El presidente Bill Clinton inició ayer su segundo período en la Casa Blanca con signos alentadores. Los sondeos de opinión indican que una amplia mayoría de los norteamericanos está satisfecha con la conducción del país y hoy le otorga al mandatario calificaciones superiores a las del primer cuatrienio. Asimismo, su discurso inaugural reiteró el llamado a la oposición republicana para trabajar en forma armónica. En este sentido, días antes, Clinton exhortó a la bancada demócrata a cesar los ataques contra Newt Gingrich, Presidente del Congreso, por las acusaciones pendientes de quebrantos éticos. Y, en un gesto de hidalguía, la semana pasada impuso la más alta condecoración oficial a Bob Dole, su rival en la reciente campaña electoral, por su larga y destacada carrera pública.
El tono conciliador del mandatario responde, en importante medida, a su estilo personal pero también al mensaje claro recibido de los votantes en las elecciones de noviembre último. En dicha competencia, si bien el sufragio presidencial favoreció a Clinton, los republicanos engrosaron el control mayoritario del Capitolio. Con ello, y el señalamiento de las encuestas, ambos poderes necesitan abocarse a resolver conjuntamente problemas fiscales y sociales urgentes para no arriesgar un futuro castigo en las urnas. Además, tomando en consideración las investigaciones que aguardan en el Capitolio sobre los escándalos personales del mandatario y su esposa, la atmósfera de cooperación perfilaría espacios para amortiguar el impacto negativo de dichos procesos.
Con ese trasfondo, el Presidente fijó una ambiciosa agenda para los siguientes cuatro años que incluye equilibrar el presupuesto y remediar los serios trastornos de los sistemas federales de seguridad social y asistencia médica, capítulos que han evadido intentos de solución de varios gobiernos previos. En el campo externo, y dado el clima de relativa tranquilidad global, domina el tema de las relaciones con China, complejo no solo por la trascendental importancia estratégica y económica de esos vínculos sino, también, por las persistentes violaciones de los derechos humanos en la potencia asiática que continuamente motivan enfrentamientos con Washington.
Se suma a la lista prioritaria de asuntos internacionales el proceso de paz en el Cercano Oriente y la expansión de la OTAN, conexa al ominoso horizonte provocado por la incertidumbre institucional prevaleciente en Rusia. Empero, Latinoamérica no figura entre las actuales preocupaciones de la administración estadounidense.
Sin embargo, más allá de los problemas y eventos que demandan la atención inmediata de Clinton, la Presidencia encara el reto permanente y fundamental de fortalecer la democracia. Hoy, en ese orden de tareas, la más importante es restaurar la deteriorada imagen moral de los funcionarios públicos, empezando en la Casa Blanca. La última contienda electoral puso de manifiesto la baja opinión de la ciudadanía sobre el calibre ético de los políticos, percepción no exclusiva de Estados Unidos y que tiende a deslegitimar al sistema democrático. Por eso, y por el liderazgo mundial de Estados Unidos como superpotencia democrática, el imperativo moral resulta insoslayable en este segundo mandato de Bill Clinton.