Nombre:Nidia María Castillo
Edad: 47 años
Residencia: Heredia
Cuándo recibió el primer diagnóstico: 2010
Hace tres años, en el chequeo anual, mi ginecólogo notó una manchita que no le gustó. Me sugirieron que me realizara una mamografía, un ultrasonido de mamas y una biopsia. Cuando a uno le hacen este tipo de exámenes, uno siente mucho miedo; pero yo prefería pensar que todo iba a estar bien y que estos exámenes eran solo para prevenir.
Los resultados los recogió mi esposo. Yo estaba ayudándole a mi hija a estudiar, pero en cuanto llegó, supe que algo pasaba. “No están bien los exámenes, ¿verdad?”, le pregunté.
Él se puso a llorar y lloramos los dos sin decir una sola palabra.
Cuando a uno le dicen que tiene cáncer, automáticamente relaciona esa noticia con la muerte y tiene un montón de sentimientos encontrados. Uno piensa en su esposo, en los hijos, los hermanos y los papás.
Esa misma semana, después de haberme hecho los exámenes que el doctor recomendó, me operaron.
Yo sabía que una posibilidad era que me quitaran todo el pecho. Y así fue.
El doctor nos explicó a mi esposo y a mí que la cirugía se había complicado, que había más daño de lo que se esperaba y que había tenido que quitarme todo el pecho. Yo le contesté: “Tranquilo doctor, ¡después me pongo las chuspas como una muchacha de 20 años!”.
Nunca voy a cansarme de decir que fue Dios el que me dio la paz y la fortaleza que necesitaba. Sabía que este proceso lo pasaríamos juntos en familia y así lo hicimos.
A la revisión siguiente, mi médico me recomendó aplicar quimioterapia a pesar de que todos los ganglios extirpados habían salido negativos.
Las dosis de quimioterapia me las aplicaban los viernes cada tres semanas, entre las 11 de la mañana y 5 de la tarde.
No me habían puesto la segunda, cuando tuve que raparme y estrenar la peluca que ya me había comprado semanas antes. Pero durante todo el proceso de la quimioterapia, siempre me arreglé lo mejor que pude: maquillaje, tacones y ropa bonita.
La quimioterapia de diciembre me tocó de regalo de Navidad: el 24, y la última, en enero. Desde entonces, tomo una pastilla todos los días.
El pelo ya me creció. Aún no me he hecho la reconstrucción, pero no es cosa que me apure.
Hago una vida completamente normal y aprendí a ver la vida de otra manera, a priorizar a mi familia, que al final es lo más importante.
Cada vez que me toca el chequeo anual, me da susto; pero siempre voy. Por cierto, el 8 de octubre tuve la cita de control y, gracias a Dios, todo está bien.