Resido en Punta Leona, Garabito, Puntarenas, desde principios de año. Tengo la suerte de vivir en esa pequeña comunidad de casi 4.000 socios amantes de la naturaleza, llamada Club de Playa Punta Leona.
Desde hace unos días, empezó una invasión que nos tiene algo asustados. Vino un juez, la Policía, autoridades municipales; trajeron tractores y demolieron la caseta y el portón de la entrada. Invitaron a la prensa y lo celebraron como un triunfo para los costarricenses.
Playa sagrada. Han pasado pocos días y son escasos los ciudadanos agradecidos que aprovecharon la forzada apertura del camino del club para venir a disfrutar de la paz y hermosura que nos indujo a invertir en esta comunidad. Los que vinieron fueron otros. Llegaron personas prepotentes, con perros y hieleras llenas de cervezas. Se divirtieron viendo a sus perros cazar iguanas y perseguir pizotes. Mataron animales marinos a pedradas, recogieron bolsas de conchas y se llevaron frutos y plantas de nuestros jardines.
“La playa es pública, hacemos lo que nos da la gana”, respondieron algunos a los guardas que venían a pedirles que sacaran a sus animales del humedal marino de Playa Blanca o que respetaran la tranquilidad de sus vecinos, los que disfrutamos de la presencia de los cariblancos de la reserva y de la limpieza de las playas galardonadas desde que existe la Bandera Azul.
La playa es pública, nunca dejó de serlo. Los que se han alojado en los hoteles o en las casas de Punta Leona, los que han venido a pasar el día en la playa o en excursiones por los senderos del bosque lo saben.
Lo que pasa es que también es sagrada. Los que vivimos aquí la respetamos, de la misma forma en que protegemos el bosque que nos brinda el agua y un marco fabuloso de verde para ese mar Pacífico que es de todos los costarricenses.
Acción judicial cuestionable. Los socios y residentes nos abstenemos de tener perro porque son cazadores, y los animales del refugio no pueden defenderse de ellos. No le sacamos hijos a las plantas del vecino sin pedir permiso ni hacemos negocios con las madreperlas de la playa. Aceptamos que nuestros familiares y amigos tengan restricciones cuando nos visitan, pagamos cuotas de mantenimiento y pagamos servicios cuando invitamos a amigos a disfrutar de los servicios del club. Utilizamos los basureros para depositar los desechos y respetamos las indicaciones de los salvavidas. Lo hacemos porque somos parte de una comunidad que quiere mantener la paz, la seguridad, la armonía y la belleza.
Lamento, como muchos de mis vecinos, que una acción judicial cuestionable, acompañada de un abuso de autoridad y manipulación evidente de la información, haya sido acogida como un triunfo de la justicia social, cuando en la práctica representa una invasión de propiedad propiciada por quienes tienen intereses económicos en los terrenos servidos por el camino.