Las tensiones entre el ardor de los profetas moralistas y las realidades de la vida encuentran una de sus expresiones más acabadas en el fraile dominico Girolamo Savonarola (1452-1498). Este religioso se levantó contra la corrupción de las costumbres de su tiempo, denunciando los excesos de los príncipes Medicis y de los papas (Alejandro VI). Savonarola quiso convertir Florencia en una república cristiana con Dios como gobernante. Su proyecto teocrático asumía el Evangelio como el fundamento de las leyes y, al tomar el gobierno de la ciudad, estableció rígidas regulaciones contra el vicio, la frivolidad, el juego y los vestidos extravagantes.
Ya en el poder instituyó un gran consejo de gobierno, y, aunque no intervenía directamente en política, guiaba con sermones y enseñanzas. El énfasis recayó en la regeneración moral de los florentinos y estableció una especie de policía de la moralidad, que ejecutó su trabajo usando los métodos del espionaje y la denuncia.
Entusiasmo sin arrepentimiento. Su planteamiento experimentó un gran eco entre la ciudadanía, particularmente en los jóvenes, quienes se organizaron para recorrer la ciudad cantando himnos y recogiendo cosméticos, naipes, pinturas de mujeres hermosas, artículos de lujo y libros “obscenos” para quemarlos. Se percibía mucho entusiasmo con la renovación moral que pedía, pero no tanto arrepentimiento en los corazones: la misma gente que lo apoyó, luego se volvió en su contra.
Denunció vehementemente al clero romano, al señalar: “…prelados y predicadores están encadenados al mundo por su amor por las cosas terrenas. Ya no sienten preocupación por el cuidado de las almas. Están contentos con sus ingresos. Los sacerdotes predican para agradar a los príncipes y para recibir sus recompensas. No solo han destruido la Iglesia de Dios, sino también construido una a su gusto. En Roma los encontraremos con los libros de las Humanidades en las manos, diciendo que pueden guiar las almas recurriendo únicamente a Virgilio, Horacio y Cicerón. Señor, levántate y ven a librar tu iglesia de las manos de los demonios, de las manos de los tiranos, de las garras de los prelados perversos”.
A la hoguera. Estas denuncias de corrupción e inmoralidad provocaron que el Papa lo excomulgara por hacerse pasar como un enviado especial de Dios. La turba florentina se volvió en su contra, fue encarcelado, torturado cruelmente y quemado en la hoguera por los mismos que lo aclamaron.
Savonarola mostró un gran celo moral, piedad religiosa y sacrificio; con su ejemplo, intentó la regeneración de la vida religiosa y de su ciudad. Sin embargo, el resultado final nos muestra cómo el fanatismo, el exceso, la obstinación y la exageración lo llevaron al fracaso.
El juicio histórico sobre este personaje es difícil pues hay que poner en la balanza lo acertado de sus denuncias, pero también su obsesión con el lado oscuro de la realidad. Esta obstinación resalta claramente cuando analizamos no solo la corrupción y autoritarismo de su tiempo, sino cuando constatamos los maravillosos acontecimientos que estaban ocurriendo por esos días.
Gemas y podredumbre. En efecto, Girolamo fue contemporáneo de Leonardo Da Vinci y vio la impresión de la Biblia por Gutenberg. Fra Angélico pintaba por esos mismos días. Coincidió con Erasmo de Rótterdam y con Maquiavelo, mientras Nicolás Copérnico elaboraba sus nuevas teorías y Santo Tomás Moro alzaba su indomable voz. Boticelli pintaba las puertas de la capilla Sixtina; en 1483 nacía Martín Lutero; Colón llegaba a América en 1492 y Miguel Ángel finalizaba la hermosísima Pietà. No todo estaba podrido en su mundo.
¿Qué llevó a este monje a ver solo lo malo, lo defectuoso?, ¿qué lo llevó a anunciar el fin del mundo y a no prestar atención a las nuevas puertas que se abrían a la humanidad con la ciencia, las artes y los descubrimientos?
La proclamación de la verdad y la moral por quienes defienden sus verdades y morales particulares siempre ha llevado a los excesos, a la injusticia y al fanatismo. Aprendamos del ejemplo negativo de Savonarola.