En 1992, durante la conferencia sobre las raíces institucionales de la política económica costarricense, Mancur Olson se preguntaba por qué había sido tan diferente el desempeño económico de las excolonias hispanas con respecto a las inglesas; es decir, por qué una de las dos versiones de la civilización que derramaron su legado sobre el Nuevo Mundo transformó este paraje en una tierra próspera, plena de oportunidades y con un alto estándar de vida para sus habitantes; mientras que la otra, a pesar de su generosa dotación de recursos naturales, solo supo perpetuar su pobreza y postuló que se debía a las ideas , "las cuales tienen un gran ascendiente sobre las políticas y las instituciones que las sociedades eligen". Según él, las diferentes ideas que surgieron en Gran Bretaña y España en el siglo XVII han continuado desempeñando un papel considerable en el desarrollo de sus excolonias.
En su reciente libro Raíces de pobreza: las perversas reglas de juego en América Latina (Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 2000), Guillermo Yeatts analiza, a través de la historia, la innegable relación entre las instituciones formales e informales predominantes en Latinoamérica y su pobre rendimiento económico, y llega a la misma conclusión. Para empezar, esas ideas mencionadas por Olson marcaron la diferencia entre los procesos de conquista y colonización de España y Gran Bretaña: "conquista pública versus colonización privada; imposición de una fe versus búsqueda de libertad religiosa; inmigración de militares, nobles, sacerdotes y burócratas versus inmigración de agricultores y comerciantes; inmigración predominantemente masculina versus inmigración de familias; administración centralizada versus autonomía de las colonias; fuerte rol de la Corona en pos de la obtención de la renta minera versus escasa injerencia del gobierno".
Estos procesos dejaron su impronta en el subcontinente, captada por Juan Bautista Alberdi, visionario argentino del siglo XIX, de la siguiente manera: "La América española fue guerrera, no industrial, comercial ni agricultora desde su cuna. Mal poblada, porque lo fue por una nación despoblada ella misma por una guerra de ocho siglos, recibió en herencia orgánica la ignorancia y el desdén al trabajo; el odio a la fe disidente; el amor a la adquisición del oro sin trabajo; el error de que tener minas era ser rico, con tal de tener esclavos para hacerlos trabajar; (...) el odio a todo extranjero disidente en religión, su comercio y trato; el aislamiento como principio de existencia social y garantía de seguridad contra la condición del extranjero, la prohibición de todo comercio (...) el amor a las fiestas, el vicio y lujo, ... ".
Instituciones. Las ideas también marcaron la diferencia entre las instituciones que surgieron en las excolonias. Según Yeatts, en la América anglosajona prevalecieron instituciones formales (leyes y normas positivas) e informales (hábitos, costumbres, valores morales y religiosos, etc.) que liberaron creativamente las energías de los individuos y favorecieron la creación de riquezas en un marco de competencia, el respeto por la libertad individual, la propiedad privada, la ganancia empresaria, el gobierno limitado, el funcionamiento de la justicia y el respeto por los contratos y las leyes. Mientras tanto, en Latinoamérica las reglas del juego orientaron las energías de sus mejores hombres hacia la obtención de prebendas, privilegios, mercados cautivos, restricciones a la competencia internacional, empleos públicos, etc. que llevaron a la sociedad a un estado de esclerosis productiva permanente.
Reglas perversas. En síntesis, el libro nos recuerda que nuestro infortunio se debe a que las reglas del juego de la España medieval fueron transplantadas al Nuevo Mundo y generaron una América estamental en lo social, monopolística en lo religioso, rentística en lo fiscal y corporativa en lo económico. Más de cinco siglos después de su descubrimiento, Latinoamérica no ha podido escapar de las garras de esas perversas reglas y de su crónica pobreza, y continúa siendo una sociedad de distribución y no de creación de riquezas. Así que, señores políticos, si quieren acabar con la pobreza es cuestión de cambiar las perversas reglas del juego. Este libro debería ser de lectura obligada para la manada de candidatos que hoy aspira a "gobernar" el país.