La revista Newsweek anunció hace unos meses, con fanfarria publicitaria, "El fin del minimalismo". Lo habíamos anticipado, por tratarse de un estilo y una moda en "Minimalismo, bazar y trópico" (La Nación, agosto del 2003). Hoy se ofrece el maximalismo que trae la novedad de los chandeliers, los damascos y terciopelos en las paredes, los boudoirs drapeados, lo flamboyant y lo rimbombante; en fin, lo pretencioso.
El maximalismo es un estilo que se inicia después del 11 de setiembre del 2001.¡Deprisa porque llevamos 41 meses de atraso en imitarlo! Esta manipulación consumista nos llega acompañada de la provocación para comprar lo que no tenemos porque promueve la arquitectura del bazar musulmán, algo que no puedo imaginar más distante de la transparencia y apertura de la arquitectura tropical. En Haití, el rey Christophe remedó un palacio versallesco que sucumbió ante la voracidad de la selva tropical, de igual modo que el quiosco del parque Vargas en Limón. La naturaleza tiene una sabiduría que a la humanidad le cuesta comprender.
Embates degradantes. El estilo maximalista está promoviendo a arquitectos para convertirlos en agentes vendedores por un momento. Ellos no deben ser confundidos con los que hacen arquitectura de autor, que reflexionan acerca de las consecuencias sociales de sus obras y que teorizan y se desviven para aportar con su arquitectura lo que le corresponde a la cultura. Para estos arquitectos que reaccionan con convicción ante estos embates degradantes, estos frívolos escarceos estilísticos resultan escandalosos, porque socavan la trascendencia social y cultural de la arquitectura y desconocen, de paso, su capacidad histórica para consolidar una sociedad.
Esta actitud no es nueva, pero no por eso justificable. En 1932, Henry-Russell Hitchcock y Philip Johnson rebajaron el Movimiento Moderno de la Arquitectura Europea y lo redujeron a un estilo en The International Style, Architecture since 1922 y, lo que es peor, enumeraron la receta para su aplicación en Estados Unidos. Los malos arquitectos repitieron las fórmulas de Hitchcock y Johnson y con su divulgación comenzó la decadencia de un movimiento que estaba fundamentado en un análisis sólido y multidisciplinario de la sociedad del inicio del siglo XX.
Creatividad orientada. Un estilo es el reemplazo de la creatividad por un modelo concebido y erigido en norma. Es algo estático y fijo y tiende a la autoimitación. En suma, es para seguidores y no para creadores. En cambio, el Movimiento Moderno promulgaba para una nueva época la libre creatividad orientada por un marco de referencia conceptual y no por recetas ni modelos.
En las últimas cuatro décadas hemos presenciado arquitecturas reducidas a un producto mercadeable bajo la forma de los siguientes estilos: posmodernismo, contextualismo, high-tech, los neos (vernáculo, colonial, santafé, etc.) y el minimalismo. Todos ellos decayeron con la misma rapidez con la que surgieron. Algunos tuvieron un trasfondo intelectual, pero fueron tergiversados a la categoría de eslogan de ventas y reemplazados cuando se agotó la marca. Así la arquitectura se transformó, para muchos, en un eslogan.
Por los valores. Recientemente la publicidad ha reconocido los efectos económicos y sociales negativos que este marchandage sin freno ha producido, ha reaccionado de una manera más responsable y promovido la fidelidad con los productos más que con las marcas. Se espera que este cambio tan radical produzca una tenacidad por los valores culturales, una racionalidad en el consumo o, al menos, responsabilidad ecológica. Tal vez la arquitectura se beneficie.
Es mejor entender lo que tenemos y lo que somos y hemos sido, para de ahí proponer lo que seremos, con pertinencia y dignidad, y con una arquitectura cultural que nos refleje.
Ya que el maximalismo ha llegado, bien haríamos en considerar el efecto de los hongos en los terciopelos, las telas de araña en los chandeliers, el moho en los drapeados y otra suerte de deterioros insanos. ¡No vaya a ser que a esas casas maximalistas les suceda lo del quiosco del parque Vargas!