Año y medio después de su última carrera de clase mundial, la costarricense María José Vargas se vio de nuevo dentro de un pelotón conformado por la élite y tiene sentimientos encontrados, porque vistió el uniforme de Costa Rica en los Juegos Olímpicos de Tokio, pero no logró completar la carrera.
Fue su reencuentro en una competencia con la crema y nata del ciclismo de ruta femenino y se dio nada más y nada menos que en una Olimpiada.
La pedalista oriunda de Miramar cumplía un sueño de estar presente en esa carrera, para la que había aportado la mayoría de los puntos en el ranquin internacional con los que el país ganó la plaza.
A la vez, volvía a ese grado de exigencia máxima y de sufrimiento en carretera que tanto había extrañado desde que comenzó la pandemia.
Durante todo este tiempo, la rutera de 25 años no había podido competir con su equipo, el A.R. Monex Women’s Pro Cycling Team, que antes era el Astana.
Su única competencia previa fue el mes anterior, en la Vuelta a Guatemala, donde sumó 414 kilómetros de carrera en cinco días.
Vargas se vio bien en el inicio de la cita nipona, llevaba un buen paso y procuraba estar en la posesión que más le favorecía dentro del pelotón.
Pero la exigencia era máxima y cuando faltaban menos de 60 kilómetros para el final perdió rueda, algo que coincidía justo cuando la carrera se endurecía con los ataques de las holandesas. Inclusive, se produjo una caída en la que se vio involucrada Annemiek van Vleuten.
Despegarse del grupo evidenciaba que ya las fuerzas de María José flaqueaban y según el reglamento no podía perder más de doce minutos, porque quedaba fuera de carrera.
El panorama no era bueno, porque ocurría justo en la parte de mayor dureza, en el ascenso a Fuji Sanroku.
Después de la 1 a. m. (hora de Costa Rica), la página oficial de los Juegos Olímpicos reportaba que la tica no terminó la competencia.
Premio a la fuga
La montaña y los repechos estaban desarmando el pelotón.
A menos de 20 kilómetros para el final, Anna Kiesenhofer de Austria lideraba la carrera como premio al esfuerzo por la escapada.
La perseguían a 1:58 Omer Shapira de Israel y la polaca Anna Plichta. El grupo estaba a 4:21. Esos registros hacían que la austriaca soñara con el oro, que finalmente quedó en su poder.
Era la última sobreviviente de la escapada que empezó con siete ruteras desde que el cronómetro empezó a correr y demostró que las fugas no solo se buscan por exhibición durante buena parte de la competencia.
A ella le favoreció que en el pelotón las selecciones favoritas se excedieron en confianza. Quizás pensaron que Kiesenhofer no era una amenaza real.
Sin embargo, su especialidad es la contrarreloj individual. De hecho, es la tricampeona nacional de su país en esa modalidad. Y a través de esa vía que dio la sorpresa.
No fue Anna van der Breggen, ni Annemiek van Vleuten, ni Demi Vollering, ni Marianne Vos, ni Elisa Longo, a pesar de que las holandesas y la italiana se pusieron a trabajar para optar por otro metal que no fuera el más codiciado, al percatarse de que ya lo tenían perdido.
Fue la austriaca Anna Kiesenhofer quien marcó la sorpresa de la jornada, al colgarse la medalla de oro en los 137 kilómetros de fondo en carretera, al cronometrar 3:52:45.
La presea de plata se la dejó Van Vleuten, a 1:15. Aunque no es el oro, esa medalla significa mucho para esta corredora que hace cinco años sufrió una aparatosa caída en los Juegos Olímpicos de Río.
Fue un momento en el que se llegó a temer lo peor, porque el golpe fue durísimo y la escena era sumamente impactante.
Esa mujer que en Río 2016 fue trasladada en coma al hospital, con una conmoción cerebral y tres vértebras rotas subió al podio en Tokio.
Y el bronce se lo dejó la italiana Longo, a 1:29 de la campeona olímpica Kiesenhofer.
Después de las participaciones de Andrey Amador y María José Vargas, el ciclismo de ruta pone fin a su participación en estos Juegos.
Pero aún falta algo y es que el ciclismo está a la expectativa de un exponente más: Kénneth ‘Pollis’ Tencio en BMX, quien el sábado emprendió su viaje a Tokio.