Brujas les entra a los visitantes por la vista, el paladar y el olfato. Se le considera una de las ciudades más hermosas de Europa, y su reputación provoca que el centro esté inundado de turistas tomando fotos o consultando mapas con cara de extravío.
Hay monumentos por todas partes. Algunos de los lugares más atractivos tienen motivos religiosos, como la Catedral de San Salvador y la Iglesia de Nuestra Señora. El eje de la ciudad es la Plaza Burg, donde está el ayuntamiento, admirado y fotografiado 24 horas al día.
Este edificio, con rasgos de estilo gótico, funciona como un centro cultural con exposiciones de alto calibre. A mediados de setiembre estaba montada una galería con trabajos de Salvador Dalí; la entrada costaba 10 euros (¢6.500).
Alrededor del Ayuntamiento hay restaurantes con mesas al aire libre. Cuando el frío azota duro ponen luces montadas en carpas para subir la temperatura.
Maravillas. Las tiendas de confites y chocolates abren hasta muy tarde en la noche, por lo menos en verano y otoño. No son simples canastitas ni los corazones de San Valentín, sino elaboradas piezas de arte que reproducen los edificios y las flores de la zona.
En la región donde está Brujas se habla holandés, o flamenco, que es una variación de ese idioma. En otras partes del territorio belga –un país dividido linguísticamente– reina el francés.
Con solo unos días de haber llegado, Junior Díaz ya hizo un primer reconocimiento de terreno. “Pude estar en el centro de la ciudad, es muy bonita”.