Poco a poco, Cumbre a Cumbre, se va institucionalizando algo así como la "iberidad". No puede hablarse de "hispanidad" porque, sabiamente, se incluye a Portugal y a Brasil. Es cierto que en la larga época romana toda la Península era "Hispania" --"tierra de conejos", según los fenicios--, pero el desgajamiento y la independencia de Portugal -la antigua Lusitania- aconsejan retornar al viejo nombre prerrománico: Iberia. Ahí está la matriz de nuestro enorme segmento cultural: uno de los más extensos de la historia del planeta, aunque, ciertamente, no el más dichoso si juzgamos por el número de los que desean emigrar y abandonarlo. En todo caso, sobre la tierra solo hay cuatro tribus culturales realmente planetarias, y es fácil establecer el orden de importancia: la inglesa, la ibérica, la árabe, y, a considerable distancia, la francesa. Podría pensarse en una quinta, la holandesa, pero su implantación, aunque risueñamente soleada en islotes como Aruba o Curazao, carece de peso específico.
En principio no es mala idea reunir a la familia. Todo lo que sea congregar, mientras se recurra a métodos pacíficos, suele ser útil, siempre que los fines que se persigan estén encaminados a defender valores universales y no intereses de corto plazo. øCómo lo hacemos? Quizás sea conveniente asomarse a la Commonwealth que los británicos comenzaron a formar hace ya medio siglo. A esa institución hoy pertenecen 54 estados de todas las razas, religiones, continentes y niveles de desarrollo. Ahí están Canadá, Australia y Nueva Zelanda --naciones natural y felizmente desovadas por Gran Bretaña--, y están Bangladesh, la India y Zimbabue, conquistadas y colonizadas con las bayonetas del ejército imperial. Incluso, hasta se ha adherido un intruso cultural que muy poco tenía que ver con las hazañas militares de Inglaterra: Mozambique, la excolonia portuguesa del sureste africano. Faltan, sin embargo, dos naciones clave en la historia británica: Estados Unidos e Irlanda. øPor qué Estados Unidos no forma parte? Tal vez porque en los estatutos se le confiere a la corona inglesa la presidencia simbólica del grupo, y los americanos son demasiado republicanos para aceptarlo. Irlanda, en cambio, tiene razones de índole sicológica: la nación se ha hecho en pugna permanente contra Inglaterra y lucha por recuperar una identidad propia y distinta que la aleje de su peligrosa vecina.
Látigo moral. øHa servido para algo la Commonwealth? Por supuesto. Ha fortalecido notablemente el respeto al estado de derecho. Ha sido un efectivo aunque no siempre infalible látigo moral contra las dictaduras. En 1971, en Singapur, se redactó una declaración que establecía los compromisos que adquirían los miembros con los procedimientos democráticos, y 20 años más tarde, en Harare, se amplió y definió con mayor precisión. Estos textos fueron la base para el acoso jurídico y diplomático contra Sudáfrica por su política de apartheid, para desaforar a las Islas Fiji tras el golpe de 1987 o para suspender a Nigeria en 1995 cuando los militares tomaron el poder por la fuerza. En octubre de 1999, hace escasos días, sirvieron para expulsar a Pakistán por el último cuartelazo de las fuerzas armadas. Es decir: en la Commonwealth se toman en serio los documentos que suscriben los Estados miembros y el grupo ejerce una fuerte presión moral sobre los violadores de las reglas.
La íberidad parece que actúa de otra forma mucho más ceremonial y menos efectiva, rasgos, por cierto, que tal vez forman parte de nuestra curiosa naturaleza. En primer término, se trata de un grupo más excluyente. Supongo que a nadie se le ha ocurrido abrirle un espacio especial, aunque fuera en calidad de "observadora", a la comunidad sefardita, y ni Filipinas ni Marruecos han sido invitados. Es verdad que la huella española en esos territorios se ha ido desdibujando hasta casi desaparecer, mas algo queda de aquellos viejos vínculos. Pero más imperdonable aún es que Puerto Rico no figure en este cónclave, pese a que se trata de uno de los países más prósperos de América Latina. Es cierto que esa nación no se ha constituido en una república, pero si los lazos unificadores son la cultura y la historia, øcómo excluir a más de 3 millones de personas que hablan español y tienen los más altos índices de educación y desarrollo económico y social de toda Iberoamérica? Tras casi un siglo de democracia ininterrumpida, los puertorriqueños andan por los $10.000 per cápita, exportan $25.000 millones, importan otro tanto y cuentan con miles de universitarios educados en castellano, øa quién pudo ocurrírsele el disparate de marginarlos de las Cumbres, y, como consecuencia, de segregarlos de la Iberidad?
Pero hay algo más grave. Nuestra familia, menos perspicaz que la de cultura anglosajona, no parece capaz de identificar la tarea primordial de una institución como la que se pretende crear: la defensa de las libertades políticas y del estado de derecho. Si hoy la mitad de nuestra tribu es desconsoladoramente pobre, es la consecuencia de siglos de opresión y arbitrariedad en todos los órdenes de la convivencia: esa larga sucesión de dictadores y caudillos iluminados, que se burlaban de las leyes; esos militarotes abusadores e incompetentes que han retardado nuestro progreso con sus golpes de Estado, son quienes deben ser execrados de una manera diáfana por esta iberidad que se va perfilando.
El problema es que la iberidad va surgiendo sin ningún respeto por sí misma. En Viña del Mar, Chile, en 1997, todos los estados miembros se comprometieron a respetar la democracia y el pluralismo, y por lo menos en uno de ellos, en Cuba, sucedió que, a partir de ese momento, ostensiblemente, el dictador apretó aún más las tuercas de su tiranía. øConsecuencias de esta violación de las reglas de juego? En 1999, con cinco excepciones, el resto de las naciones iberoamericanas se juntarán alegre e irresponsablemente en La Habana a firmar otros papeles inútiles. Es triste, pero por ese camino no se llegará a ningún sitio. A lo mejor esa es una buena definición: la iberidad es una tribu que no se toma en serio. Un mero club de debates inocuos.
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