El término “populismo” se utiliza con mucha promiscuidad y con poca claridad. Para muchos, cualquier político que ofrezca alguna medida económica que les agrade a las masas es suficiente para merecer la etiqueta de populista.
El problema de esta definición tan economicista es que en una democracia, donde habitualmente los políticos les prometen todo a todos, es fácil terminar aplicándole el apelativo a todo el sector político indistintamente. Hace falta una definición más precisa.
Dicha definición requiere que pensemos el populismo como un concepto político , más que económico. Según muchos politólogos contemporáneos, el populismo es:
1) el uso de recursos del Estado
2) para mantener una coalición de élites y contra-élites
3) con el objetivo de socavar los frenos y contrapesos que limitan al Poder Ejecutivo.
Empecemos por el final de la definición, donde, en mi opinión, estriba la esencia del populismo. El populismo tiene un objetivo político primordial: socavar los frenos y contrapesos del Poder Ejecutivo. En las constituciones democráticas existe toda una serie de artículos destinados a impedir que el presidente haga lo que le plazca. A ningún gobernante le gusta vivir en un mundo de frenos y contrapesos. Sin embargo, hay presidentes más respetuosos de dichos frenos que otros. Algunos acatan las órdenes de las cortes, respetan la autonomía de los bancos centrales, negocian con la oposición más de lo que la antagonizan, responden a las preguntas de los periodistas. Los presidentes que hacen lo opuesto son los únicos que pueden competir por el título de populista.
“El pueblo soy yo”. En un sistema presidencialista, todo presidente usa el mismo argumento a la hora de enfrentar frenos y contrapesos. Alega que ha sido elegido por el pueblo y que, por lo tanto, lo que pide es lo que el pueblo también pide. La diferencia es que, para el populista, la conformación de dicho pueblo es peculiar. Solo considera como pueblo a su movimiento; al resto, lo tilda de “enemigo del pueblo” y por lo tanto indigno de ser escuchado. Sin embargo, la contradicción es que todo movimiento populista alberga, no solo a grupos populares, sino, también, a élites. Es decir, son coaliciones pronunciadamente bipolares .
El primer polo, como es bien sabido, lo ocupan ciertos sectores sociales marginales, que en el populismo clásico solían ser los trabajadores y campesinos. Pero el segundo polo consiste justamente de élites: grupos que contaban con privilegios políticos antes de la llegada del populista. En el populismo clásico de Juan Domingo Perón en Argentina y Getulio Vargas en Brasil, dichas élites eran los militares y los grandes industriales.
L a combinación de élites y contra-élites es inherente al populismo. Las élites protegen al presidente de posibles rivales y los contra-élites le permiten alegar que sus detractores son anti-pueblo. La coalición bipolar da origen a una suerte de tanque de guerra contra los frenos y contrapesos, capaz de repeler y emitir ataques simultáneamente, y difícil de derrotar, al menos mientras duren los recursos.
Puesto que el populismo se halla siempre en guerra contra la institucionalidad, necesita de una fuente duradera de recursos. De ahí la importancia de la primera parte de la definición. Para abastecerse, el populismo necesita adueñarse de recursos del Estado y negárselos a los demás. El populista, a diferencia de un demócrata, hace desaparecer la línea que debe existir entre Estado y partido de gobierno. A las élites, el populismo les ofrece grandes contratos y protecciones, y a los sectores contra-élites les ofrece puestos de trabajos, subsidios, planes asistenciales. A los demás ciudadanos, le ofrece poco.
Hay populistas de izquierda y de derecha. Los populistas de izquierda suelen usar la propaganda del distribucionismo y preferir mayor intervención del Estado en la economía, sobre todo en programas asistenciales. Los populistas de derecha suelen usar la ideología de la seguridad nacional (contra terroristas, criminales, inmigrantes, inmorales) y tienden a preferir gastos de infraestructura. En América Latina, ha habido populistas de izquierda (Chávez en Venezuela) y de derecha (Fujimori en Perú).
No obstante, esta distinción de populista de izquierda y de derecha no importa tanto ya que los rasgos que unen a los populistas son más sobresalientes que las brechas que los dividen. Más se parece un populista de izquierda a uno de derecha que lo que ambos se parecen a un verdadero demócrata. Un demócrata de derecha o de izquierda siempre va a respetar los frenos y contrapesos; no se va a dedicar sistemáticamente a aplicar la ley arbitrariamente; no va a buscar una coalición de polos, sino multi-sectorial; no va a antagonizar sistemáticamente a sus contrincantes políticos.
¿Qué factores determinan si un país terminará cayendo en manos de un movimiento populista? Hay al menos tres factores decisivos. Dos de ellos existen en toda América Latina: la desigualdad económica, que se presta estupendamente para crear una coalición de polos, y el andro-cultismo, la tendencia a pensar que la solución de los problemas depende de la acción de un líder más que de la acción colectiva. Pero el tercer factor, y tal vez el más importante, varía de país a país. Se trata de la fortaleza o salud del sistema de partidos políticos.
Los politólogos han descubierto que los países que cuentan con partidos políticos débiles, desinstitucionalizados, volátiles, desprestigiados, en derrumbe, etc., son los más susceptibles al triunfo de movimientos populistas. Le es mucho más difícil a un líder político crear una coalición de polos con la cual socavar los frenos y contrapesos cuando existen dos o más partidos políticos fuertes a escala nacional.
En cambio, en donde todos los partidos se desmoronan (Perú a finales de los 80, Venezuela a mediados de los 90, Bolivia y Ecuador en los 2000) o donde solo un partido permanece fuerte (Argentina en los 2000), aumenta la probabilidad de que prospere el populismo.
Los politólogos suelen decir que sin partidos fuertes no hay democracia. En la medida en que los partidos fuertes sirven de anticuerpos contra el virus del populismo, los politólogos no se hallan tan lejos de la verdad.