Madrid. AP El requerimiento se lo dirigía Luis Aragonés, por entonces entrenador de un Valencia en estado de ebullición, al brasileño Romario, el goleador por definición de su época, hombre también de fuerte carácter, capaz de mandar a paseo a toda una leyenda del fútbol como Johan Cruyff, su anterior técnico en el Barcelona.
Pero a Aragonés, trotamundos y a su vez gran figura del fútbol español tanto como jugador del Atlético de Madrid en los 60 y 70 como de timonel del mismo club, y luego seleccionador nacional entre 2004 a 2008, tampoco le temblaba el pulso a la hora de encararse con el crack de turno.
Mediaba la década de los 90 y el apodado Sabio de Hortaleza, en alusión a su localidad natal, pretendía poner en cintura a Romario, superdotado para el gol pero negado con el despertador.
No lo logró y el delantero acabó haciendo las maletas, pero no sin antes llevarse un grato recuerdo y mayor respeto hacia un hombre que, hasta su fallecimiento ayer, rebosó tanto carisma como la actitud ganadora de la que adoleció durante larga época el fútbol español.
No se trató solo de la Eurocopa de 2008 que le dio a España después de muchos años de sequía en cuanto a trofeos.
El camino a la gloria del país que hoy suma otra Eurocopa más (2012) y un Mundial (2010) bajo la dirección de su sucesor, Vicente Del Bosque, empezó a forjarse en el Mundial de Alemania 2006, en que la Roja dejó definitivamente atrás el apodo de la Furia , pese a caer en octavos de final ante Francia, eventual subcampeona.
Fue en aquel torneo cuando Aragonés decidió definitivamente dar portazo a la época de Raúl González, ídolo del Real Madrid y por entonces de la selección.
Le dio la alternativa a una generación liderada por futbolistas del Barcelona como Andrés Iniesta y Xavi Hernández, además de figuras emergentes como David Villa, del Valencia, o Cesc Fábregas, del Arsenal; todos con rol protagonista en la conquista europea un par de años más tarde.
El cambio. La épica y la furia, banderas de un combinado cuyas máximas gestas televisadas en color fueron el subcampeonato de la Eurocopa de 1984 en Francia tras agónica clasificación dieron paso al fútbol combinativo, de posesión a fuego lento y definición valiente, desacomplejada, hilvanado por unos futbolistas con más fantasía que músculo.
Los poderosos saltos y remates de cabeza de Santillana en los 80 dieron paso a las elegantes cabalgadas de Fernando Torres. Centrocampistas de brega como Víctor Múnoz o Ramón Calderé, incluso defensas reconvertidos en volantes por Javier Clemente en los 90, quedaron obsoletos en favor de organizadores con telescopio fino como el madridista Xabi Alonso.
La influencia de Aragonés fue mucho más allá de un cambio de cromos, de concepto futbolístico.
Al fin y el cabo, siempre fue un estudioso del juego e innovador estratégico, apostando por un esquema defensivamente nutrido y de contraataque puro como el 5-3-2.
Romo ante las cámaras, transmitió siempre cercanía con sus futbolistas en la caseta, rompiendo la barrera generacional con armas de toda la vida que se plasmaron también sobre la cancha: sinceridad, respeto, cariño y exigencia.
Si para ello tuvo que chocar frente a frente con el hoy sevillistas José Antonio Reyes en la selección o agarrar de la pechera al joven camerunés Samuel Eto'o durante su estancia en el Mallorca, no tuvo reparos en hacerlo.
Aragonés será recordado por la instantánea de celebración de la Eurocopa de 2008 junto a sus pupilos, con el arquero Iker Casillas jaleándole micrófono en mano. Y, cómo no, mirándole a los ojos.