
Hace 100 años nació Francisco José Orlich Bolmarcich. Pareciera extraño que un hombre con esos apellidos tan raros llegara a ser el Presidente de Costa Rica, y más raro todavía que fuera tan honrado.
Aquella antigua costumbre de respetar el patrimonio ajeno, sobre todo el patrimonio del Estado, que algunos consideran como un botín a repartir, es una costumbre que ha ido desapareciendo con el tiempo.
Cuando don Chico fue diputado, pertenecía al mismo partido del doctor Calderón Guardia, pero la conducta reprobable de aquel Gobierno lo obligó a separarse, con el fin de comenzar su pelea contra la corrupción.
Chico Orlich siempre fue un hombre de pelea: en la industria, en la agricultura, en la política y en el campo de batalla, cuando no hubo más remedio que sacar los rifles.
Dicen que don Chico era el freno de mano de Figueres: cuando a don Pepe se le ocurría alguna “locura”, Chico lo asesoraba y lo aconsejaba, y lo curioso es que don Pepe siempre le hacía caso porque Orlich había sido su amigo desde la escuela primaria y tenía como norma de conducta la prudencia, no obstante su valentía cuando se trataba de afrontar situaciones difíciles.
Con buen modo. Lo conocí en el Ministerio de Obras Públicas y allí tuve la oportunidad de hacer amistad con él. Trabajaba mucho y nos hacía trabajar más de la cuenta, pero con buen modo.
No se conocía entonces en ese Ministerio ninguna “movida” de algún jefe para lograr propinas o prebendas de los contratistas que ganaban las licitaciones.
Posteriormente, lo acompañé en las dos campañas políticas en que participó. En la primera perdimos frente a Mario Echandi. Menos mal que don Mario resultó un buen presidente. En la siguiente campaña, en 1962, sí ganamos.
Fue entonces cuando me ofreció la subgerencia del INVU, yo acepté y con esto me salvó la vida. Resulta que, en Obras Públicas, yo era el jefe de construcciones y, algún tiempo después, el ingeniero que me sustituyó en ese puesto murió trágicamente a la par del ministro Mario Quirós, en aquel desgraciado accidente de aviación que tuvo lugar cerca de San Carlos. ¡Gracias, don Chico!
Cuando se estableció la Alianza para el Progreso, el proyecto del presidente Kennedy para ayudar a Latinoamérica, descubrimos que había muchos obstáculos burocráticos para disponer de esos fondos. En una reunión que hubo en Cartago para discutir esas cosas, a mí se me fue la mano en criticar los procedimientos. Parece que al embajador de Estados Unidos, señor Raymond Telles, le molestaron mucho mis palabras y entonces, para una reunión que había al día siguiente en la Casa Presidencial, don Chico, mediante el ministro Mario Quirós, me mandó a decir que mejor yo no asistiera. Como a las tres de la tarde, me vuelve a llamar don Mario Quirós para decirme que vaya a la Casa Presidencial. Yo me fui de inmediato pensando en que, seguro, don Chico me iba a jalar las orejas o a lo mejor me pedía la renuncia. ¡Qué va a saber uno!
“Me gustó lo que dijiste”. Al entrar a la Casa Presidencial, me encontré a don Chico, quien me extendió la mano con la misma amabilidad que acostumbraba. Estaba a la par del embajador Telles, quien también me dio la mano con cierta seriedad. Después hablamos y me dijo que yo había sido un poco intransigente con los mecanismos establecidos para llevar adelante los empréstitos en trámite para los programas de vivienda. Seguimos discutiendo un rato y, finalmente, terminó por invitarme a la fiesta de la independencia de los Estados Unidos, que se celebraría en la Embajada el 4 de julio.
Al finalizar la reunión, don Chico me acompañó hasta la puerta y en voz baja me dijo: “Me gustó lo que dijiste en Cartago”.
Orlich ha pasado a la historia a la par de don Cleto porque tanto este como aquel perdieron parte de su fortuna por servirle al país. Hay otros que entran sin nada y salen con plata. Es cuestión de la estatura moral de cada uno.
Esta virtud, tan escasa hoy, debería reconocerse con un benemeritazgo. ¿No les parece? Don Chico debería ser benemérito.