
Ahora que viene un año cargado de intensas discusiones, conviene recordar un oportuno epigrama de Max Jiménez: "Magnífico síntoma el no poder pertenecer a un grupo".
Porque los escarceos iniciales alrededor de la venta de activos del Estado, opciones políticas y otros temas, revelan una peligrosa tendencia a suplir la discusión de ideas con el estampado de etiquetas a los adversarios. Es decir, adjudicarles algún estigma de variada perversidad para desautorizar de entrada sus propuestas.
Hasta ahora esos tatuajes retóricos se caracterizan por su poca originalidad. No superan los prefijos neo, anarco y pseudo.
Neoliberal ha sido el cliché supremo, arma mortal del presidente Figueres durante su campaña, convertida pronto en bumerán. Pero también hay neoestatistas, neoproteccionistas y hasta neocaracistas.
Junto a ellos destacan los anarcocapitalistas (todo lo quieren vender), y losanarcopopulistas (todo lo quieren regalar), observados de cerca por los pseudopatriotas y pseudointelectuales, que aparentan lo que no son.
Tan peculiar vocabulario admite múltiples combinaciones. Un pseudoanarconeoliberal, por ejemplo, sería equivalente a un anarconeopopulista, que a su vez tendría puntos en común con un pseudopatriota de inclinaciones neocaracistas, acérrimo enemigo de los anarcocapitalistas, pero con impulsos neoestatistas. Y así hasta el tedio o el ridículo.
El problema no es que algunos recurran al etiquetado, sino que otros les hagan caso. Por esto, volvamos a Max Jiménez y rechacemos que nos encasillen en grupos, salvo el de los neopragmáticos que recelan de los pseudoctrinarios, rechazan el anarcopatetismo y huyen de los neosalvadores.