Manuel González Sanz, ministro de Comercio Exterior, no alberga dudas sobre la conveniencia del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos.
Sin ese instrumento, afirma, el país encararía "grandes problemas." Para comenzar, quedaría aislado del enorme bloque comercial que pronto se extenderá desde el estrecho de Bering hasta el Tapón del Darién, mientras toma aire para escalar los Andes.
La inversión extranjera directa buscará otros lares, la nacional podría pisarle los talones y las empresas locales frenarían la reinversi´ón.
El Ministro no lo dijo, pero todo eso implica desempleo y empobrecimiento. En cambio, don Manuel explicó que el rechazo del tratado significa el desperdicio, "simplemente por una cabezonada", de veinte años de reformas favorables a la apertura comercial.
Las diáfanas declaraciones del funcionario se enturbian cuando intenta explicar por qué una visión tan precisa no produce resultados.
Es obvio que el presidente Abel Pacheco no comparte la visión. El Ministro dice que él le advierte los peligros, pero no aclara por qué sus advertencias tienen tan poca repercusión. En ese punto se vuelve enigmático y acepta, con la disciplina de un fraile, que él solamente atisba una parte del bosque, mientras don Abel lo ve completo.
A priori, la frase traslada la razón al Presidente, cuya vista panorámica abarca otros peligros que, en buena lógica, deben ser mucho más graves.
Pero si el Ministro no logra ver más allá de su parcela, nada le impide pedir al Presidente una ampliación de la perspectiva. Así sabrá por qué sus advertencias son inoportunas y se ahorrará el riesgo de fragmentar el mensaje oficial o pecar de necio.
Además, don Manuel dejará de dar la impresión de estar perdido en ese bosque de donde salieron despavoridos Alberto Trejos y los integrantes de su elogiado equipo negociador, con la única excepción de Federico Valerio, encargado del área de propiedad intelectual.