Ciudad Quesada. Hay victorias memorables que se llevan en el alma como el sudor en la piel.
Labradas con despliegue y fe. Tejidas con constancia pura. Hechas de emoción y éxtasis.
San Carlos hurgó en el horizonte y halló dolor en el sendero, mas siguió con la devoción del peregrino hasta encontrar la luz.
Juego intenso de principio a fin. Más intenso en el epílogo que en el inicio: partidazo en la gramilla del Carlos Ugalde, en la que Alajuelense, a pesar de su buena jornada, cayó ante un rival mejor, que tuvo la hidalguía para levantarse de un 0 a 2 que parecía incuestionable y definitivo.
Cuando apenas comenzaba a rodar la pelota, Pablo Chinchilla conectó un centro de Wílmer López, y sorprendió a la zaga norteña- que, a partir de ese instante, haría gala de su inseguridad- y le daba a la Liga un aire de triunfo prematuro, pero alentador.
Pese al 1 a 0 adverso, los de casa se apropiaron de dos argumentos salvadores: la posesión de la pelota y una constancia omnipresente.
Ambos elementos, al final, marcarían la diferencia en un encuentro cargado de emotividad y alegrías, de aplausos y de desencantos, y de luchas nobles en la húmeda cancha sancarleña.
La más noble de las faenas la ejecutaron los pupilos de Fernández Texeira, que a base de valentía y tesón le arrebataron un triunfo a la Liga, que terminó rendida, 3 a 2, en el minuto 86, tras el cabezazo de Gílberth Solano, recibido con euforia por los seguidores locales, que en un corto lapso habían pasado de la derrota a la victoria.
Riesgo y perseverancia
Pese al primer golpe, apenas en el arranque del partido, y a pesar del segundo, propiciado por Esihno, en en el comienzo del complemento, San Carlos continuó imperturbable hacia un festejo que ayer, en el 54', nadie imaginaba.
El acierto de Álvaro Mesén en el arco rojinegro y las lagunas que se desataban cada vez que la Liga contragolpeaba, eran indicios suficientes para que cualquier mortal le apostase a un triunfo manudo.
Sí era digna de destacar la labor de Benigno Guido en el mediocampo, con su experiencia y su afán; el trabajo del joven Wílberth Castro, por su perseverancia y empuje; el ahínco de Rolando Corella para pelear contra los centrales rojinegros, y la insistencia de Gílberth Solano, un gigante que correría abrazar, con júbilo y locura, a su técnico, después del frentazo impecable en el cierre del juego.
San Carlos ponía alma, vida y corazón en la cancha, pero carecía de la claridad suficiente para superar a una Liga que se aferraba a un libreto simple, pero eficaz: ceder la iniciativa y contraatacar con agudos pases a las espaldas de los anfitriones.
Con este recurso, Alajuelense contó con inmejorables oportunidades de sentenciar el partido, dos de ellas en pies de Wílmer y Miso.
Eufórico final
El solitario gol de Corella, al 54', se miraba como una mínima opción de que los anfitriones le amargasen la tarde a los visitantes, que llegaron al encuentro como líderes invictos y con su marco intacto.
Pero ese tanto solo era, en realidad, el presagio de un epílogo teñido de sorpresa, en el que los aficionados, de pie, le rindieron tributo a su equipo, con cantos, hurras y aplausos.
El modesto San Carlos doblegaba al puntero, gracias a las anotaciones de Guido, 75', y Solano, 86', símbolo inequívoco de una labor de grupo que borraría las huellas de una Liga de más virtudes que errores.
Por el ritmo, la intensidad, la fe, la constancia, el sudor y la alegría en la cancha y en la grada, los norteños vivieron uno de esos juegos que rara vez se repiten, y se salvaron de la anunciada caída, quizá para honrar aquellas palabras de que "del dolor y la derrota ha de emerger el hombre nuevo y la luz de su esperanza iluminará su eterno caminar".