Enrique Santos Discépolo, prosista argentino autor de la letra de muchos tangos famosos: Yira Yira, Confesión, Malevaje, Uno, Esta noche me emborracho, Cafetín de Buenos Aires, Chorra y muchos otros, fue un visionario, un profeta. Basta con ponerle cuidado a la letra de uno de sus tangos más crudos: Cambalache, para entender que allí está la historia de todo lo que estamos viviendo: las corruptelas, el arribismo, el don nadie que surge por compadrazgo político ("el que no llora no mama y el que no afana es un gil...").
"Los inmorales nos han igualao". Ya no surge el mejor sino el más atrevido. Mientras el mejor conserva sus virtudes y no anda detrás de los de arriba, el atrevido simula las suyas y se arrastra ante la influencia del promotor mediocre y corrupto.
"Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el 506 y en el 2000 también". "Pero que el siglo XX es un despliegue de maldad insolente ya no hay quien lo niegue".
La comodidad es el ideal de esta época, no importa el precio. Si hay que agacharse para lograrla y no ver lo que hace el dirigente mayor, no importa; si hay que comprar un inspector, tampoco. El asunto es buscar la ganancia fácil, la comisión oportuna.
"Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, pretencioso, estafador: todo es igual, nada es mejor". "No hay aplazaos ni escalafón".
No hay duda de que Discépolo fue un visionario, el Julio Verne de esta centuria, un Julio Verne moralista. Todo lo que estamos viviendo está descrito en su famoso tango.
Ahora "da lo mismo ser cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón". "Mezclao con Stravinsky van don Chicho y Napoleón, Carnera y San Martín..."
Y para surgir se necesita tener plata, conseguida de cualquier manera, o ser alfombra para el de arriba. Al que busca un andamio hay que servirle como tal, para que se encarame y luego reparta migajas entre los que le ayudaron.
El honor se quedó en la antesala de espera y no faltará quien exalte aquello de ... "Libertad, Igualdad, Fraternidad", las tres mentiras más sublimes de la historia.
Discépolo fue un letrista duro pero al mismo tiempo, tierno y sufrido.
Las estrofas que dejó esparcidas entre pentagramas tangueros son nuestras verdades contemporáneas, las que estamos viviendo en este carnaval ficticio intrascendente de fin de siglo, al servicio de la vanidad que busca el poder para abanicarse con la arrogancia propia de los narcisistas mediocres.
Apenas tendría unos cincuenta años cuando se encerró en un cuarto y no volvió a comer para dejarse morir contemplando El Callao. Fue un 23 de diciembre de 1951. No quiso ver qué seguía.
"Siglo XX, cambalache, problemático y febril, el que no llora no mama y el que no afana es un gil...".