). El partido terminó 1-1 y solo tuvo un verdadero protagonista: el arquero de los manudos, Carlos Alvarado, quien le atajó un penal a Marcos Ricardo Busico.
El ágil guardameta frenó las constantes arremetidas de los suramericanos. Fue tal la actuación de Alvarado que al finalizar del juego, el presidente de la República, en ese entonces Otilio Ulate Blanco, bajó del palco para obsequiarle su reloj de pulsera. Alvarado fue sacado del estadio en los hombros de la afición; sin importar los colores fue un momento muy grato.
Un erizo, un flaco y un chompipe
El primer duelo entre morados y rojinegros fue en 1949 y el marcador fue un 6-5. ¡Fue un partidazo! Nunca más se volverían a marcar tantos goles en un clásico. Los equipos jugaron tan abiertos que los mayores ganadores fueron los aficionados presentes. El partido estuvo en la boca de todos durante meses y así nació una áspera rivalidad que a la larga beneficiaría a ambos.
Por un lado los manudos dejarían de ser un equipo provincial y empezaría a captar seguidores a lo largo del territorio nacional. Por su lado Saprissa, que apenas tenía dos años de existir, se colocaría como el conjunto dominante de la capital y empezaría a erosionar a sus vecinos, el Orión FC y a la Libertad.
Uno de los clásicos más llamativos sería el de la primera vuelta de 1957. Saprissa llegaba a Alajuela con un escandaloso invicto de cinco jornadas en las que el portero Mario Flaco Pérez no había encajado ni un solo tanto. Para ponerle emoción al cotejo una familia de Alajuela donó un chompipe que sería entregado al jugador que le marcase al Flaco. Si nadie lograba anotar entonces la recompensa emplumada sería para el cancerbero.
Ese día el estadio se llenó hasta a la banderas, tanto así que la gente se subió a los camerinos y el techo de estos se derrumbó. Fue un desorden. Muchos de estos aficionados terminaron en el hospital. Eso sí, el fútbol no se detuvo.
El mítico Juan Ulloa acabaría con la imbatibilidad del Flaco cuando corría la media hora del partido. El delantero manudo mandaría un balazo en la pura escuadra del arco defendido por Chavarría y el chompipe terminaría cocinado en la mesa de los rojinegros, que a la larga ganaron el partido 2-0.
La profesionalización llega tarde
1974: El mundial y la Naranja Mecánica de Johan Cruyff, quien llegó a predicar un fútbol total que no solo requería talento y técnica sino también de jugadores atléticos que pudieran correr, saltar, meter cuerpo a lo largo de 90 minutos.
Mientras eso pasaba en Europa, en Costa Rica la mayoría de los jugadores trabajaban y entrenaban durante la hora de almuerzo.
Algunos llegaban, corrían cinco vueltas a la canch y practicaban un colectivo. Tras finalizar el entrenamiento se duchaban y almorzaban un emparedado de jamón con queso acompañado de un refresco. Los que no tenían carro tenían que regresar al trabajo en bus y persignarse a que nadie se diera cuenta que iban tarde.
Al final de la década de los 70, Saprissa y Alajuelense apostaría por entrenadores de la desaparecida Checoslovaquia, campeona de la Eurocopa de 1976. Josef Karel llegaría a Saprissa y el Alajuelense contraría a Ivan Mraz: los dos checos serían campeones en 1977 y en 1980, respectivamente.
Más allá de los títulos, el legado de los checos se puede cuantificar en la filosofía que privilegia la preparación física y táctica para interpretar el deporte.
Los jugadores dejaron de preocuparse de lavar la ropa, comprar los zapatos y hasta de la alimentación; lo único que tenían que hacer era entrenar, jugar y ganar.
Esta profesionalización vino de la mano con la comercialización del juego. Empezaron a aparecer las primeras mascotas y el Cartaginés fue el primer conjunto en tener un patrocinador en su camiseta.
En 1985, la Selección infantil clasificaría a su primer mundial y perdería todos los partidos. Pero quedaría la sensación que Costa Rica tenía lo necesario para alcanzar las grandes justas planetarias. Cinco años después, aparecería una generación compuesta por Hernán Medford, Ronald González, Alexandre Guimaraes, Óscar Ramírez, Gabelo Conejo y otros jugadores que pavimentarían el camino con destino un verano italiano que nunca olvidaremos. El resto es historia.