Por respeto a la historia, pero sobre todo por justicia a la memoria de mi padre, el doctor Rafael Ángel Calderón Guardia, reformador Social de Costa Rica, no puedo dejar pasar una afirmación poco apegada a la verdad que publicó en su artículo “Retazos de nuestra historia”, el licenciado Barahona Streber.
En él dice: “...ya siendo presidente de la República, el doctor Calderón Guardia, cuando yo tenía algo más de 20 años, tuve que acudir a él en demanda de ayuda en un problema familiar. De las varias y largas conversaciones que desde ese momento sostuvimos nació la legislación social, que tanto bien le ha hecho al país”.
Con el debido respeto, don Óscar, la legislación social nació en la mente y el corazón de mi padre mucho antes de las tertulias que pudo haber sostenido con usted pues, para cuando estas tuvieron lugar, él ya había consignado, en su mensaje inaugural del 8 de mayo de 1940, que su gobierno sustentaría, en lo político, la doctrina del cristianismo social y anunció claramente el camino que iba a recorrer.
Olvida también usted que Rafael Ángel Calderón Guardia se formó bajo las enseñanzas del Dr. Rafael Calderón Muñoz, conocido por muchos como el “medico de los pobres”. En el hogar de los Calderón Guardia la cuestión social era una preocupación que nacía de la religiosidad de mis abuelos y de un profundo compromiso que adquirieron con los pobres.
Doctrina social de la Iglesia. En su libro El Gobernante y el hombre frente al problema social costarricense decía mi padre: “Como hijo de médico sentí, a hora muy temprana de mi vida, el dolor y la miseria que nos rodean”. Más adelante agrega en ese mismo libro: “Desde que partí a Europa, a estudiar a Bélgica, no podía apartar de mi mente la idea de que el dolor y la miseria de mi pueblo necesitaban un remedio, no extraído del odio de clases, ni la violencia, sino de una armonía que surgiera como fruto de un esfuerzo del perfeccionamiento de nuestras instituciones democráticas...”.
Esas inquietudes, pues, nacieron como un reflejo de las convicciones, ideas y vivencias que había tenido a la par de sus padres. Inquietudes que llevó consigo hasta el Viejo Continente, donde se formó como médico.
Durante sus años en Europa, me decía, encontró la comprobación clara y profunda de que no estaba equivocado al buscar dentro de la doctrina de la Iglesia Católica el impulso y la voluntad de justicia que faltaban en un mundo que se derrumbaba ante la inminencia de la guerra, la explotación del trabajador y el materialismo.
Esas ideas y sentimientos, sembrados desde su juventud, fueron tomando forma y fructificaron en la gran reforma social años después. Aun antes de su nacimiento, don Óscar, el doctor Calderón había encontrado inspiración y respuesta a sus inquietudes juveniles en la doctrina social, en documentos como el Código de Malinas, del Cardenal Mercier, y las encíclicas papales de León XIII.
Injusticia de Barahona. La reforma social no es el producto de varias conversaciones, sino el fruto de la visión de un estadista, que durante una vida entera se entregó con pasión a las causas sociales. De un gobernante que supo entender a su pueblo y las necesidades apremiantes por las que pasaban quienes carecían de vivienda o eran explotados laboralmente. De un médico que conocía el rostro de la miseria de quienes no tenían acceso a la salud y morían dejando a sus familias en el más grande desamparo. El hombre que aspiraba a que los jóvenes de su patria tuvieran oportunidades de estudio y superación.
No sería justo si no reconociera a los miles de costarricenses que lucharon y apoyaron la legislación social, convencidos de que se estaba construyendo la Costa Rica de justicia y paz en la que hemos podido vivir. El aporte de quienes a su lado colaboraron en la magnifica obra de redactar, estudiar, promulgar y apoyar la gran reforma social de nuestro país fue muy valiosa.
Sin embargo, sería injusto que se trate de arrebatar los méritos a quien entregó su vida y sacrificó su existencia por sentar las bases de la justicia social con la que Costa Rica se ha distinguido en el mundo.