He vuelto a escuchar mis discos de vinilo que tenía guardados en una caja junto con los casetes con grabaciones de mis cantantes queridos. Los he limpiado con cuidado pasando un algodón con agua en el sentido de los surcos y luego me he sentado en un banquito para ponerlos sobre el tornamesa, cuidándome de que la aguja estuviera limpia y en el lugar de inicio, antes de darle play al botón de encendido.
La lucecita roja se ha encendido y después de una acción de minutos, voluntaria y absolutamente concentrada en escuchar, apareció la música de la canción Cierro mis ojos, de Rafael, en los parlantes. De inmediato, saltaron los acordes y notas sobre el sillón, las fotografías, los adornos y todo lo que estuviera cerca.
La música llenó mi estancia y transformó mi estado emocional. Respirar profundo y levantarme para ver por la ventana caer la tarde de un incipiente verano, mientras la voz y la letra de la historia me tocaban con su gracia melódica los recuerdos olvidados, fue un regalo inesperado que me hice.
Me vi de nuevo en la tanda de tres con mis hermanas y mi mamá, viendo la película en el cine Central. Cinco corazones palpitando ayer y uno hoy, gracias a escucharlo esta vez como si fuera un permanente siempre, dilatado y sostenido por la experiencia sensible.
Lo que nos da el cantante se lo debemos a su voz, a la larga carrera en el caso de Rafael, pero también a esos minutos de tiempo en que decidimos escucharlo y sentirlo. Porque para sentir, hacen falta tiempo y espacio. Materia y objetos. Sentidos. Tacto, gusto, olfato, vista, oído y la disposición para no estar distraídos o en mil cosas.
Las experiencias que mantenemos en la memoria en realidad son pocas. La mayoría se van al basurero del olvido porque no se fijaron con la debida intensidad que les permitiera ser rescatadas por los recuerdos para bien y para mal.
Atender y luego sentir. De eso se trata el arte.

Hoy, ocurre lo contrario. Hemos dejado de sentir con el cuerpo vivo, olvidándonos del maravilloso corazón que nos acompaña en la vida, aunque veamos por todas partes y leamos sobre la importancia del cuerpo.
La mayoría de las experiencias musicales, por mencionar lo que ocurre con la música como ejemplo, son experiencias jet.
Rápido y por encimita, se relaciona la gente con la realidad como si fuera parte de un cómic dictado por alguien que permanentemente nos roba la atención. Porque, al igual que la música, el teatro, el cine y la literatura también están saturados de industria olvidable, por no decir desechable, como los contenidos de las redes.
Sin atención no hay profundidad ni análisis, y mucho menos tejido intenso. De hecho, ya nadie se acuerda quién gana premios dos años después de ganados, porque ni la película, ni la canción, ni el libro son memorables, y no solo por la poca intensidad compositiva o creativa. sino también por la forma en que accedemos al arte y nos relacionamos con la realidad en general.
La saturación de una plataforma algorítmica es tremenda y no da tiempo ni espacio a la atención necesaria para detenerse y sentir; sentir en verdad, para así llegar al corazón maravilloso de las obras maestras que empatan con nuestro corazón humano, también maravilloso en su poder físico y simbólico, como un lugar del cuerpo que mueve y conmueve, complejo y delicado que nos da arrojo, valentía, generosidad y fuerza para amarnos y amar a los demás. Resignificando constantemente las vidas con la esperanza de un mejor mañana.
Con el roce, nace el cariño, dice el refrán. Tocar es un sentido olvidado para muchos jóvenes que se dedican a tocar los celulares o los teclados mientras sienten gran pereza de tocar un tronco, una guitarra, una piedra en medio de un caño, una pala para sembrar o una brocha para pintar una pared. Y no hay quite. Estamos diseñados para relacionarnos con el mundo desde los cinco sentidos como conectores del cuerpo-mente con la experiencia sensible y el medio.
No podemos vivir a base de simulaciones y en perpetua distracción. Así no se predice el futuro y menos se sobrevive.
Hay que volver a darle espacio y tiempo a lo material para que recordemos al corazón presente, tomando elecciones, digan lo que digan los demás en TikTok. Conscientes, inventando, creando y, sobre todo, dando gracias por estar vivos en la gran noche del tiempo. Un corazón maravilloso. Gracias, música; gracias Rafael, y gracias cuerpo, por recordármelo.