Marco Terencio Varrón (116-27 a. C.), llamado por algunos como el más culto de todos los romanos , compartía la concepción estoica de Dios. Para él, Dios era el “alma que a través del movimiento y la razón gobierna el mundo”. Esa alma del mundo no era objeto de culto, de veneración, ni era posible construir una religión en torno a ella. Para los estoicos, la verdad y la religión, la inteligencia racional y el ordenamiento del culto, se hallaban en planos totalmente diferentes. Para Varrón, la religión era, por su esencia, un fenómeno totalmente político: no eran los dioses los que habían creado el Estado, sino que el Estado había creado los dioses. Explicaba lo teológico –en este caso la comprensión y el estudio de lo divino– recurriendo a tres clases de teología: la mítica, la civil y la natural.
Según él, los representantes de la teología mítica eran los poetas porque inventaron los dioses y compusieron cantos sobre ellos; los de la teología civil se adhirieron a los poetas, a sus visiones, a los personajes, e inventaron la religión y el culto porque el Estado lo necesitaba. En cambio, los que elaboraron la teología natural eran los filósofos; es decir, personas doctas, los pensadores, quienes yendo más allá de las costumbres, profundizaban acerca de la realidad, de la verdad. La teología natural, según Varrón, respondía a la pregunta acerca de quiénes eran los dioses: “Si son de fuego, como plantea Heráclito; o de números como afirma Pitágoras; o de átomos, como dice Epicuro. Y así otras explicaciones relacionadas que más fácilmente pueden soportar los oídos dentro de los muros de la escuela que fuera en la calle”.
Esta teología natural es desmitologización, o dicho de otra forma, Ilustración, que observa con sentido crítico lo que está detrás de la apariencia mítica y lo desarma según criterios científicos. La teología natural no tiene religión sino una deidad, y no puede ser religión pues a su dios no se le puede dirigir palabras: es fuego, números, átomos.
¿Dónde sitúa Agustín (354- 430 d.C.) al cristianismo dentro de las tres teologías presentadas por Varrón?: en la teología natural, o sea, en el ámbito de la ilustración filosófica. Se encuentra así en completa continuidad con los teólogos del cristianismo que le precedieron; los apologetas del siglo II –recordemos que según el filósofo Justino, al convertirse, llegaba a ser plenamente filósofo–; y con Pablo: “Pues desde la creación del mundo las perfecciones invisibles de Dios –su eterno poder y su divinidad– se han hecho visibles a las inteligencias a través de las cosas creadas” (Rom.).
Según Agustín y según la tradición bíblica decisiva para él, Dios se halla en relación con aquello que el análisis racional de la realidad es capaz de percibir. Identifica el monoteísmo bíblico con las intuiciones filosóficas, con la razón del mundo, que con diversas variaciones se fueron formando en la filosofía antigua. Pablo en el Areópago se presenta como portador de la religio vera , lo cual quiere decir: esta religión no se basa en la poesía ni en la política, sino en el conocimiento.
Hace muchos años, Ratzinger, ahora Romano Pontífice, afirmaba que en el cristianismo la Ilustración se convirtió en religión: se entendía a sí misma como victoria del conocimiento, victoria de la verdad y victoria contra los mitos. Por esta misma razón el cristianismo tuvo que considerarse a sí mismo como universal y como destinado a todos los pueblos: “No como una especie de imperialismo religioso, sino como la verdad que hace las apariencias superfluas”. Y por extender y cuidar esa verdad entregada, esta religión ha sido perseguida y ha sufrido varios intentos de aniquilación total.
Si el Dios que el conocimiento encuentra se halla ahora en el interior de una religión, presentándose como un Dios que habla y actúa, entonces la razón y la fe se reconcilian y a partir de ese momento irán siempre juntas, creando la más poderosa sinergia en servicio del ser humano que puede existir. Una sin la otra conduce a una razón miope o a un fideísmo. Jesucristo no solo vino a cumplir las profecías que anunciaban a un Redentor, sino que vino a completar la búsqueda del Dios de los filósofos.