Se ha llamado “oro negro” al petróleo por su color y porque su explotación y venta se traducen en oro puro, petrodólares, enormes riquezas monetarias; quizás lo de “negro” también sea aplicable a que su posesión despierta facetas sombrías del ser humano, como codicia y deseo de invasión y su combustión origina humo negro cargado de gases que calientan y envenenan, como el dióxido de carbono. Presidentes y otros ciudadanos, en variados tiempos, han querido perforar la piel de nuestro inocente territorio para buscar petróleo pero…
Hablemos de otros tesoros. Por ejemplo, Costa Rica es abundante en oro verde: hierba, arbustos y gigantes del bosque. Las hojas verdes producen oxígeno que, al respirarlo, llena el cuerpo y activa los procesos de combustión interna que nos permiten estar vivos y sanos. Las minas de oro verde, bosques y praderas, acunan gemas multicolores: biodiversidad.
Uno para el otro. Costa Rica también abunda en oro blanco: el agua. Llamarla “recurso hídrico” es minimizarla y convertirla en bien negociable. Simple en fórmula y nombre, difícil en manufactura y enorme en poder, al agua constituye el 70% del planeta Tierra y de nuestro cuerpo, hechos el uno para el otro. Igual que el oxígeno, que también forma parte de ella, el agua da vida y salud y también acoge biodiversidad.
Oro verde y blanco, ligados entre sí y a la creación en unión indisoluble catalizada por el oxígeno, son nuestra riqueza. Para disfrutarla no necesitamos perforar ni refinar, codiciar ni invadir. Costa Rica los ofrece a raudales, sin egoísmos. Pero si, por descuido, codicia o mala fe, acabamos con lo verde, acabará lo blanco y acabaremos todos.
El agua gaseosa vaga por los cielos de país en país, sin visa ni pasaporte, una sola para todo el planeta, y el anciano bosque la secuestra momentáneamente y la ofrece a la Tierra y sus seres para que se mantenga el ciclo de la vida; se une a la que cae como lluvia y circula por ríos y mares para evaporarse de nuevo en su peregrinar eterno entre aquí y allá, arriba y abajo. La interacción de aire, agua y clorofila, el pigmento verde de las hojas, cocidos por el sol en la marmita de la naturaleza, permite la continuidad de la vida.
Capacidad rebasada. El follaje también depura el aire de gases tóxicos producto de la combustión natural, interna y vital de los seres vivos y de la combustión artificial de las máquinas; pero esta es tan intensa que los bosques ya no alcanzan a depurarla.
No es posible que los pueblos pervivan sin aire, bosque y agua, los que deben ser eje de todos los planes reguladores, de desarrollo y de supervivencia humana y del diario accionar de educación, salud y producción.
Bosques, aire limpio y agua son tesoros de uso común, bienes compartidos que, más allá del discurso político, han de ser preservados y consagrados patrimonio de la humanidad. Su alteración o destrucción, delitos de lesa humanidad.