Tanto en vida como después de muerta Evita siempre ha despertado sentimientos encontrados en torno a su persona. Para miles de argentinos que le profesaron y profesan aún una devoción similar a la de la Virgen María es la gran santa, la primera samaritana argentina, la madre de los pobres, la hermana de los afligidos. Para otros en cambio, fue tan solo una prostituta inculta, populista y ambiciosa hasta la médula.
La reciente película de Parker y Oliver Stone (coguionista) sobre Evita ha resucitado viejos fantasmas y avivado un debate sobre su polémica figura. Pero para poder entender el fenómeno Evita es preciso un análisis que trascienda la visión simplista que muestra la película. En efecto, tanto Evita como el peronismo son temas demasiado complejos para ser tratados en una ópera fílmica. Por eso la obra de Parker-Stone no pasa de ser un intento superficial -demasiado superficial para mi gusto-, plagado de errores y distorsiones acerca de unos personajes y una doctrina política que impactaron como pocos la historia argentina durante los últimos cincuenta años.
La visión que la película proyecta de la Argentina es la de una simple republiqueta bananera. Perón por su parte es caricaturizado como un tipo débil, un simple juguete de los deseos de su esposa, mientras Evita es retratada como una prostituta que de cama en cama asciende al poder. Ni el pueblo argentino se salva en la película, al ser presentado, escena tras escena, como bien señala Enrique Krauz, como una masa de maniquíes engominados que solo saben hacer tres cosas: marchar en fila, vociferar consignas y bailar el tango, tango que por cierto no se escucha a lo largo de toda la película, ya que la música compuesta por Lloyd Weber, pese al Oscar recibido y sin querer negar su calidad, tiene más de vals y de rumba que de música arrabalera.
Por eso, la mejor manera de entender la trama veraz y compleja de Evita y su historia no es a través de la esquemática, fría y trivial ópera fílmica de Parker-Stone, sino buceando en su biografía, abordada de manera distinta pero complementaria, por Alicia Dujovne Ortiz y Tomás Eloy Martínez. Ambos libros, cuya lectura recomiendo, explican las facetas de esta joven mujer (murió prematuramente a los 33 años), su historia, sus sueños, sus aciertos y errores, así como la seducción que continuó ejerciendo aún después de muerta, hechizando a todos aquellos que se hicieron cargo de su cuerpo embalsamado.
La historia de Evita es la historia de la ambición, de las ganas de triunfar, de no darse nunca por vencida, ni aún ante el cáncer que creyó derrotarla y que ella burló al ser embalsamada. Pero es también la historia de la entrega por completo a una causa. Desde pequeña tuvo hambre de triunfar, un hambre que la llevó a alejarse, a los 15 años, de su insignificante pueblito camino a Buenos Aires bajo la protección de Agustín Magaldi, un famoso cantor de tangos de esa época, en busca del éxito. Tenía una obsesión por ser aceptada, ser amada, quizás por su origen de hija ilegítima y adúltera (apenas conoció a su padre), sin mayor educación (no finalizó la secundaria) y proveniente de un hogar de bajos recursos económicos. Sus fracasos amorosos, sus limitadas cualidades artísticas nunca la detuvieron. Como ella misma confesara, "quería pasar a la historia" y la oportunidad se le presentó un 22 de enero de 1944 cuando conoció al poderoso general Perón. "Gracias por existir", fueron sus palabras de saludo, y a partir de ese momento y hasta el día de su muerte (26 de julio de 1952), Evita y Perón fueron inseparables.
Juntos tuvieron por espacio de casi siete años a la Argentina en sus manos. Fue sin lugar a dudas la expresión mayor del populismo argentino, pero nadie le puede negar su sensibilidad social por los pobres, sus "grasitas" como ella les llamaba con cariño. Gracias a ella las mujeres argentinas conquistaron su derecho al voto. Se enfrentó con firmeza a la oligarquía y al ejército que siempre la despreció y en esa lucha cometió excesos, pero sus adversarios, quienes la llamaban "la gran puta", no se quedaron atrás. Durante este período Eva hizo muchas cosas buenas y otras muy malas, y no como suelen decir sus detractores que hizo "muy mal el bien y muy bien el mal".
Por eso, solo desmitificándola, volviéndola nuevamente de carne y hueso, dejando atrás de una vez por todas el maniqueísmo santa-puta que ha dominado el debate en torno a su figura hasta el presente, se hará justicia a la memoria de Evita, una mujer extraordinaria, con aciertos y errores, mucho más compleja y carismática que la imagen que Madona nos proyecta en la frívola película de Parker-Stone, ese "guisado de conejo sin conejo" en palabras de Víctor Flury.