Cada vez, más hechos parecen patrocinar la afirmación “La justicia es una cualidad de Dios que los seres humanos tratan pobremente de imitar”, gracias a los intentos de quienes hacen una paloma pacífica que se convierte en sapo belicoso, de quienes disparan un tiro ideológico que se sale por la culata de la relatividad y de quienes, ilusos utópicos, terminan siempre por meter la pata.
Hace poco, hubo otro intento por equilibrar un mundo que, al girar alrededor del Sol, inevitablemente se va de lado. Esta vez, para variar, se inclinó del lado femenino con la Ley de Penalización de la Violencia contra las Mujeres.
Irá a la cárcel… Como integrante vitalicia de este sector, debería sentirme agradecida porque, gracias a la visión de nuestros preclaros legisladores, ahora cualquier güevón que se atreva a ponerme la mano encima o a irrespetar mi incuestionable honor, irá la cárcel, donde podrá practicar con sus congéneres sus actividades violentas favoritas.
Sin embargo, estoy lejos de regocijarme feministamente. Y no porque sea una inconsciente. No. Por desgracia, yo también viví el maltrato físico y emocional, incluido que te traten de “perra” para abajo que es lo peor, pues te mordisquea la autoestima hasta querer hacer mutis de la vida. Y he tenido, como miles de mujeres, que evitar andar sola, vestir conservadoramente para que en un hipotético juicio no exista el ridículo argumento de que provoqué al violador, aterrarme con exhibicionistas, ser menospreciada como si la inteligencia dependiera de la testosterona, soportar que me toquen en la calle, que me digan “mujer tenías que ser” cuando un chofer me echa el bus encima, intentar alcanzar los altísimos cánones de belleza que exige el apetito masculino y ver cómo en la historia somos nulas, al grado de que la primera mujer que votó en Costa Rica aún vive. Pero dudo mucho, mucho, que esta ley sea la panacea.
Pa’ todos o patadas. Creo que, si las mujeres clamamos por igualdad, no podemos disfrutar de estar arriba en el subibaja legal. Porque la justicia en esta ley no se cumple para nada. Seamos sinceras y no juguemos a las inocentes víctimas del malvado dragón del machismo: hay mujeres que también abusan de los hombres. Yo, al menos, declaro mea culpa: sí le pegué a un par de hombres, sí los traté de forma despectiva, sí los hice sentir pésimo y hasta, sí, toqué a uno contra su voluntad hace varios años. ¿Soy la única? ¿No estamos cayendo en las posturas favoritistas que tanto hemos criticado? ¿Nos gustaría una ley que nos excluyera tan olímpicamente? ¿No pecamos de exceso de feminismo, de superávit de rencor, de ceguera fanática?
A mi parecer, esta es una más de las nuevas corrientes discriminatorias contra aquellos grupos a los que se les cobra un pasado histórico. Ahora está mal que se odie a los negros, pero está bien odiar a los gringos, a los nicas y tenerles asco a los chinos; y está bien que un hombre vaya a la cárcel por un crimen del que la mujer, santa intachable, goza de inmunidad.
Con “m” de “mamá”. Lo más cuestionable de esta ley es su efectividad que, a mi parecer, será escasa por una enfermiza tradición: “Machismo se escribe con ‘m’ de mamá”. Y en efecto: solo con la educación en el hogar nos respetarán, porque ahí reside la semilla de semejante aberración. No olvidemos lo típico: “Los hombres no lloran”, las invitaciones que dicen “Fulano y esposa”, o, lo que es peor, las esquelas que rezan “Fulana viuda de Fulano” (¡el marido muerto, y ella aún tiene su etiqueta!), la guía del hombre a la mujer al bailar y todos esos enormes detalles que son la raíz de que aún nos consideren cosas.
¿Corregirá la prisión esto? Dudoso: seguramente los agresores solo contribuirán a poblar más las cárceles, aprenderán vicios de sus compañeros de celda y regresarán a la sociedad con el mismo pensamiento arcaico, porque es el único que conocen y el patrocinado por la sociedad costarricense.
Así que, después de todo esto, les pregunto: mujeres, ¿de verdad queremos esto?