El Fondo Nacional de Estabilización Cafetalera (FONECAFE) canceló religiosamente, la semana pasada, los $50 millones que, con el respaldo del Estado, se emitieron en bonos en 1992. Además de esta suma, pagó $15 millones en intereses a los tenedores de bonos y 953 millones de colones al Ministerio de Hacienda para reponer los réditos otorgados en los dos primeros años del Fondo.
FONECAFE, aceptada al principio con cautela y hasta con sospecha, tenía que hacerles frentes a tres adversarios: en primer lugar, la realidad nacional e internacional, por el agobio de la más abrupta y prolongada caída de los precios del café en los últimos 50 años. En segundo lugar, la reactivación de la actividad productiva. Era necesario tener éxito, a toda costa, a fin de que los cafetaleros recobraran la ilusión y la confianza. En tercer lugar, el desprestigio de los fondos anteriores, cuando fondo, saqueo e impunidad llegaron a convertirse en sinónimos. Un trinomio que ha causado daños considerables al Fisco y a la economía.
Hay, pues, razones suficientes para celebrar la cancelación de las obligaciones a nombre de FONECAFE, fruto de una iniciativa visionaria y novedosa del entonces primer vicepresidente de la República, Arnoldo López Echandi, secundada por la Asamblea Legislativa (Ley 7309) y seguida de una administración eficiente, sobria y responsable (una junta directiva de cinco miembros y ocho funcionarios). Aquí es justo destacar la gestión de la actual Junta Directiva que, al variar la política de inversiones de los recursos del Fondo, facilitó el pago de las obligaciones contraídas.
La creación y administración de este Fondo nos muestra, asimismo, la bondad de las propuestas nacionales o sectoriales sometidas a un análisis riguroso, discutidas y aprobadas en un ambiente de participación y de consenso, y, además, creadoras de obligaciones para los beneficiarios, máxime cuando intervienen recursos del Estado. En el caso de FONECAFE se creó, por ley, la contribución cafetalera, un tributo parafiscal sobre las exportaciones.
No basta, con todo, honrar los compromisos, disfrutar del triunfo y brindar una oportuna lección ética y técnica. Es preciso aprender de la experiencia y organizar el futuro. Merece, por ello, estímulo la decisión de que los caficultores entreguen sumas porcentuales, según el ritmo de los precios internacionales, a fin de disponer de un fondo de previsión, cuando llegue el tiempo de las vacas flacas. Este sería otro valioso aporte contra la cultura nacional de la improvisación que tantos daños nos ha causado. La fábula de la cigarra danzarina en verano contra la hormiga previsora que atesoró para el crudo invierno nunca perderá su lozanía.