Puntarenas. Cuando el pasado miércoles Luis Enrique Víquez Galagarza se despidió oficialmente del deporte federado, en una noche porteña de estrellas y luna plateada, su mente viajó hacia el pasado para rememorar las épocas de gloria y sufrimiento en las cuales lo acompañó un balón de futbol.
Su fuerza, entrega y juego en extremo corajudo, al filo de la navaja, fueron su estilo, porque siempre brindó mucha seguridad al mediocampo de cada uno de sus equipos. Pero fuera del mismo, los vicios y los malos amigos -según confiesa- acabaron con su matrimonio y condicionaron su vida a una terrible dependencia por ingerir licor.
Ahora, a los 34 años, con un carácter más mesurado y maduro, el corpulento personaje se siente realizado y quiere reconstruir su existencia.
Para ello, no oculta hablar de su gris pasado, porque sabe que las épocas de penuria le sirvieron de enseñanza; para retomar sus deseos de volver a jugar y, tras retirarse en un amistoso entre el Puntarenas glorioso de 1986 y el actual equipo (este último ganó 6 a 0), para forjar un mañana mejor.
Inicios difíciles
Símbolo de la garra y el pundonor, la historia de Víquez Galagarza comenzó hace casi tres décadas, cuando se divertía con el balón a los 7 años, en la pequeña canchita de gramilla alta y marcos hechos de bambú y guácimo, que pertenecía a la escuela Julio Acosta García, de Paquera, Puntarenas.
Fue su padrastro, Domingo Mingo Camareno Camareno -ya fallecido-, quien le regaló sus primeros tacos de futbol. "Ese día estaba loco de alegría. No sabe cuánto se lo agradecí. Me duraron una eternidad, porque los cuidaba mucho y me daba lástima gastarlos".
En las cercanías del estadio Lito Pérez, el mismo escenario que lo despidió del futbol profesional, Galagarza participó a los 10 años en el campeonato escolar del circuito, en el que logró campeonizar y obtener el título de goleo, bajo la dirección de Efraín Payín Bosques, su primer manejador.
Su ascenso, luego, fue vertiginoso. Pasó del Colegio de Paquera al equipo menor Paquira, hasta que Alvaro León Trigueros, entonces presidente de Puntarenas, lo llamó a la división de promesas, en 1981.
Ese mismo año ascendió a la Primera División y debutó en Limón, pero su mayor recuerdo fue cuando integró la Selección Juvenil, en 1982, porque fue la principal atracción goleadora en el NORCECA de Guatemala.
Luis Enrique asistió también a la Olimpiada de Los Angeles 1984, en la que participó en la gesta por el gran triunfo sobre el campeón mundial Italia (1 a 0). Contribuyó, además, al campeonato de su amado Puntarenas, durante la convincente campaña de 1986; sin dejar de lado que, por lo general, fue figura que sobresalió siempre por su regularidad en muchos domingos de futbol.
Pero el capítulo negro de su vida se cumplió cuando cayó en las garras del alcoholismo, su peor enemigo. Esos años, entre 1988 y 1995, los recuerda como tiempos de fiestas, de sufrimiento permanente por llevar una vida bohemia, que lo llevó a cavar su propio calvario, perder su familia y hasta dejar el deporte.
"Fue una etapa difícil, porque tenía problemas de todo; pero seguía en el futbol, porque me entregaba a fondo y siempre hallaba una excusa para que me perdonaran. Yo era importante en el equipo.
"Cuando me casé, creí que había conseguido todo y me volví irresponsable. Pero, gracias a Dios, me recuperé al tomar la decisión de dejar el licor en el retiro. Ya para entonces había perdido el hogar y la gente que me debió ayudar más bien me querían hundir; eso me dio coraje para salir adelante".
Según confesó, logró salir del trance por la ayuda del Creador; de su madre, Elizabeth Galagarza; de su padrasto, Mingo Camareno; de Alfonso Molina, el esposo de su hermana; y de Ricardo Sardina García, su mejor amigo en el futbol. "Mis metas se me han ido cumpliendo y seguiré luchando para poder algún día ver a mis hijos salir adelante como profesionales".
Galagarza pensaba jugar un año más. No se sentía acabado. Pero el director técnico, Rodrigo Kenton, no le brindó la ocasión que él esperaba; apenas 18 minutos, cuando ingresó de cambio ante Carmelita, el pasado 28 de setiembre.
"Estoy satisfecho porque ya me retiré, pero porque creo que puedo dar más al futbol. Ustedes se preguntarán: ¿por qué me retiro? Cuando a uno no se le toma en cuenta, uno realmente se decepciona... es algo muy triste".
La decisión ya está adoptada: Galagarza no piensa volver a jugar, pese a que sí le interesa continuar ligado al Municipal Puntarenas, como gerente deportivo. Para lo cual, planea recibir cursos de mercadeo y administración deportiva, sin olvidar su deseo por concluir sus estudios en educación física.
Se despidió en una noche porteña de estrellas y luna plateada, con poca afición, aunque rodeado de sus compañeros de ayer y hoy. Esta es la historia de Luis Enrique, un hombre que subió a lo más alto y cayó a lo más profundo, pero que supo levantarse de las cenizas... un legado de gran valor.
* Colaboró en esta información Rodrigo Calvo Castro, redactor de La Nación