Los comicios presidenciales y parlamentarios de Chechenia, realizados el fin de semana último, marcaron un avance decisivo en los esfuerzos de esa república caucásica por plasmar su independencia de Rusia. El significado de la jornada democrática fue claramente interpretado, en Moscú y el resto de Europa, como un paso legitimador de las demandas chechenas por constituirse en un estado soberano, giro que Rusia ha procurado frenar, pero ya luce inevitable.
Este aspecto clave de los sufragios fue subrayado por el apoyo unánime a la secesión que los trece candidatos presidenciales manifestaron. Las diferencias entre los aspirantes giraron, sobre todo, en torno a la celeridad para alcanzar dicha meta y, conexo a ello, el acatamiento del plazo de cinco años estipulado en el convenio que puso término a la guerra con Rusia en agosto pasado. Dada la posibilidad de una declaración de independencia anticipada, la victoria de Aslan Masjadov, el postulante más moderado, generó alivio en el Kremlin.
Masjadov, comandante de las fuerzas nacionalistas que exitosamente se enfrentaron al ejército ruso durante casi dos años y, asimismo, responsable de los acuerdos de paz, ha instado a cumplir los términos del armisticio. Su más importante rival, el jefe guerrillero Shamil Bassayev, es calificado de terrorista por el gobierno ruso, debido a los secuestros y atentados dinamiteros que patrocinó. Y si bien goza de inmensa popularidad en la población chechena, a la hora de las verdades la abrumadora mayoría --69 por ciento-- de los votantes se inclinó por Masjadov, visto como el líder idóneo para completar la independencia en forma pacífica.
El anhelo de tranquilidad es comprensible. La historia de los intentos secesionistas chechenos está plagada de muerte y destrucción. Desde la época de los zares, los afanes soberanos de esta nación predominantemente musulmana han motivado reacciones represivas violentas de los gobernantes moscovitas. En 1991, a raíz de la desintegración de la URSS, Chechenia se autoproclamó independiente bajo la presidencia del exgeneral soviético Dzojar Dudayev. La respuesta del Kremlin fue contundente. Boris Yeltsin ordenó al ejército aplastar la rebelión pero subestimó la fiera resistencia de los combatientes chechenos dirigidos por Dudayev que asestaron severas derrotas a las mejor equipadas unidades rusas.
La cruenta guerra desencadenada en diciembre de ese año, réplica de las infaustas acciones soviéticas en Praga y Varsovia, devino en un Vietnam que desmoralizó al otrora hegemónico Ejército Rojo. Además de evidenciar ante el mundo el profundo deterioro del aparato militar ruso, la impopularidad de la operación bélica socavó el apoyo político a Yeltsin dentro y fuera del país. Durante la campaña presidencial del año pasado el mandatario debió prometer la terminación del enfrentamiento, lograda tras la primera ronda electoral por el nuevo --y efímero-- jefe máximo de seguridad, Alexánder Lébed, quien en agosto concretó el pacto para evacuar las fuerzas rusas.
Las realidades de la posguerra fría exigen solucionar conflictos como el checheno mediante fórmulas que salvaguarden el principio de autodeterminación de los pueblos. La soberanía de Chechenia ya es un desenlace esperado que beneficiará a Rusia y contribuirá a la estabilidad de Europa.
