La mayúscula y san Valentín
Seguramente algún amable lector se haya extrañado de ver ese san de san Valentín con inicial minúscula. Créanme que me hubiera gustado poner esa s grande, gigantesca, como corresponde a un santo tan celebrado en el mundo, emblema universal de eso que está tan escaso en nuestro convulso planeta: el amor. Pero ¿qué le vamos a hacer? A este columnista, filólogo empedernido, se le hace muy difícil tratar de justificar un san con mayúscula por muy patrono del amor y la amistad que sea. Si no, veámoslo. San es una apócope de santo ; es decir, el mismo vocablo ‘santo’ al que se le elimina, por razones fonéticas, la sílaba terminal to cuando precede al nombre de un bienaventurado, con las excepciones, apuntadas por la RAE, de Tomás, Tomé, Toribio, y Domingo, que llevan santo –se supone que también por motivos de eufonía–. Es lógico que esta apócope san se escriba con minúscula inicial, de la misma manera que el resto de apócopes que representan título o tratamiento, como el caso, muy similar, de don (apócope del latín dominus /señor/) o de sor (apócope del latin soror /hermana/).
Esto es, precisamente, lo que piensa este modesto e ignaro filólogo, que se ha visto obligado, muy a su pesar, a negar la mayúscula a san Valentín .
Pero, para dicha de todos, la Real Academia Española (Limpia, fija y da esplendor) parece pensar de modo distinto. En efecto, si revisamos el DRAE –en el artículo san – no hallaremos ninguna advertencia que hable de la mayúscula del término, pero si contemplaremos una larga lista de san con mayúscula: “arco de San Martín, aspa de San Andrés, baile de San Vito, bastón de San Francisco, caballito de San Vicente, cátedra de San Pedro, cochinilla de San Antón, cochinito de San Antón, cordonazo de San Francisco, cruz de San Andrés, cruz de San Antonio, epístola de San Pablo, fuego de San Antón, fuego de San Marcial, fuego de San Telmo, gusano de San Antón, haba de San Ignacio, hierba de San Juan, hierbas del señor San Juan, lágrimas de San Pedro, mal de San Antón, mal de San Lázaro, nave de San Pedro, óbolo de San Pedro, Patrocinio de San José, pepita de San Ignacio, pez de San Pedro, salsa de San Bernardo, San Martín, tablillas de San Lázaro, vaca de San Antón, veranillo de San Juan, veranito de San Juan”.
¿Para qué más? No queda duda alguna de que la RAE guarda una especial devoción a aquellas personas a quienes la Iglesia canoniza –incluido, desde luego, en primera fila, san Valentín –. Y el culto de la Academia consiste, por lo que vemos, en el otorgamiento de la letra inicial mayúscula o capital al título san . Privilegio este que no alcanza ni siquiera a los beatos (cfr. Ortografía de la lengua española, RAE , 1999, pág. 99), aunque sí –ya lo comenté una vez– al rey y al príncipe de España.
¿Cuándo entenderemos que la mayúscula inicial no implica cortesía, respeto ni privilegio alguno?
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