Recuerdo todavía el temor (¿o era terror?) que nos hacía agacharnos para hacernos chiquititos en los asientos de la magna aula para tratar de escondernos de las preguntas que lanzaba el profesor Friedman a sus alumnos en la Universidad de Chicago. Normalmente eran preguntas que demandaban encontrar los errores de análisis económico en artículos del Wall Street Journal u otros periódicos o revistas de ese calibre. No le gustaba que sus alumnos cometieran errores de análisis, y, cuando los cometíamos, podía no ser muy benigno.
Recuerdo también cuando en 1976 le dieron el premio Nobel y le organizamos una fiesta en Chicago. A quienes hablaron antes que él para adularlo y reseñar las contribuciones que le valieron el premio, les corrigió los errores de análisis económico en sus discursos. Recuerdo también la historia según la cual Paul Samuelson le había dicho antes de 1976 que se estaban tardando un poco en darle el Premio Nobel, pero que no se preocupara, porque, cuando se lo dieran, iba a valer más plata, y así fue.
También recuerdo con admiración cómo en sus cursos nunca discutía sus polémicos e influyentes escritos y pensamientos en defensa de la libertad de elección y los mercados competitivos o las críticas demoledoras a la intervención estatal injustificada. Más bien, su empeño en clase era enseñarnos el buen uso de la box of tools –la caja de herramientas– del análisis económico. En eso siempre fue congruente en diferenciar entre lo que llamó la economía positiva y la normativa.
Implacable gigante. Era pequeñito de estatura, pero su influencia fue la de un gigante, no solo en las aulas y en los seminarios, donde era implacable en el buen uso de la box of tools, sino por sus luchas por volverle a dar, en la teoría y práctica económica, la importancia que debía tener la oferta monetaria y por señalar el peligro de su mal manejo, llegando a proponer famosas reglas para eliminar la discreción a los bancos centrales en el manejo del monopolio de la emisión.
A ese titán de la economía le debemos en gran parte que hoy la inflación sea un problema mundial mucho menor que en las décadas de 1960 y 1970 (seguramente nos regañaría a sus alumnos costarricenses por todavía tener en el país una inflación alta y no haber podido ejercer aquí una influencia proporcional a la que él tuvo en el mundo).
Le debemos también el haber desmitificado y señalado los errores de los análisis que proponían la inflación como el precio a pagar para tener más empleo, y le debemos el mejor conocimiento de cómo funcionan los mercados. Por él, hoy esos mercados son mucho más respetados y los Estados están más desprestigiados en la asignación eficiente de los recursos y en la creación de riqueza. No fue el único que influyó en esas profundas transformaciones, pero sí fue uno de ellos y, tal vez, el más importante en varias. Son muchos los que se benefician de su influencia y eso hay que reconocérselo, aunque seguramente él habría preferido no el reconocimiento, sino continuar la lucha por que esa influencia no se pierda y más bien crezca.