Opinión

Los sofistas del cafetín

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Son el barniz sin la estructura, la pose sin el compromiso, el atuendo sin la esencia (y cuanto más atuendo exhiben, menos esencia tienen). Son lo sofistas de cafetín. Las sodas universitarias constituyen el hábitat natural de esta peculiar variedad zoológica, una de las pocas especies cuya inminente extinción es celebrada, más bien que deplorada por los ecologistas del mundo entero. Su verbilocuencia y encanto natural les confieren inmediata popularidad en estos etílicos cenáculos, donde los viernes por la noche puede vérseles sumidos en honda cavilación, con los ceños fruncidos y las manos acariciando doctamente el borde de un vaso de cerveza o el lomo de algún desvencijado volumen de poesía. Elucidan el significado último del universo, diagnostican con preclaridad de oráculos la crisis social del país, disertan en torno al fenómeno de la globalización, y de pronto, abordan el tema del destino de la conciencia individual después de la muerte, con el donaire de quien hubiera ido y venido varias veces del más allá. Se pasean por el mundo del pensamiento en calidad de turistas, no de residentes. Coquetean con las ideas, no les hacen el amor. Las barajan y manosean, pero no serían capaces de vivir, y menos aún de morir por ellas. Se erigen en paladines de los grandes ideales únicamente en tanto estos no exijan de ellos el compromiso y sacrificio personal que demanda toda verdadera beligerancia. El estrépito de sus fuegos de artificio verbales suele ser estrictamente correlativo a su falta de realizaciones concretas y tangibles. "Mucho ruido para tan pocas nueces": he ahí el implícito lema de sus vidas.








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