Pocos temas más controversiales y debatidos que el de qué es lo que hace que un país se desarrolle; es decir, que alcance un nivel de crecimiento económico y progreso social tal que su población pueda satisfacer sus necesidades materiales y no sea vulnerable a los cambios bruscos del entorno.
Subsiste sobre esto fuerte controversia. No es de extrañar, el tema atrae todo tipo de intereses, prejuicios y planteamientos “primitivos”. Se elaboran “teorías” mirando solo una parcela de la realidad y se repiten como verdades observaciones superficiales. La amplitud y ambigüedad del término, así como la complejidad del fenómeno “desarrollo”, permiten la confusión y la especulación.
Vano sería el pretender presentar aquí una teoría o dar una explicación definitiva. Una tarea más modesta y útil sería presentar en agrupación los grandes enfoques o teorías y sus fundamentos y discutir brevemente sus fortalezas y debilidades.
Condición determinada e innata. En términos muy generales, puede establecerse una primera gran división: teorías deterministas, y teorías historicistas. Las primeras se caracterizan por atribuir a una condición determinada e innata la explicación de por qué unos pueblos “progresan” y otros no: el clima, la ubicación geográfica, la “cultura”, la “raza”, etc. Las segundas se enfocan en factores adquiridos en la evolución social. Entre estas hay unas multicausales, con modos diversos de interaccionar, y otras unicausales.
El determinismo es muy atractivo porque simplifica el problema y el fenómeno y al enfocar en un aspecto único se vuelve persuasivo, sobre todo para mentes poco entrenadas para profundizar en la controversia y el análisis más complejo. Mediante ejemplos ad hoc sustenta sus tesis. Confrontadas con contraejemplos, con cambios en la posición relativa de países y pueblos en las “escalas de desarrollo” y la propia evolución (y hasta involución) interna de las sociedades, estas teorías caen echas añicos. Al tratar de probar una ideología, no resisten elementales pruebas factuales: como afirmar que Costa Rica era más desarrollada antes de 1948 que después.
Entre los enfoques historicistas, se distingue una corriente economicista que atribuye a factores estrictamente económicos el “salto al desarrollo”. De gran aceptación aún entre economistas profesionales destaca el monetarismo. En su versión más pura, este enfoque plantea que “controlando la cantidad de dinero en la economía se erradica la inflación y los agentes económicos actuarán de modo tal que producirán el añorado despegue y el crecimiento sostenido”. Aún recuerdo a un estudiante de un posgrado de Economía de una universidad privada que se me acercó en el receso de un seminario para decirme algo así como “... no sé por qué pierden tanto tiempo discutiendo tanta cosa; usted sabe que con controlar la masa de dinero se logra el desarrollo en nuestro país”. Anonadado le pregunté, y, muy orgulloso, me dio el nombre de la universidad y de su profesor.
Diferencias fundamentales. Pero, claro, aun dentro de la ortodoxia económica hay posiciones más rigurosas. Generalmente adolecen del problema de no reconocer diferencias fundamentales (históricas, culturales, institucionales) existentes entre sociedades desarrolladas y las que no lo son. Estas diferencias conducen a que la operación de los mercados, y a partir de ello otras condiciones económicas estructurales, sean muy diferentes. Por tanto, es un error trasladar mecánicamente teorías desarrolladas a partir de realidades muy diferentes.
¿Deben, entonces, desecharse estos enfoques en el análisis de países no desarrollados? No. Se trata de conocer las realidades particulares de esos países, generalmente con un grado de “heterogeneidad estructural” mayor que en los países industrializados para determinar muy concretamente dónde, en qué grado y con qué adaptación puede aplicarse ese instrumental, y cuánto más útil resultan otros enfoques.
Estamos hablando de analizar y actuar; es decir que con mayor razón habrá que postular y aplicar variaciones en la política económica.
Enfoques propios. Abundan muy serios trabajos que aclaran y señalan razones teóricas y prácticas que justifican el desarrollo de enfoques propios para analizar el crecimiento y el desarrollo económicos en países sin pleno desarrollo capitalista. Reconocer esto no significa postular la imposibilidad del desarrollo para estos países dentro del capitalismo, como afirman muchos autores y teorías; implica entender que, para lograrlo, se necesita más que “desarrollar mercados” y aplicar la “teoría de la oferta y la demanda”.
Valga agregar que la agrupación “países no desarrollados” también resulta hoy demasiado simple: entre Afganistán y Costa Rica, por ejemplo, hay “un mundo de diferencia”.
Afirmo que el peor error que podría derivarse de esta relativización de las teorías de desarrollo sería relativizar también, y negar, la aplicabilidad de los “derechos humanos” tal como han sido reconocidos por Naciones Unidas.