“Viagra no debiera ser noticia --me decía un amigo--; yo, en este asunto de aportar recursos extra a mi capacidad sexual, creo que hay viejas y buenas soluciones”.
Pero, cuando le pregunté cuáles, apenas si me dio una pista. Una vaga pista acerca de la Tradición.
¿Y por qué no? --me dije. Veamos la famosa Tradición. Desde tiempos inmemoriales, se habla de que las raíces de alruna, el beleño y el estramonio provocan la erección masculina. También lo harían la albahaca y el jengibre, pero se debe tener cuidado porque aumentan el riego sanguíneo (como Viagra, ¿no?), mientras el perejil y el apio --cuentan-- son magníficos auxiliares en dichos menesteres, aunque estimulan el aparato urogenital. ¡Ojo!
Un hombre del Renacimiento, Mateo Colón, recordado en la novela El anatomista por Federico Andahazi, dedicó gran parte de sus insomnios a la búsqueda silvestre de una hierba milagrosa. No halló una, sino varias: las hojas de atropa o belladona, la raíz de la mandrágora, las semillas de dutura metel, la dutura ferox, el hongo de la amarita muscaria, el cláviceps púrpurea, el cannabis, la cicuta.
Los resultados de su hallazgo, no obstante, quedaron en la fase preparatoria.
Aparece Casanova. Pero, ¿por qué no acudir a alguien que haya experimentado la cuestión? Casanova, por ejemplo. Sí, Giacomo Girolamo Casanova (1725-98), Caballero de Seingalt, a quien ahora recordamos, a 200 años de su muerte.
Aparte de escritor, abogado, diplomático, violinista, timador profesional, masón y sacerdote, Casanova (y por esto se lo reconoce) fue quizá el mayor amante de la historia. Por su lecho o el ajeno, desfilaron alrededor de 140 mujeres.
Y si la bella apostura fue la base de sus conquistas, también cabe señalar que el ilustre veneciano era un experto en afrodisíacos, de los cuales nos legó la ensalada de huevos y un bizarro etcétera.
La ensalada de huevos potencia la virilidad, siempre y cuando uno le ponga salvia, hierbabuena, cebolla, pimienta negra y vinagre y la prepare un par de semanas antes de su empleo. Casanova le añadía después las yemas de seis huevos recién cocidos y esto le permitía (de acuerdo con su cálculo) una maratónica de seis sesiones.
También formaban parte de sus recetas las ostras, el caviar y las trufas, detalla su biógrafa Ruth Bombosch.
¡Agua para chocolate! Pero donde Casanova tenía las cosas claras, era con el chocolate. El chocolate bien caliente, recomendaba.
Y parece que pegó. Hace poco, unos investigadores de la británica universidad de Bristol descubrieron que el chocolate, además del ya conocido ingrediente de cafeína, es portador de una sustancia casi mágica -la phenylethynamina-, que se reproduce notablemente dentro del ser humano a través de cada ingestión.
Lo curioso es que la directora del proyecto científico llegó a esta revelación tras leer que Casanova calificaba de afrodisíaco al chocolate, cuyos efectos él pudo observar de modo directo en Anna Binetti, Teresa Imer, la señorita La Meure, la señora Dubois y media Europa.
Nada que ver el afrodisíaco de Casanova, no y no, con lo que hoy lleva el mismo nombre y es un chistoso híbrido de alcohol, cafeína y corteza de yohimbina, inepto para cualquier libido.
Frente a esto, señores, frente a la crudeza impar de los hechos, debo inclinarme ante mi amigo y admitir que nada nuevo ocurrió bajo el sol. Perdonen, pero ¡qué significan los modestos resultados de Viagra, según tele y periódico, al lado del éxito secular, probado, inefable, de un calientísimo chocolate!