Llevarse un lápiz, un clip, unos clavos, un jabón, lo que sea, no devolver un libro, un disco o un vuelto es robar (¿quién aquí no lo ha hecho alguna vez?); aunque en derecho penal y en el ámbito popular hay dos o tres nombres para describirlo según forma y cuantía, moralmente es robo y lo demás es engaño; pero no se procesaría a nadie por eso; ¿por qué creamos el verbo “cachar” que significa robar “sin falta o daño” (o la “mentirita blanca”, que es algo parecido)? Pues obviamente para robar y mentir “con inocencia” aun desde la infancia; ¿delitos de cuello azul o de cuello blanco? No, nada; todo esto es socialmente aceptable y característico de nuestro medio.
Con pánico. Pero vivimos con pánico al robo (¿una paradoja o es que nos conocemos demasiado bien?). El espectro tradicional del robo (ahora más “acabadito” con asalto y muerte) dicta nuestro curso de vida, nuestros deseos, nuestras decisiones y nuestros hábitos; diseñamos la vivienda pensando en los ladrones no en nuestra vida; no sembramos frutales o flores fuera porque se los roban; encerrarnos entre rejas y espirales de navajas como en campos de concentración es obligatorio; no podemos poner un farolito en la fachada porque se lo roban; si dejamos el auto fuera, se lo roban (me ha ocurrido) y aun “bien cuidado” puede uno encontrarlo con un vidrio roto por donde se han robado el radio (me ha ocurrido, y las personas que “cuidan” ni pueden dar reparación ni tienen obligación legal alguna); si dejamos la casa sola por unos días no podemos vacacionar tranquilos porque se meten los ladrones (le ha ocurrido a muchos que conozco y a familiares). ¡Qué bien! ¿No?
Somos nosotros. Hace mucho que no voy de caza ni de pesca, que no practico el campismo, que no voy al teatro o al cine ni a visitar a algunas gentes, que no camino por las calles por el placer de caminar, porque me da miedo de que en una de esas, por arriesgado e incauto, me asalten, roben y lesionen; no puedo ya cultivar esas otrora sanas aficiones. Ni en grupo está uno a salvo. Y “el pueblo” busca culpables: ¿los inmigrantes? No, señores, este es nuestro país, estos son nuestros hábitos, estas son nuestras leyes y estas son nuestras autoridades; ¿acaso son “los demás” quienes lo han decidido así? Encontrar un chivo expiatorio es muy cómodo, pero falaz y cobarde; lo peor es que no cambia ni soluciona las cosas y además nos impide poner nuestra casa en orden.
Quizás algún día podamos soñar con algo mejor; quizás cuando tengamos la valentía de aceptar que los ladrones y sus cómplices somos nosotros y que nos estamos robando la democracia, la patria y hasta la ilusión de vivir.