El severo desprestigio en que cayeron a lo largo del cuatrienio instituciones vitales para la seguridad nacional es otro de los lastres que este gobierno arrastra. Nos referimos al desprestigio de la DIS -policía de inteligencia- y del CICAD, cuerpo antidrogas.
El país fue testigo, hasta hace unos meses, de cómo la Dirección de Inteligencia y Seguridad, órgano que en cualquier otra latitud debe actuar con la mayor reserva y prudencia posibles, se hundía en un escándalo por supuestas intervenciones telefónicas y cuestionadas relaciones con un grupo de desconocidos.
La opinión pública se vio sacudida por las referencias a las confusas actuaciones del entonces máximo jerarca de la DIS, persona, por lo visto, bastante cercana a la Presidencia de la República.
Una investigación legislativa bipartita al respecto culminó en nada, como ha sido usual en esta Asamblea. El daño causado a la DIS parece irreparable.
Trasciende ahora lo del CICAD, cuerpo cuyo establecimiento, tenemos entendido, fue promovido con el apoyo estadounidense para tratar de acentuar la lucha contra la lacra del narcotráfico. Desde el inicio de esta administración, el CICAD pareció caer en una sucesión de controversias hasta rematar con el incidente de decenas de documentos que iban a ser quemados en un matorral.
Ahora el país se entera con estupor que, desde el año pasado, la prensa nacional es presa en el CICAD de algunos sabuesos censores. ¡Cuánto atropello!
Pero ¿por qué sorprenderse de que esto ocurra en la presente administración?