
En la vida, uno ve y le pasan situaciones que preferiría no tener la mala suerte de padecer en carne propia, de un amigo o de algún conocido.
Con Thelvin Cabezas no me unen grandes lazos. Lo conozco porque es presidente de Cartaginés, el equipo centenario del futbol costarricense que en los últimos años ha padecido una severa crisis deportiva y económica.
Thelvin siempre ha sido un caballero con la prensa y la impresión que tengo de él es que, más allá de lo mal que le ha ido con el equipo, es un hombre de futbol.
Como todos los demás, trabaja en forma ad honórem, empeña su capital y hasta su salud por ver al club brumoso culminar el sueño de volver a ceñirse una corona que le ha sido esquiva en 68 años.
Por eso, me pareció de muy mal gusto la broma que algunos irresponsables del micrófono le hicieron con su supuesta muerte.
El sábado pasado, una emisora cartaginesa informó, sin ninguna verificación (condición sine qua non del periodismo) que, atribulado por los problemas del club, Cabezas se había suicidado.
La especie se regó como pólvora en la Vieja Metrópoli y la ola no se detuvo pese a que don Thelvin apareció en otros medios.
Irresponsables. Lo grave de la “broma” no fue el mal momento que vivió el dirigente, sino que su hija (a quien no tengo el gusto de conocer), al enterarse de la “información”, sufrió una descompensación que la llevó a una clínica.
Los dirigentes son figuras públicas y, en consecuencia, expuestos a los ojos críticos de la prensa.
El problema es cuando se trascienden los límites de la decencia, del buen gusto y del respecto hacia los demás, sean jerarcas o no.
También cuando se brincan a la torera las normas elementales del periodismo y se lanza una “noticia” que no se confirma y eso produce un gran daño a terceros.
Así no se engrandece a una institución, cuyo máximo activo es una afición fiel. Dar semejante “noticia” sin siquiera verificarla no es ni periodismo ni ayuda al equipo. Se le hizo daño a Thelvin, pero más aún a su familia, y eso está lejos del juego limpio.