De manera silenciosa, pero cada vez con mayor fuerza, la capital está siendo tomada por compraventas ambulantes.
Se trata de los comúnmente llamados “refuegos”, sitios donde sin mayores preguntas se compran y venden los más variados artículos de tercera o cuarta calidad.
Muchas veces las transacciones se hacen de manera breve, un gesto, palabras dichas entre dientes y, en segundos, el intercambio deseado.
El origen del “bien” no importa. Se recibe casi lo que sea, así venga aún impregnado de cierta bazofia. Total, nada que un trapito no pueda quitar para dejarlo en condiciones de ser negociado.
Generalmente en los “refuegos” se manejan sumas bajas, pero muy necesarias para quien ofrece un artículo o quien acude en busca de solventar alguna necesidad de vestuario.
Pero allí también se encontrarán sartenes y juguetes que alguna vez tuvieron su época de esplendor.
No está muy claro en qué momento surgieron este tipo de “negocios” al aire libre. Pero lo cierto es que subsisten ante un pujante mecanismo de oferta y demanda.
Esta realidad josefina, y de otros sitios (porque en Cartago también existen), plantea una serie de inquietudes.
Lo primero es que indudablemente los niveles de necesidad y falta de recursos tienen a mucho ciudadano hurgando en los “refuegos”. Este es uno de mis indicadores que, aunque poco científico, me hace dudar de que la pobreza esté bajando como lo proclama el Gobierno.
En segundo término, la misma ausencia de fuentes de empleo lleva a muchos ticos y extranjeros a ese tipo de actividades informales. Según nuestra información de ayer, en San José centro hay unos 200 “refuegos”.
Paralelo a este mundo de intercambio comercial rápido y “salvador” emerge otro protagonista: el buzo. Decenas de ellos pululan por nuestras barriadas en procura de alguna “mercancía útil” que también ofrecerán en las vías.
“Refuegos”, buzos, mercadería requeteusada a bajo precio, una realidad ineludible.