El espíritu de jubileo, a los dos mil años del nacimiento del Jesús, penetra en la cultura y produce efectos en todos los campos. El año 2000 también es hito para apuntalar puntos de partida en otras áreas, deseos de borrón y cuenta nueva, pretensiones de celebrar también una especie de jubileo laico. La convocatoria de una comisión especial para definir las nuevas estrategias de la socialdemocracia, ante la era del conocimiento, responde a ese ánimo. A poco más de un siglo de fundada la Segunda Internacional y a poco menos de cien años del brote revisionista o del socialismo reformista, la Internacional Socialista encarga a Felipe González la dirección de un grupo de líderes y pensadores para hacer la revisión de la revisión.
Esta organización ha llegado a tener 140 miembros. Es como una suerte de Naciones Unidas de los partidos. Crece y crece, pero muchos se preguntan: ¿Hacia dónde vamos? ¿Quo Vadis? ¿Qué significa ser socialdemócrata ante un nuevo ciclo natural como este? En el "Ogro Filantrópico", Octavio Paz señaló que este habría de ser el siglo de las socialdemocracia. Ahora, el propio Paz, ante la caída del comunismo, e imbuido del mismo espíritu que sobrecoge a todo pensador, afirma: "El hecho de que haya habido respuestas equivocadas no quiere decir que las preguntas no sigan vigentes". Aquí hay un punto de partida.
Felipe González sostiene que en cosa de principios es mejor viajar con maleta liviana: que para definir el socialismo bastan los de la Revolución Francesa: Libertad, Solidaridad y Fraternidad. Advierte, eso si, una preferencia por la idea de responsabilidad, algo así como un cuarto principio, sugerido por Jacques Delors, gran figura europea y padre de Martine Aubrey, quien forma parte de la Comisión.
No se puede hablar de derechos, sin hablar de obligaciones. La nueva cultura induce mayor responsabilidad de los ciudadanos; así se adoba bien la participación social. Marshall McLuhan nos abre una perspectiva sobre ese novedoso escenario que habrá de cambiar los limitados conceptos que aún manejamos sobre el Estado: "En esta nave espacial Tierra no habrá más pasajeros, pues todos seremos tripulantes". El Estado no podrá seguir siendo visto como el ámbito exclusivo de la burocracia, o de los partidos, ni siquiera el de la política formal. Y esta es otra parte esencial de la discusión.
La ilusión de fundamentalistas neoliberales, sobre un pensamiento único, encuentra límites en el propio devenir del mercado. El crecimiento de gigantes transnacionales se está encargando de socavar las condiciones para el funcionamiento de verdaderos mercados libres. Eso hace necesaria la participación de la sociedad, a través del Gobierno y la acción política para evitar calamidades sociales, la liquidación del Estado de Bienestar y mayores amenazas a la naturaleza. Sin embargo, evocando frases usadas en la reunión celebrada hace una semana en Madrid, no tiene ambiente la idea, mantenida por algunos socialdemócratas, de seguir ligando al socialismo moderno con la defensa de dinosaurios burocráticos.
La socialdemocracia quiere actuar con toda la perspectiva histórica al frente. Ricardo Lagos, dirigente chileno, sintetizó uno de los conceptos que compartimos los demás miembros de la Comisión: "cuando el poder se derivó de la propiedad de la tierra, la respuesta socialista fue la reforma agraria; cuando el poder lo generó la propiedad de la industria, la socialdemocracia planteó las nacionalizaciones. Ahora que el poder y la riqueza se derivan del conocimiento, la respuesta socialdemócrata deberá centrarse en la educación". El mayor desafío para los países pobres consiste en superar la pobreza de capacidad, como llaman a la debilidad educativa de los países, en las Naciones Unidas. He aquí un ancho camino.
A pesar de los escépticos, la gente está perpleja ante un fenómeno con esa fuerza devastadora para modificar la realidad. La mundialización es un fenómeno irreversible, causado por la revolución tecnológica y no por ningún designio ideológico. Los viejos instrumentos de navegación económicos y políticos han dejado de funcionar. Hacen faltas ideas nuevas, una nueva interpretación. Estamos ante un nuevo paradigma. La propia discusión filosófica siente la fuerte sacudida que sufre la cosmovisión generada por la física newtoniana, la cual produjo concepciones como las de Locke, Smith, Marx, Darwin y Freud. Ahí nos montamos todos, y tanto la socialdemocracia como el liberalismo económico se basaron en premisas que lucen insuficientes para captar el fenómeno actual. ¿Habrá llegado el momento de probar nuevos esquemas mentales derivados de la física cuántica, la visión científica del siglo XX, para interpretar la nueva emergencia? Esto no es nuevo. Aquí, tal vez basten con erradicar dogmas y desenraizar prejuicios, abrir los ojos con una inocencia renovada y dar paso a la creatividad, horizonte a la esperanza; acabar con la resignación. Si solo pudiéramos disminuir la tendencia a la separación, el negocio político de la contradicción fabricada, al menos podríamos lograr que el espíritu de jubileo también ilumine algunas mentes de este país para resolver retos tan graves como la deuda pública y el raquitismo político. Cuando llegue a esa luz, habrá empezado el siglo XXI.