Rosita sin apellidos (¿para qué?) tiene un collar con una foto de su madre cuando era joven. Tiene diminutas mariposas celestes en sus uñas, la rodilla desgastada y el corazón cansado.
Dice que hace unos meses su esposo falleció. Tenía 75 años. Rosita tiene 70.
Se conocieron desde pequeños. Fueron vecinos en barrio Luján y, por las dimensiones del espacio, se veían con frecuencia. Un día se toparon en una fiesta de una tía de Rosita.
“Carlos me invitó a bailar porque yo estaba muy aburrida. Él era un hombre muy serio pero le gustaba la música, los boleros especialmente. Creo que al final por eso nos casamos, porque sin darnos cuenta pasamos mucho tiempo juntos”.
Cuando su marido murió, Rosita no asistió al funeral.
“Él y yo teníamos un pacto, y todos lo sabían. Nos prometimos no vernos en el ataúd. Ese día me quedé en la casa cuidando a mis nietos”, cuenta Rosita mientras guarda su bolso en el área de “guardarropía”, que cobra ¢300 el paquete. Solo se permite uno por persona.
Rosita y yo estábamos en el Polideportivo Aranjuez, en San José, donde –desde hace 10 años– se invita a adultos mayores todos los viernes a un baile que se se inicia a las 2 p. m. y finaliza a las 5.
Se escucha desde boleros hasta cumbia, bachata y swing. Solamente no se baila el Viernes Santo.
El programa se llama Crepúsculos Románticos y es financiado por la Municipalidad de San José.
El 14 de febrero celebran su aniversario.
Ese viernes fue la segunda vez que Rosita asistía.
“Mi nieto, que tiene 14 años me enseñó a usar Uber. Así llegué”, me dijo. Estaba junto a dos amigas. Cuando entraron tomaron sillas de plástico y se sentaron cerca de la pista; un planché de concreto, liso y cálido que recibe el sol de la tarde.
Estaban esperando a que las sacaran a bailar.
Los cimientos
A las 3 de la tarde, la cumbia sonaba fuerte. Desde muy arriba, los árboles mandaban brisa de verano y sombras para los pies que no dejaban de golpear el suelo.
La cumbia es, de acuerdo con don Manuel, la voz del pueblo.
“Escuche el tambor; la línea rítmica. Afine el oído. No escuche a la gente. Póngale atención a la música”.
Don Manuel tiene dos años asistiendo al Polideportivo, y dice no haber faltado desde que empezó.
“Fue amor a primera vista”, aseguró.
A nuestro alrededor había, más o menos, 300 personas. La mayoría sumergidas en sí mismos, en la música. El baile es prioridad. Pero no se baila con cualquiera. Están los chicos guapos que caminan entre la pista tanteando el panorama, y están los que bailan hasta solos.
También llegan los primeros, los primeros primeros, los que llegaron desde el día uno, hace 10 años, a conocer la pista. Una de ellas es Ana Isabel Garro.
“Este es un lugar importante para nosotros porque nos despeja la mente. Nos mantiene sanos y alegres. Por eso desde que empezó estoy aquí, porque se convierte en salud”.
La doctora corazón
Para mí, bailar en la pista, está prohibido. Hacerlo sería ir en contra de la ley. En Crepúsculos Románticos solo pueden bailar personas mayores de 50 años; los hombres deben usar pantalones de vestir y las mujeres no pueden enseñar el escote.
Son acuerdos tácitos –y escritos– que parecen ir de la mano con la época que tratan de recuperar.
Los años dorados.
En un intento por saber por qué bailan los que bailan, sondeé lo que pude. Pero tratar de conversar con estas personas es tan inútil como atravesársele a una ambulancia. No hay tiempo que perder. Cada canción es una oportunidad para estirar las manos, los pies.
A hablar al parque.
Al otro lado de la pista, Olga Serrano Brenes estaba sentada a pesar de que parecía no querer estarlo.
Alguien me dijo que hablara con ella, con la “doctora corazón”.
Serrano tiene 79 años, y se encontraba un poco afectada de la presión. Su malestar se debe a que hace poco terminó una relación que no le hizo bien.
“Resultó ser otra persona después de todo”.
Olga, o “la doctora”, solía ser enfermera. De ahí su apodo. Asiste a los bailes de Aranjuez para olvidar mucho de lo que vio durante esa época. “Necesito despejar la mente de vez en cuando y estar acá se pasa bien. Estamos entre amigos y conocidos”.
La mayoría tiene tantos años de verse a la misma hora y en el mismo lugar, que ya comparten más que el idioma.
Saben quién está enamorado de quién. Quien se peleó con quién. Hasta le fecha, han realizado “510 eventos ininterrumpidos”.
Desde que se creó el programa, algunos calculan que se han formado cinco parejas de matrimonio formales. Sin embargo, la naturaleza del juego es que todos estén solteros.
Visto desde otra manera, Crepúsculos Románticos es también un punto de encuentro para adultos mayores que han enviudado o están “en busca de amor”, como muchos aseguran.
El aire libre
Por unas cuantas horas, entre mucho verde, estas personas encuentran uno de los espacios mejor aprovechados de la capital.
El Polideportivo Aranjuez, además de ofrecer el espacio los viernes, alberga los sábados la Feria Verde que ofrece productos orgánicos de pequeños y medianos comerciantes. También hay ventas de comidas, o artesanías, se imparten clases de yoga, etc.
Ese día, mientras la cumbia sonaba fuerte y don Manuel me aseguraba que “esa música es la verdad. Verdad con mayúscula”, un niño le daba la vuelta en bicicleta a la cancha de fútbol.
Alguien corría alrededor de la cancha, pero por fuera. Los pájaros cantaban y el viento soplaba fuerte. El sol entraba apenas para abrazar los brazos descubiertos de señoras que se habían maquillado y perfumado con esmero unas horas antes.
De pronto se percibía bienestar en todo el espacio. La energía provenía de un templo sagrado. Había comunión y comunicación entre las volteretas. Se hablaba, se reían.
Hubo parejas que nunca se sentaron durante las tres horas. El cuerpo en movimiento lo cambia todo. Para Rosita, por ejemplo, asistir es ahora “sagrado”.
“Me llena el espíritu venir acá y reírme un rato. Para usted debe ser curioso estar dentro de tantos viejillos, pero aquí todos tenemos alma joven. Vea como bailan”.
Rosita estudió medicina pero nunca le gustó realmente. Prefirió trabajar en el negocio familiar de hotelería. Por mucho tiempo administró varios complejos turísticos y vivió en Puntarenas donde aprendió a pescar. A Carlos, dice Rosita, no le gustaba el calor.
“Yo no le hacía mucho caso porque la vida de ese entonces me permitía leer mucho. Esa siempre fue mi actividad favorita. Ya casi no lo hago porque tengo la vista cansada. Leí mucho sobre la sociología. Me obsesioné con estudiar los comportamientos posibles, y así me di cuenta que sufría de mucha pena. No me atrevía a estar sola. Por eso cuando me contaron de este programa dudé mucho en venir. Me intimida bailar sin pareja”.
Carmen, una de las amigas de Rosita, no piensa como su querida “hermana”.
“Es que Rosita es muy tímida. Por eso es que no deja tan siquiera que le tomen una foto”, explica Sugey, la segunda amiga.
“También porque hay que posar. Esa es la razón por la que no acepto ser fotografiada. Porque no soy de poses”, refuta Rosa.
La “Doctora Corazón” entonces se acerca para continuar con la discusión. No se conocían. Ahora sí. Quedaron en tomar café la próxima semana. “Apuntame como Doctora Corazón. Así me nombraron”.
Medio tiempo
De pronto, el DJ pausa la música. “Es que van a celebrar un cumpleaños”, explica Humberto López. “Más tarde hacen la rifa”.
Angélica Méndez fue la homenajeada. Tenía la rodilla adolorida y no podía bailar mientras los presentes le cantaban feliz cumpleaños. Entonces su amigo Julián se acercó para bailar con ella mientras seguía sentada. Se tomaron las manos y no pudo resistirse más. Angélica se puso de pie.
Como si aquello hubiese sido un milagro, la gente aplaudía. Una hora después se rifó un pollo asado entero.
Los minutos parecían no pasar a pesar de que oscurecía. Un merengue revivió a los que ya pensaban en partir. Más personas comenzaron a llegar.
Para dimensionar lo que sucedía en el planché, don Humberto me invitó a su mirador personal, unas gradas cercanas al área de baile que dejan ver todo en miniatura.
“Esa señora que usted ve sentada ahí, plancha ropa como oficio. Viene todos los viernes, y aprovecha para vender chances también. Almuerza aquí, pero casi nunca le he visto bailar. El señor de bigote blanco de allá enviudó hace unos meses. Lo trajo su hermano, el de pantalón azul, porque él llegó aquí con una novia, pero terminaron y ahora que los dos están solos vienen a ver a quien conocen. Luego, esas señoras que venden comida son un amor. Preparan todo tan bien. Vea, aquel señor en silla de ruedas tiene noventa y pico de años, y no se pierde esto”.
Don Humberto nació en Cartago. Fue agricultor por muchos años, hasta que se dio cuenta que su cuerpo estaba muy cansado para pasar tanto tiempo con la espalda encorvada. Con ayuda de unos cuñados, logró montarse una carnicería. Pero admite que todo el tiempo, lo único que quiso hacer, fue bailar.
“Bailar, bailar, bailar. Es todo lo que me interesa. El contacto humano; compartir con personas que la quieren pasar bien. Que no les da miedo mandarse a pista aunque no sepan bailar. A mí no me interesa estar con personas que lo ven a uno feo, o que se apenan por lo que pueden decir los demás. Creo que el baile es sagrado; es como una forma de vida”.
Después de estar casado por 37 años, ‘Betico’, como le dicen sus amigos, decidió divorciarse. Una vez soltero tuvo que buscar rumbos que le dieran “prosperidad y gozo”.
“Ya uno está viejo. Es la verdad. Aquí hacemos muchas bromas sobre la muerte porque no hay otra forma de verlo. Pero no es lo que tenemos en mente cuando bailamos. Todo lo contrario. A mover el esqueleto. Si usted quiere saber si está vivo o no, vaya baile y vea cómo se siente. Lo determina todo”.
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