Somos testigos, en estos días, de una vorágine de violencia en el mundo que está alcanzando cotas de una degradación que deja muy mal parada a esa especie que se denomina a sí misma homo sapiens .
Los ataques terroristas en EE. UU. (el 11 de setiembre del 2001) y en Madrid (en marzo pasado) mostraron con crudeza ese proceso de “barbarización” que estamos viendo en este siglo novísimo.
Poco a poco se han ido esfumando las expectativas de una convivencia pacífica y más racional, al desaparecer la Unión Soviética, y con ella la disputa por la hegemonía del mundo.
En su lugar, Estados Unidos se sintió con derecho de moldear un nuevo orden a su imagen y semejanza. Torpeza y arrogancia se han unido para lograr objetivos opuestos a los proclamados por el discurso oficial.
El combate del terrorismo incentiva más violencia y odio, en contraposición con el proclamado deseo de ganar “mentes y corazones” .
Videos y fotografías revelan torturas y vejámenes de presos en Iraq, y es de sobra conocido que algo similar ha ocurrido en Afganistán y Guantánamo.
Todo en nombre de una lucha en la cual se permite brincarse normas establecidas en el Derecho Internacional.
Mientras, terroristas vinculados con al-Qaeda exhiben abiertamente, en una cinta y por medio de Internet, la decapitación de un joven estadounidense, la justifican y prometen seguirlo haciendo.
Y, ahora, hasta los muertos tienen “valor de cambio”.
Palestinos radicales retienen los cuerpos de seis soldados israelíes como prendas para exigir que las tropas de Israel salgan de la ciudad de Gaza.
Ese toma y daca refleja el panorama turbio en el cual prevalece una sensación de inseguridad creciente, que únicamente da certidumbre de que el próximo golpe solo es cuestión de tiempo.
Ojo por ojo, la humanidad va en ruta a terminar ciega.
Con nostalgia, uno se siente tentado a preguntarse si el mundo de la Guerra Fría no era, acaso, menos malo.
¡Pero de nada sirve!