Expreso mi profundo pesar e invito a una reflexión –más que al señalamiento de culpables, ¿será el Homo sapiens ?– sobre la agresión, secuela de la guerra, a una institución cuyos orígenes se remontan a las épocas más antiguas de cualquier contexto histórico-cultural: el despojo y saqueo de los museos de Iraq.
Partamos de que, desde tiempos ancestrales, el coleccionar como necesidad de guardar y acumular “objetos significativos” ha sido constitutivo del ser humano. El ejemplo más simple es la preocupación por no “deshacerse” de los recuerdos y tesoros propios, guardando desde la infancia reminiscencias de nuestro “vivir”; o, bien, la costumbre de los muertos de llevarse consigo sus pertenencias. Una arista más “sofisticada” es el testimonio de hazañas, la expresión de pasiones, la perpetuación de ritos, ceremonias, costumbres y mitologías, lo que, baste un ejemplo, se ha manifestado en las vasijas de cerámica tanto de culturas precolombinas como de la griega; todas ahora piezas de gran valor documental y estético. Esta “necesidad”, reelaborada y resignificada según los distintos contextos históricos, es y seguirá siendo –sin perder vigencia– condición sine qua non del paso del hombre por el planeta.
En el campo social y colectivo, ese rasgo es el germen de la aparición de los museos. Desde su orígenes, del griego ‘musa’, esta institución se constituye en protectora de las artes y espacio privilegiado del encuentro entre el arte y el público. En su devenir, los museos han tenido que caminar al unísono con los tiempos, siempre conservando ese espíritu que acarrea desde sus momentos fundantes: ser preservadores y conservadores del quehacer artístico. Y es en el siglo XX cuando, con más ímpetu, la actividad museística se vio sometida a transformaciones, dada la urgencia de integrarse a las necesidades y complejidad de la sociedad de nuestro tiempo. No solo se cuenta hoy con museos de arte, sino que abarcan otros dominios de la cultura: historia, antropología, etnología, entre otros; así como también, los relacionados con las diferentes especificidades del quehacer científico. Son, sin discusión, centros ineludibles de educación, investigación e información.
Caos, desenfreno, vértigo. Una hipótesis que sugiero, relacionada con este auge, es que la humanidad se enfrenta, entre muchas otras variables, a una desestabilización del concepto tradicional del tiempo. Por un lado, la construcción simbólica tradicional del tiempo se torna escurridiza, su fluir se percibe incesante y su asidero parece perder estabilidad. Es la concepción que rige la actual sociedad planetaria; su discurrir es veloz, caótico, desenfrenado, vertiginoso, más inasible que nunca. Paralelamente, y en un intento de supervivencia, el ser humano opone un freno: la necesidad de una mirada al pasado y una recapitulación de lo vivido. Lo fructífero de este juego dialógico es, entre otros, la mira a plantearse el futuro proponiendo nuevas aspiraciones mediante un sabio repensar el pasado.
Lo anterior lo expresa con sabiduría la cultura precolombina con estas palabras, (que nos recuerda con constancia don Guido Sáenz) y que aparecen inscritas en el Museo de Antropología de México: “Valor y confianza hallan los pueblos en la grandeza de su pasado”.
Lo que nos diferencia. Las anteriores reflexiones avalan nuestro dolor por lo sucedido pues no solo se agredió a un edificio y a lo que contenía, que de por sí es deleznable, sino que se agredió a la más profunda característica del ser humano, y la que nos diferencia de los animales: la memoria. Necesitaríamos horas de reflexión para “entender” los móviles del ser humano, cualquiera sea su cultura, ideología, etnia, grupo social o disciplina para que, por un lado, desconozca la importancia de la salvaguardia de los templos de la memoria, en este caso especial, de la memoria de los inicios de la humanidad; por otro lado, los de quienes, como resultado de estados de crisis y caos, no se unan para preservar lo que son sus raíces más profundas cuando están seriamente amenazadas. Conforme van pasado los días, aparecen más hipótesis acerca de lo sucedido, prueba irrefutable de la envergadura, material, social y espiritual del acontecimiento.
La historia da cuenta de situaciones paradójicas. Tal vez esta coyuntura sea una de ellas en el sentido de que un acontecimiento como el que nos duele sea el germen de un necesario repensar sobre lo acontecido y de una toma de conciencia, tanto de quienes todavía no lo han hecho, como de quienes tenemos también alguna cuota de responsabilidad por el solo hecho de pertenecer a esta especie, conocida como Homo sapiens , la cual cada día parece ir perdiendo aceleradamente su característica de sapiens .