Jamaica es un país pequeño. Tiene 11.000 kilómetros cuadrados (la quinta parte del territorio tico) y cuenta con una población de 2,7 millones de habitantes (dos tercios de la cantidad de personas que hay en Costa Rica).
Esta pequeña isla del Caribe ubicará, con toda seguridad, a dos de sus reconocidos velocistas en la lucha por las medallas en 100 metros lisos. Los jamaiquinos Asafa Powell y Usain Bolt están llamados a deslumbrar en Pekín.
No son casos aislados. Marlene Ottey brilló durante años bajo la bandera jamaiquina, hasta que se nacionalizó eslovena a mediados de esta década, siguiendo esa moda del atletismo de cambiarse de país. También está Verónica Campbell, abanderada en la inauguración de Pekín y número uno del ranquin en 200 femenino.
Esta no es una potencia económica. Es un país pobre como casi cualquier otro del continente. ¿Por qué, entonces, Jamaica alinea a sus estrellas en el atletismo?
Bahamas cuenta con Chris Brown, tercero del ranquin para el 400 libre. Tiene buena opción de meterse dentro del podio. Otro espejo que podríamos examinar.
Costa Rica no está ahí, a excepción de Nery Brenes, que en todo caso apunta a llegar a semifinales y quizás a la final, pero muy difícilmente a la zona de medallas.
El atletismo tico debería estar para más. En Limón, particularmente, donde hay una cantera poco explotada. Después de todo, la reserva genética es igual a la de Jamaica, de donde provinieron la mayoría de los inmigrantes.
La tarea de scouteo (identificación de talentos) resulta deficiente, salvo en casos como el de Nery. Los prospectos están ahí, desperdiciándose desde toda la vida.
Partiendo de Jamaica, no es descabellado pensar que Costa Rica dejó ir estas décadas potenciales medallistas olímpicos.
Es uno de los nortes que puede fijarse el renacer del movimiento olímpico de nuestro país, que empieza a recobrar vida después del desastre de los últimos 22 años.
Si el talento se acompaña de trabajo serio, los resultados llegarán. Que lo diga Jamaica.