
¡Qué raro! ¿Por qué Héctor Zúñiga le habrá puesto ese nombre tan extraño a una canción tan bonita? ¿La han oído ustedes?
Diciembre de 1948. Un grupo que pretendía recobrar el poder perdido en abril de ese mismo año, invadió el país desde Nicaragua con la ayuda de Tacho Somoza.
Algunos universitarios nos alistamos a la orden del Gobierno para ayudarle a defender la soberanía nacional. Nos pusieron a patrullar las aguas del Pacífico en un barco que el Gobierno norteamericano le facilitó a Figueres para esa misión. Poco después de pasar por el golfo de Papagayo, el capitán ordenó desembarcar y la única forma de hacerlo para llegar hasta la playa era con la ayuda de un bote en el que solo cabían 10 personas; poquito a poco ahí fuimos llegando.
Poema a la naturaleza. ¿Dónde estábamos? En la finca Murciélago, donde Héctor Zúñiga había prestado sus servicios de agrónomo en años anteriores. El paisaje era precioso, con el fondo pintoresco de la bahía de Santa Elena y las olas espumosas reventando en la playa al atardecer, mientras el sol en el horizonte iba cambiando los colores del cielo por amarillos y rojizos celajes que embellecían las primeras sombras de la noche. Allí fue donde un día, Héctor tomó su guitarra y se puso a declamarle un poema a la naturaleza.
A nosotros nos tocaba avanzar en dirección a Nicaragua al día siguiente, para reemplazar a los soldados que se encontraban cerca de la frontera desde hacía varios días.
"¡Formación! -ordenó el capitán- dentro de una hora saldremos a pie en fila india con rumbo a Santa Rosa; nos acompañarán cinco guías que conocen bien la zona".
Salimos a las 6 de la tarde, caminamos toda la noche y llegamos al día siguiente, cerca del mediodía. ¡Y con un hambre! Por dicha nos estaban esperando con grandes ollas de tamales de tamaño guanacasteco y un gran jarro de café caliente para cada uno.
Esa noche descansamos tirados en los corredores de aquella vieja casona histórica de Santa Rosa, donde, un centenar de años antes, las tropas costarricenses habían derrotado a los filibusteros de Wil- liam Walker.
Renace la esperanza. Dichosamente, al amanecer del día siguiente, llegó un mensajero con la noticia de que los invasores habían escapado hacia el norte y habían desaparecido del territorio nacional. Era 29 de diciembre y en nosotros renació la esperanza de regresar al hogar para recibir el año nuevo de 1949 en unión de la familia.
En horas de la tarde llegaron las vagonetas de Obras Públicas para trasladarnos a Liberia, donde ya nos esperaban los aviones de la empresa nacional para llevarnos a San José por la mañana del día siguiente.
Y así, aquel 31 de diciembre de 1949, pudimos recibir el año nuevo en compañía de la familia, ya sin las angustias de la guerra que había terminado, y al recordar aquel desembarco allá por la bahía de Santa Elena, el fonógrafo comenzó a desgranar los primeros compases de la canción que había nacido en la guitarra de Héctor allá en las costas guanacastecas, contemplando el atardecer con los celajes del poniente: Oh, Murciélago, tu mar/me trajo la inspiración,/por ese yo te he de amar/con todo mi corazón.