La visita casi coincidente de los presidentes de la República Popular China, Jiang Zemin, y de la República de China en Taiwán, Chen Shui-bian, a varios países de Centroamérica y América Latina, se enmarca dentro de la pugna geopolítica que ambos países mantienen desde hace varias décadas. Su evaluación tiene que hacerse a partir de varios elementos: no únicamente los factores de real politik , según los cuales China Popular constituye un gigante geográfico y posee, además, uno de los sillones permanentes en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, sino también de otras consideraciones. Entre estas sobresale la evolución hacia la democracia, la protección a los derechos humanos y otros factores, en los cuales Taiwán muestra un importante avance en la última década y presenta, sin duda, mucho mejores calificaciones.
Las visitas más importantes del Presidente de China Popular han sido a Cuba y Venezuela, donde mantuvo sendas reuniones con Fidel Castro y Hugo Chávez. Independientemente de las consideraciones económicas que motivan ambas visitas (empréstitos millonarios en el caso cubano y fortalecimiento del intercambio comercial en el caso venezolano), lo cierto es que se trata de visitas cuyo objetivo es el fortalecimiento adicional de alianzas ideológicas. La proclividad del presidente Chávez a fortalecer alianzas políticas y económicas con Beijing y La Habana no sería en sí misma preocupante ni mucho menos (buena parte del mundo occidental las tiene) si no estuvieran, sin embargo, acompañadas del paralelo discurso de enfrentamiento con los países occidentales, sus instituciones políticas y bancarias. Este segundo factor, adicionado a varias medidas internas, agrava la connotación populista de su gestión.
En el caso del presidente de Taiwán, su visita tiene un marcado propósito centroamericano. No podía ser de otra manera, pues Taiwán ha donado a Centroamérica, desde 1992 a la fecha, US$300 millones de dólares. Esas donaciones tienen un doble objetivo: por un lado, el interés sincero de colaborar con la economía de estos países, tal como la masiva colaboración de Taipéi en relación con el huracán Mitch lo ha demostrado. También tienen una intencionalidad política: buscar apoyo diplomático ante la presión de la gigantesca de China Popular, la cual asume una posición de beligerancia y de negativa con Taipéi, y con el derecho a la libre autodeterminación de su población para asegurarse una plaza como país independiente en la comunidad internacional.
En ese contexto, la apertura de un espacio de apoyo político internacional parece una legítima aspiración de Taiwán. El derecho a ser considerado como país independiente tiene su base en principios del derecho internacional, en especial el de la libre autodeterminación de los pueblos. La arcaica normativa de la ONU (con un Consejo de Seguridad que constituye un resabio del fin de la Segunda Guerra Mundial) impide, por el momento, la legitimación en ese alto foro de una nación como Taiwán, que ha demostrado un impresionante desarrollo económico y tecnológico y, en los últimos años, inclusive, político democrático. No obstante ser uno de los países más pujantes del planeta, la real politik de la ONU ha condenado a Taiwán a un absurdo y curioso ostracismo en la comunidad democrática de naciones.
En este último aspecto, la posición de Centroamérica debería ser más clara y definida. Además de tender la mano para recibir dinero y ayuda, deberían retribuir ese favor ayudando en una estrategia a largo plazo para que los esfuerzos de Taiwán por tener legitimación política internacional rindan mayores frutos.